Hay cartas de amor o de denuncia que, cuando tratan de temas sentidos y compartidos, se reproducen una y mil veces. No hay que estar de acuerdo con todo lo escrito, pero la condición básica es que se exprese un sentimiento, una duda, un agravio, un pesar, un temor ampliamente compartido. Es así la carta de Clara: una argumentación que pocas veces se ha podido leer en una fórmula tan valiente, con tanta economía de adjetivos y sin ningún ahorro en sinceridad. Cartas como esta tendrían que haber sido mencionadas y/o reproducidas en muchos más medios. Y también, para las autoras de textos como este, se tendrían que abrir más a menudo pantallas, cámaras y micrófonos para ampliar, matizar o redondear los puntos de más controversia. Pero, sobre todo, estas cartas se tendrían que contestar, como una obligación de respeto y pedagogía. Con la misma franqueza y sinceridad. Porque habría que ver todas las facetas de un hecho tan diamantino que lleva, por una parte, a afirmar que la desescalada política ha sido un error, mientras por la otra sigue el descenso a los infiernos. Parece que se quiere hacer verdad el terrible augurio de Dante Alighieri en la entrada al averno de la Divina Comedia: "lasciate ogni speranza..."

No solamente en las gracias de juego hemos aprendido que la banca siempre gana: es de jugador loco aumentar (y más si se hace con plena conciencia) los beneficios y la fortaleza de los dueños del casino. Hay que remachar todos los puntos fuertes de ataque y defensa, y no se puede debilitar la posición de Catalunya en Europa ayudando a la estabilización de las estructuras de poder españolas a través del Congreso, o reclamando, como si nos la creyéramos o a modo de mantra, la mesa de diálogo. Y, sobre todo, haber hundido las movilizaciones en Catalunya. Ponsatí afirma en su carta que se ha contribuido a hacer fuerte a un Gobierno débil como es el de Pedro Sánchez. Pero este Gobierno, al que tanto le gusta autocalificarse de progresista, sabe perfectamente que no hay un win-win en las relaciones entre el Estado y Catalunya. Desde el Decreto de Nueva Planta, pasando para el 155, si España gana, Catalunya pierde... pero que se pierda por la acción y el talante mientrastantista del Govern de la Generalitat es, para Clara Ponsatí, del todo incomprensible.

Clara, yo también estoy harta de ver construir nuestra debilidad, de oír tanta mentira y de que, cuando el biempensante se pone serio, me atraganten tantos argumentos ad hominem. Estoy cansada de la falacia de dar por hecho que no puede ser verdad lo que se afirma si no se tienen bastantes calificaciones (según el fiscalizador de las lógicas perversas) para defender una tesis alternativa a las verdades del poder o de sus comentaristas a tanto la hora

Según la consellera exiliada, ofrecer la desescalada del conflicto ha sido una pifia "que pagamos todos" porque todos los aparatos del Estado, lejos de desescalar, han aprovechado la debilidad del gobierno Aragonès "para acelerar el proceso de asimilación y disolución de la nación catalana y de nuestras libertades". Y suma a la ecuación estabilizadora los Jocs Olímpics d'Hivern, el espionaje ademocrático de Pegasus y el conflicto creado sobre el idioma en las escuelas. En cambio, desde el gobierno de la Generalitat se muestra una indignación que no se alarga al tercer día, para seguir haciendo apelaciones al diálogo como una manera de comunicar que no seremos un problema para el nacionalismo español. Y, de paso, también para los unitaristas y brigadas patrióticas y, sobre todo, para las fuerzas económicas tan interesadas en la estabilidad, la unidad de mercado y el bienestar de los Borbones de todas las edades. En Madrid, nos advierte Ponsatí, "lo han entendido y actúan en consecuencia. Eso debilita nuestras instituciones de manera inmediata, pero toda la sociedad catalana pagará los platos rotos". Toda la sociedad, sí. Pero por encima de todo, por la vertiente económica, trabajadoras y trabajadores. Y por la vertiente de la conciencia y la razón, las personas demócratas y consecuentes.

Clara, yo también estoy harta de ver construir nuestra debilidad, de oír tanta mentira y de que, cuando el biempensante se pone serio, me atraganten tantos argumentos ad hominem. Estoy cansada de la falacia de dar por hecho que no puede ser verdad lo que se afirma si no se tienen bastantes calificaciones (según el fiscalizador de las lógicas perversas) para defender una tesis alternativa a las verdades del poder o de sus comentaristas a sueldo. Y así, acabar reaceptando la autonomía, el blanqueamiento de la corrupción, o los espionajes de Pegasus. En los argumentos ad hominem es determinante quién defiende las ideas que no convienen al poder o hace mal uso de la retórica, y se desacredita a la persona para desacreditar sus propuestas. No se critica el contenido de los argumentos ni se demuestra, por ejemplo, que la autonomía no es ningún aprendizaje necesario para aprender a gestionar bien a mayor honor y gloria del Estado unitarista "que nos hemos dado entre todos", ni una escuela permanente de vasallaje con besamanos incorporado, autodesprecio y cobardía. Los neoconversos al pensamiento único del diálogo rechazan ahora la ruptura y no se dan cuenta de que en un método de éxito hay un espacio central para la movilización, unos momentos determinantes de mediación, y un diálogo nunca unilateral que impone igualdad y nunca sumisión.

En un pasaje importante de la carta de la Clara Obiols al president Aragonès se dice:

"La peor consecuencia de la estrategia que lideráis es la desmoralización, fruto del descrédito en las ideas que han estado en el centro de nuestras posibilidades de liberación, cuando desde la supuesta moderación caricaturizáis el independentismo rupturista como un actor encendido e irracional, hundís las ideas fuertes que nos alzaron contra la ocupación y les quitáis a los catalanes la posibilidad de construir un futuro libre e independiente. Porque solo podemos combatir los intentos del Estado de hacernos claudicar y desaparecer desde las convicciones y el gusto por la Libertad".

Es el gusto por la libertad el que nos hace nación. Via fora!