“¿Sabéis qué dicen los árboles cuando el hacha entra en el bosque? ¡Mirad! ¡El mango es uno de los nuestros!”. Esta es la leyenda que da entrada a la novela Regreso a Killybegs, publicada en 2011 por el periodista francés, nacido en Túnez, Sorj Chalandon. La dedicatoria general del libro (Panamericana 2018, pero traducido al catalán en 2014 por Edicions de 1984) va en la misma línea: “A todos los que han amado a un traidor”. Chalandon narra la historia de Tyrone Meehan, una criatura nacida en un pequeño pueblo norteño de Irlanda, en el condado de Donegal. La muerte prematura del padre obliga a la madre y a los hermanos a trasladarse a Belfast. Este será el ambiente ideológico y emocional en el que Tyrone crecerá. La novela es un relato de los años más duros del combate republicano contra la tiranía inglesa. El autor no ahorra ningún detalle. La dureza del conflicto deshace vidas y coloca a todo el mundo en situaciones extremas.

Chalandon, que vivió unos años en Irlanda del Norte, explica la historia de un traidor. Y la explica volviendo al pasado, haciendo un balance realmente estremecedor de la violencia, de la represión, del odio y de la venganza, pero también de la solidaridad, que condicionaron la vida del protagonista y la del conjunto de la comunidad norirlandesa. Quien haya vivido aquellos años, aunque sólo fuera hacia el final del conflicto, como yo mismo, reconoce perfectamente lo que está contando Tyrone Meehan, que es quien habla en primera persona, incluso cuando se dirige a Antoine, un lutier parisiense muy aficionado a la música tradicional irlandesa, que aquí es el alter ego de Chalandon. De hecho, esta es la razón profunda por la que Chalandon escribió esta novela. Fue la manera que encontró para entender qué había pasado con su amigo Denis Donaldson, un miembro muy relevante de la dirección del Sinn Féin que fue asesinado (habría que decir, ajusticiado) en 2006, cuando se llevaban ya unos años de los Acuerdos de Paz de 1998.

El 16 de diciembre de 2005 el Sinn Féin hizo público que Donaldson había sido un agente de los servicios de espionaje británicos durante 20 años. El descubrimiento causó una gran conmoción y el antiguo héroe pasó a ser inmediatamente el gran traidor que se tuvo que esconder en un pequeño rincón del condado de Donegal, en la República de Irlanda. Para Chalandon, el descubrimiento también fue una sorpresa: “Me iba de vacaciones a Senegal y sonó el teléfono. Era una compañera de Libération  —explicó en una entrevista— y me dijo: ‘Denis Donaldson es un traidor’. Le respondí: ‘¿Qué dices?’. 'Lo acaban de confirmar'. Caí desmayado, como en una película... Perdí totalmente la conciencia. Eso me rompió la vida, la confianza... Para mí Irlanda eran los muertos, los prisioneros, pero sobre todo era él... Por suerte, quedaron todos los demás”. Muchos años después, como se puede constatar en otra entrevista que emitió TV3 en 2014, las lágrimas todavía lo embargan. El recuerdo del amigo traidor le hacía sufrir. En la anterior novela, Mon traître (2008, que no ha sido traducida al catalán pero sí al castellano: Alianza, 2010), Chalandon ya abordaba la cuestión de la traición, aunque en ese caso el punto de vista era el del amigo traicionado, otra vez el lutier Antoine. Ninguna de las dos novelas son un homenaje al amigo cuya peripecia vital Chalandon no sabe cómo afrontar. Al contrario, el mismo Chalandon nos dice que en sus novelas no se perdona. Pero tampoco se juzga. Hay perplejidad y humanidad. La vida, tan dramática como la primera frase de la novela, cargada a la vez de brutalidad y política: “Cuando mi padre me pegaba, gritaba en inglés, como si no quisiera mezclar aquello con nuestra lengua”.

Violar la fidelidad a los amigos es una opción, ya sea por debilidad, ya sea por cálculo

“Quizás algún día podré afirmar que un traidor también es una víctima, pero por el momento no puedo hacerlo. No puedo pensarlo, porque un traidor ordena matar a sus amigos, traiciona a la comunidad que quiere proteger. Pero todo eso convive con el hecho de que es un magnífico amigo, un marido genial, un padre formidable... Existe mi propio traidor. Porque creo que yo soy los dos”. Así es como Chalandon aborda la relación entre amistad y traición. A pesar de que Chalandon se pone en la piel del traidor, en ningún momento pretende justificar su acción. Los traidores no son, por norma general, gente loca. Como los fascistas tampoco lo son.

Violar la fidelidad a los amigos es una opción, ya sea por debilidad, ya sea por cálculo. Donaldson fue asesinado cuando ya estaba aislado socialmente y eso habría tenido que ablandar a quienes decidieron eliminarlo. Pero no, como Chalandon, los pistoleros no abdicaron del propósito de eliminarlo aunque aquel hombre ya estuviera solo, aislado y repudiado por todos sus antiguos camaradas. Eso es lo que suele pasar cuando alguien es capaz de engañar a todo el mundo haciéndose pasar por lo que no es. “La primera vez que vi a mi traidor me enseñó a mear” —esta es la frase con la que arranca Mon traître. El “coleguismo”, la bondad, el amor es el velo con el que tapar las vergüenzas del traidor. Pero es necesario algo más. Es necesario convertirle en mártir. A Donaldson la policía británica lo detuvo en 2002 simplemente para cubrir su mentira, cuando la paz en Irlanda del Norte era —y es todavía— muy frágil. Era urgente dominarlo todo. La calle y el relato.