“Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante una guerra i después de una cacería”. La sentencia es del canciller alemán Otto von Bismarck. Todos los políticos mienten cuando husmean las urnas. Les sale del vientre de la bestia. Está previsto que las elecciones municipales se celebren en 2019 y los partidos catalanes ya han empezado a hacer campaña, como si no hubiera pasado nada. Como si el momento político actual no fuera excepcional. Lo malo es que, como era de prever, siempre hay quien tiene la tentación de sacar tajada de los efectos del 1-O. De apropiárselo como un trofeo para exhibirlo en campaña. Oriol Junqueras es el primero en hacerlo con la carta que ha dirigido a los reunidos en la Conferencia Nacional de Esquerra Republicana. Una carta, digámoslo todo, escrita bajo los efectos —por desgracia— del aislamiento que vive debido a su encarcelamiento.

Otro día ya comentaré la carta en su conjunto, a pesar de que no estoy muy convencido de que hayamos de dar cancha al chovinismo partidista, que es el recurso de todos los partidos, que sólo saben mirarse el ombligo. “Nosotros lo hacemos todo bien. Son los otros los que se yerran y fallan”, afirman sin apuros. Junqueras es especialista en acariciarse —¡Junqueras es amor!—, por eso considera más grave estar recluso en prisión que tener que vivir en el exilio. Por lo que parece, la pena no es la misma. Lo es. Y en los dos casos es una injusticia. Quizás es que Junqueras hizo un mal cálculo cuando decidió quedarse. Las cárceles en España son muros que ahogan las palabras e impiden que crezcan los mitos. Pero, vaya, que cada cual haga lo que quiera. De momento la gente se lo perdona y por eso asiste a cenas y fiestas amarillas, se manifiesta e ingresa dinero a la Caja de Solidaridad para ayudar a los presos y exiliados a pagar el rescate que les impone el juez por su secuestro. El soberanismo cívico no discrimina según el color político de los represaliados. El president, los trece consellers y los Jordis son “nuestros” presos y exiliados porque todos ellos son rehenes del Estado.

Constato que la mayoría de la gente está cansada de los partidos tradicionales. De la A a la Z. Lo percibo en los actos a los que acudo últimamente. Voy de aquí para allá y todo el mundo me pregunta cómo podría presentarse a las elecciones municipales al margen de los partidos del bipartidismo catalán. Les respondo que eso dependerá de ellos. De si se atreven a cortar amarras. Y es que la gente también está cansada de la hipocresía de los políticos. Les pongo un ejemplo muy llamativo. El mismo diputado que acusó de traidor al president Puigdemont el 27-O es ahora el encargado de leer la carta de Junqueras con la que anunció una tregua y el consiguiente regreso de los republicanos al autonomismo domesticado. El Bad Godesberg de ERC sobre el procés, como escribió en estas mismas páginas David González. Los socialdemócratas alemanes renunciaron al marxismo en plena guerra fría y ERC renuncia a lo que acaba de pasar en Catalunya en plena represión. Ya dieron muestras de ello el 30 de enero, cuando Roger Torrent impidió la investidura de Carles Puigdemont. La obsesión por volver a la “normalidad” ha provocado unos cuantos daños colaterales. Ha cedido la iniciativa a los otros, al adversario, que no está dispuesto a ceder en nada. El PSOE no es el PP, está claro. Pero cuando Tardà y Campuzano gallardean y van diciendo que fueron ellos los que echaron a Mariano Rajoy sin contrapartidas, demuestran que son dos ejemplares de aquellos políticos catalanes del régimen del 78 que vendían la nada como si fuera el paraíso. La política hecha narcótico. Más pronto que tarde se abrirá paso en Catalunya alguien como la joven neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez, que aporte aire fresco y acabe con el establishment procesista.

La independencia llegará bajo el brazo de los conversos y no de los sermones de los convencidos

Lo que resulta inaceptable de la carta de Junqueras es que diga que “desde el mes de julio Esquerra Republicana tuvo que cargar con todo el trabajo y la responsabilidad para salvar el 1 de octubre”. ¿Qué quiere decir con esto? Vaya manera de distorsionar la realidad. Si bien es verdad que las disputas en el seno del Govern provocaron que Puigdemont forzara un acuerdo mediante el que la competencia para comprar las urnas pasó de estar bajo las manos de la consellera Meritxell Borràs, que entonces ya cargaba con una querella de la fiscalía, a las del consejero Romeva, también es verdad que al final el Govern no compró las urnas. El referéndum del 1-O no es ni de los unos ni de los otros, es de la gente. Fue la gente normal y corriente, entre la que no dudo que hubiera militantes de los partidos soberanistas, la que tiró del carro para plantear el mayor desafío contra el Estado de los últimos tiempos. Ese protagonismo popular se manifestó tanto en la preparación del referéndum como durante el mismo día 1, cuando la policía zurró a todo bicho viviente. Cuando la secretaria general de ERC y algunos dirigentes del PDeCAT reclamaron parar la votación después de las primeras cargas policiales, fue la gente anónima, con partido o sin él, la que convirtió el 1-O en una jornada histórica que será recordada por siempre jamás. Entrará en los libros de historia. Y eso será así por lo que todavía no ha entendido Junqueras: que el 1-O fue posible gracias “a la fe de los conversos”. La independencia llegará bajo el brazo de los conversos y no de los sermones de los convencidos. ¿O es que Ernest Maragall es menos converso que Artur Mas? Los reproches partidistas de Junqueras centrifugan tanto como la obsesión de Marta Pascal por apropiarse del voto a favor de Puigdemont el 21-D.

Ningún partido político puede atribuirse la victoria del 1-O. Lo que sí que todavía espera la gente es que alguien le explique por qué los partidos fueron incapaces de dominar la situación al día siguiente, después de que dos millones y medio de personas hubieran custodiado las urnas y depositado su voto a pesar de la lluvia y los porrazos. Junqueras también podría explicarles qué pasó el 27-O, cuando los partidos políticos hicieron el ridículo proclamando una república que no supieron sostener ni un minuto. La república quedó colgada en las nubes. Es por eso que Junqueras no la menciona en su carta. El referéndum, en cambio, no fue virtual. Esa es la razón por la que Junqueras quiere atribuir el éxito del 1-O a ERC. Si vamos de ese palo, antes de colgarse medallas quizás que nos cuente qué hizo él del 26 al 28 de octubre. El siempre mordaz Winston Churchill aseguraba que había descubierto que a menudo zamparse las propias palabras era una dieta equilibrada. Todos los políticos deberían aprender algo de Churchill, además de citarlo. Y es que el primer ministro británico perdió las primeras elecciones celebradas al acabar la Segunda Guerra Mundial. Vaya paradoja, ¿verdad? Quizás es que, a pesar de ganar la guerra, el verbo inflamado de Churchill no consiguió ahorrar a la población el sufrimiento ni el blitz de la Luftwaffe sobre Londres. Habló demasiado. La épica de las palabras no pudo esconder sus debilidades.