Ha habido movimiento en la llamada izquierda independentista. Lo digo así porque casi siempre es más izquierda que independentista. Por un lado, Laia Estrada ha dimitido como diputada de la CUP y, por el otro, a Rufián ERC se le queda pequeña. La presidenta del grupo parlamentario de la CUP anunció su renuncia como diputada por discrepancias con la estrategia del partido. En el caso de Gabriel Rufián, fue el partido quien le dijo que su idea no encaja en la estrategia. La semana escogida por Rufián para pedir la creación de un espacio “que agrupe a las izquierdas periféricas” ha sido la misma en la que la líder de Podemos, Ione Belarra, ha dicho que no podemos tener competencias en inmigración por riesgo de racismo de los Mossos. Estas declaraciones han provocado reacciones de todo tipo, incluidas las del líder de ERC Oriol Junqueras, que acabó en una discusión en redes con Pablo Iglesias, quien le reprochó las críticas a quienes le fueron a ver a la cárcel.
Le doy ánimo, a Rufián, para que se quite definitivamente la careta
Quizá os haya sorprendido el título del artículo dando ánimos a Rufián. Nunca me he privado de criticarlo, ya que como político —sin entrar en cuestiones personales— considero a este líder de Esquerra pernicioso para el catalanismo, deletéreo. Blandir una impresora en medio de un pleno, continuar como diputado pese a haber anunciado hace años que estaría 18 meses, tratar inadecuadamente como sospechoso al presidente Mas cuando comparecía como víctima del Estado son algunos de sus deméritos. Pero ninguno tan grave como su costumbre de hablar casi siempre en castellano, demostrando así, desde el independentismo, que no hace falta ningún tipo de esfuerzo para hablar en catalán, que nuestra lengua es prescindible incluso para los líderes políticos. Le doy ánimo, a Rufián, para que se quite definitivamente la careta. Para que deje de aprovecharse de la etiqueta de independentista que le proporciona el cobijo de las siglas de un partido histórico como es Esquerra Republicana de Catalunya.
Es significativo que Rufián se refiera a su partido como una de las izquierdas periféricas que pide que se unan. En política y en geografía solo existe la periferia cuando existe un centro que se toma como punto de referencia: Madrid. En sociología este concepto deriva de relaciones de poder. La periferia es una construcción del centro; la periferia no es periférica por sí misma, sino porque alguien la define así: el centro, Madrid. Desde aquí es desde donde piensa Rufián. Y en esto se basa, al menos de momento, su propuesta: unir lo que haga falta para evitar que en España gobiernen el PP o VOX. Con unas exigencias en defensa de los intereses de Catalunya tan elevadas y políticamente tan elaboradas como nos tiene acostumbrados. “Me da igual cómo sea, me da igual quién lo lidere, me es absolutamente igual, pero es que, si aquí no nos ponemos de acuerdo, nos matarán por separado, políticamente”. Desde esta óptica se entiende que se haya convertido en el mejor portavoz que tiene el PSOE.
Le doy ánimo, a Rufián, porque, si su propuesta sale adelante, aunque sea por decantación, volverán a florecer propuestas nacionalistas en el Estado. En el caso de Catalunya, un nacionalismo desacomplejado (¡cuántas lecciones morales de la izquierda!); un nacionalismo catalán, no étnico pero sí identitario (¡qué fracaso el independentismo no identitario!); un nacionalismo abierto, moderno e integrador: sí, es catalán quien vive y trabaja en Catalunya y quiere serlo (¡qué error sería abrazar el populismo!); un nacionalismo pragmático, es decir, independentista (¡qué error ceder este adjetivo a quienes han entendido la política catalana como la cesión permanente, la falta de resultados y el déficit fiscal y de inversiones a cambio de palmaditas en la espalda de Madrid!). La historia es cíclica. Si después de una reacción muy dura por parte del Estado al procés algunos creéis que toca de nuevo un frente de izquierdas en clave española, dejad claro quién tiene a Catalunya como prioridad, que es lo que realmente hace falta. ¡Ánimo!