Es el clásico de entre los clásicos electoralistas más clásicos. Le llaman anticatalanismo, pero realmente es un localismo identitario populista que usa Catalunya como autoafirmación de la miseria (económica, estructural y moral). Una mezcla de paternalismo, señoritismo y clientelismo de quien ha negado siempre en privado el café para todos y, sin embargo, lo ha aprovechado para crear el contrapoder en la sombra que ha mandado en la España socialista de los últimos 35 años.

Lo han usado (y han abusado) los sociatas (pero también los peperos) extremeños y andaluces y el inefable Pepito Bono, también conocido como el Elvis de Toledo. Era su receta mágica. ¿Elecciones? Pues venga, ponemos en marcha la máquina del Catalunya nos roba y “tira palante” que eso nos da votos.

Y como por población, estábamos hablando de unos cuantos centenares de miles de votos, venga, que no les falte de nada, por si las moscas.

Y así ha sido como España y Europa han enterrado billones de Euros en mantener un sistema subvencionado que ni ha modernizado Andalucía, ni la ha dotado de recursos para desarrollarse, pero que, en cambio, ha generado unos mil imputados por corrupción y un fraude de unos 6 mil millones que han ido a los bolsillos de esta costra que tanto daño le ha hecho a Andalucía.

Susana Díaz, heredera directa de esta manera de actuar, ha repetido los mismos tics de sus antecesores: tutelar al PSOE español, atar de pies y manos cualquier renovación real del partido para perpetuar el felipismo conceptual y, ahora mismo, recuperar el anticatalanismo más vulgar y grosero, y más intelectualmente indigente.

Pero el mundo ha cambiado y las nuevas generaciones de andaluces han visto el truco. Y, hartos de no ser tratados como adultos, ya no lo compran como antes. Como no lo compran desde hace muchos años los catalanes de origen andaluz que, cuando iban a pasar unos días a la tierra de sus raíces, tenían que escuchar unas marcianadas tan bestias y fruto de un anticatalanismo demagógico tan barato como efectivo, que volvían escandalizados y estupefactos.

Eso allí. Ahora, mirémonos nosotros.

Aquí también hemos hecho un antiespañolismo de feria choquetín. El “la culpa la tiene Madrit” (concepto), a algunos les ha ido muy bien. El "España nos roba" en las plazas mezclado con la puta i la ramoneta en los despachos ha mantenido Catalunya en un nivel de victimismo perfecto para quejarse mucho, pero sin ir a ninguna parte.

Durante años, muchos de los que condenaban la demagogia del chavismo (de Manuel Chaves), el bonismo (de Bono), el rodríguezibarrismo o el “sitengcuyongnismo” de José Antonio Monago, dejaron de mirarse en el espejo y no vieron que hacían exactamente lo mismo.

La nueva política es muchas cosas. Y la erradicación de esta manera adolescente de tratar a la ciudadanía, tendría que ser una de las innegociables.