1. LA OPORTUNIDAD DE UNA CRISIS. A finales del siglo XIX, justo antes del triunfo de la llamada candidatura de los “Cuatro presidentes” en las elecciones legislativas españolas de 1901, el catalanismo estaba en plena lucha autodestructiva. La guerra entre los intransigentes de la Unió Catalanista y el sector posibilista, que en 1899 había creado el Centro Nacional Catalán, sin salirse del partido madre, era total. Incluso tenían órganos de expresión propios, La Renaixença y La Veu de Catalunya, desde los que se lanzaban dardos a cada momento y los rifirrafes personales estaban a la orden del día. Discrepaban, con una gran vehemencia fratricida, sobre la estrategia y el tipo de acción política que debían seguir. Fue un choque traumático. Los de La Veu, con Narcís Verdaguer i Callís y Enric Prat de la Riba al frente, entendían que el catalanismo tenía que implicarse en la política para conseguir concejales y diputados que defendieran los intereses de Catalunya en las corporaciones locales y en el Congreso de los Diputados de Madrid. El programa era muy simple: reclamar una nueva fiscalidad —concierto económico— y una descentralización administrativa que llevara a la creación de una diputación única catalana. Los de La Renaixença, encabezados por Manuel Folguera i Duran y Àngel Guimerà (quien el 30 de noviembre de 1895 había roto moldes con su discurso inaugural en el Ateneo en catalán), sostenían que lo suyo era defender íntegramente el programa aprobado en las Bases de Manresa el 1892, que idealizaba la organización política catalana medieval, y mantenerse al margen de la política española. Los intransigentes acusaban a los posibilistas de “querer vender el catalanismo” pues confiaban demasiado en las promesas del nuevo gobierno de Madrid. Un gobierno posdesastre, que se constituyó el 4 de febrero de 1899 a iniciativa de dos figuras del regeneracionismo español, el conservador Francisco Silvela y el general Camilo García Polavieja. Quisieron captar a algunos regionalistas dinásticos como Manuel Duran i Bas (designado ministro de Justicia) y el doctor Bartomeu Robert fue nombrado alcalde de Barcelona con la misma intención. Aun así, aquel reformismo español fue un espejismo y las esperanzas depositadas por los catalanistas posibilitas en el nuevo gobierno se hundieron muy pronto. La decepción llegó cuando el ministro de Hacienda, Raimundo Fernández Villaverde, presentó los presupuestos, que, contraviniendo todos los pactos, comportaban aumentar los impuestos con la intención de enjugar el déficit provocado por la guerra colonial y no contemplaban el concierto económico prometido por Polavieja a los regionalistas y catalanistas. El conflicto estaba servido.

La observación de las peleas entre los catalanistas derivadas de la crisis finisecular es inspiradora para reflexionar sobre la actualidad, dominada por el hecho de que mucha gente vive con frustración y mala leche las consecuencias del fracaso de 2017

2. UNA FRACTURA QUE MADRID CURA. La respuesta de las clases medias catalanas a las falsas promesas del regeneracionismo español fue radical, por lo menos visto con los ojos de aquella época. Así es como debe entenderse el llamado Tancament de Caixes de 1899, que fue la más importante y amplia movilización antifiscal que se haya dado jamás en la Catalunya contemporánea. La brutal y exagerada represión ejercida por el gobierno de Madrid en contra de esta huelga de contribuyentes tuvo un doble efecto sobre la política catalana. Por un lado, el sector regionalista surgido de los partidos dinásticos rompió definitivamente con el establishment español para aproximarse al catalanismo posibilista. No les quedaba otra alternativa si querían evitar quedar reducidos a la nada. Por otro lado, la división entre los intransigentes y los posibilitas de la Unió Catalanista se convirtió en irreversible. La guinda la puso el hecho de que los intransigentes se dedicaron a denunciar a los posibilitas, acusándolos de “falsos profetas” para justificar que ellos se habían mantenido al margen, equivocadamente, de las movilizaciones gremiales. Para ese sector del primer catalanismo, la fórmula era sencilla: o las Bases de Manresa o nada, a la manera como, desde otra perspectiva, los revolucionarios del siglo XX gritarían “socialismo o muerte”. Idealismo en estado puro. La política también es a menudo una manifestación agónica del malestar y el desconcierto populares. Es difícil comprender por qué los intransigentes se mostraban tan ariscos con los posibilistas justo cuando estos más comprometidos estaban con el movimiento de protesta. Las críticas iban dirigidas especialmente contra los “conversos”, como el doctor Robert, el prohombre barcelonés que tiene un monumento inmenso en la plaza Tetuan y todavía hoy en día es un icono del catalanismo temprano. Como conté en mi libro El catalanisme i l’estat. La lluita parlamentària per l’autonomia, 1898-1917  (PAM, 1993), la primera intervención del doctor Robert en las Cortes españolas provocó una irritación tal, que las réplicas de los jefes de fila de los partidos españoles fueron épicas. Lo acusaron de separatista, de querer implantar lo que en Madrid denominaban el “programa de Manresa”, de insolidario y no lo tildaron de supremacista porque entonces esta palabra no se estilaba. O sea que aquel “converso” era, según la visión que tenía el nacionalismo español, un intransigente y no un posibilista. Todos los esfuerzos de los catalanistas por separarse entre ellos no favorecían a nadie, puesto que el españolismo equiparaba a unos con los otros. Ya entonces era evidente que en Madrid solo estaban dispuestos a aceptar un regionalismo aguado y vencido.

3. UNA NUEVA CRISIS, UNA NUEVA OPORTUNIDAD. Lo que acabo de explicar resumidamente, el profesor Borja de Riquer lo desarrolla in extenso en su nuevo libro Francesc Cambó. El último retrato (Crítica). No caeré en el anacronismo de transportar al mundo de hoy lo que es propio del mundo de ayer. Ahora bien, la observación de las peleas entre los catalanistas derivadas de la crisis finisecular es inspiradora para reflexionar sobre la actualidad, dominada por el hecho de que mucha gente vive con frustración y mala leche las consecuencias del fracaso de 2017. La metáfora que se extrae de lo que los acabo de exponer es que antes de empezar un periodo en que el catalanismo, conservador o progresista, se convirtió en el centro de la política catalana, desbancando a los partidos dinásticos, la crisis política que lo dominaba era profunda. Exterminadora, según como se mire. Muy pocos tenían una idea clara sobre cuál era el camino para salir de ella. A pesar de su juventud, solo Cambó nadaba entre las dos aguas, las dos almas, de la Unió Catalanista. La represión posterior al Tancament de Caixes fue dura, con encarcelamientos, juicios y multas, además de declarar el estado de guerra en Catalunya. Pero el catalanismo finalmente se recuperó. Cuando en marzo de 1901 Silvela dimitió y se vio obligado a convocar elecciones legislativas, llegó la oportunidad para cambiar las cosas. La victoria de los “Cuatro presidentes”, en unas elecciones que, si se hubieran celebrado hoy en día, las denominaríamos “plebiscitarias”, tuvo como consecuencia el nacimiento de un partido nuevo, la Lliga Regionalista, y el despliegue de una estrategia que definió el catalanismo durante más de un siglo, hasta el arranque de la década soberanista en 2012. No es poca cosa. Arrastró a todo el mundo y en relativamente poco tiempo acabó deshaciendo la línea que separa a los intransigentes de los posibilistas. Las victorias curan muchos males. La clave del triunfo de la candidatura antidinástica fue, precisamente, que el catalanismo había conseguido tener presencia en la sociedad civil del momento, alcanzando tanto el mundo cultural como el empresarial. Es por eso por lo que me parece inverosímil una información del diario Ara sobre la participación de militantes de partidos independentistas en una candidatura unionista para derrotar al independentismo en la Cambra de Comerç de Barcelona. No creo que un independentista que lo sea de verdad, si no es que hace como los intransigentes de otras épocas, pueda plantearse encabezar una candidatura del llamado “frente de orden” empresarial para evitar que se repita el triunfo de Eines de País que en 2019 dejó con la boca abierta al establishment. Que Antoni Cañete de Pimec y Josep Sánchez Llibre de Foment quieran probarlo es normal, los otros personajes que menciona la noticia sería suicida que se sumaran a ellos. La actual presidenta de la Cambra de Comerç de Barcelona y reconocida dirigente empresarial del independentismo, Mònica Roca, se presenta a la reelección y sería lógico que todos los independentistas le apoyaran. Los partidos que dicen ser independentistas deberían reforzarla, como hicieron los catalanistas en 1901, pues supieron reagruparse. Repensar las estrategias después de la crisis vivida el 2017 no debería tener como primera consecuencia debilitar a la sociedad civil. Si bien el ideal deseado no se logrará en el corto plazo, por lo menos que la unidad popular independentista sirva para enfrentarse al estado siempre, sin claudicaciones, ni proclamas inútiles. De una derrota puede salir una victoria si los dirigentes políticos y cívicos saben estar a la altura del momento.