Los arquitectos Ronald Rael y Virginia San Fratello han desafiado a Donald Trump y a su política migratoria. Estos dos profesores de la Universidad de California (Berkeley) y de la Sant José State University, respectivamente, que además son socios en su propio taller de arquitectura, decidieron instalar tres balancines de color rosa, parecidos a los que se ven en los parques públicos, cuya particularidad es que el eje y punto de apoyo que permite el balanceo es el muro que separa México de los EE.UU. La idea era esa. Los arquitectos querían demostrar que los niños y las niñas de ambos lados de la valla no son tan diferentes, que lo que ocurre a un lado de la frontera repercute en el otro. Tienen razón. La globalización es eso, le guste o no a uno de los presidentes de los EE.UU. más reaccionarios de los últimos tiempos. Además, como cuenta el chiste de aquel campesino polaco que vivía en la frontera con Rusia y eligió continuar perteneciendo en Polonia porque su mujer creía que en Rusia hacía demasiado frío, el sol abrasador que calienta el asfalto de Ciudad Juárez, en México, y Sunland Park, en los EE.UU., es exactamente el mismo.

No es una acción meramente reactiva. Rael y San Fratello idearon la acción en 2009, cuando pusieron en marcha el proyecto “Teeter-Totter Wall”. Han tardado una década en poder instalar los balancines. Les ha ayudado la Universidad pero, sobre todo, una ONG, especializada en buscar soluciones arquitectónicas asequibles, denominada Chopeke. El mundo de la solidaridad no tiene fronteras. No debería tenerlas, a pesar de que a menudo los prejuicios ideológicos malogran grandes iniciativas. Lo he visto en la UNESCO y en los ámbitos de la cooperación. Este no es el caso. La coyuntura ha favorecido que la acción de colocar los tres balancines de color rosa haya tenido la repercusión que ha tenido. El populismo de Donald Trump enoja incluso a los conservadores más sensatos. Pero la idea de que jueguen juntos los niños de ambos lados del muro surgió diez años atrás para expresar la interconexión entre los humanos y para mostrar hasta qué punto lo que afecta a uno mismo, afecta a los demás.

Vivir juntos entre personas diferentes es una oportunidad. Cuanto más unidos estamos, sin imposiciones, más evidente es la peculiaridad de cada cual, más claro resulta que todos somos diferentes

Si Rael y San Fratello llevan una década proponiéndose a sacar adelante una iniciativa como esta es porque el racismo y el apartheid promovido por las autoridades de los EE.UU. ya era muy patente en 2009. ¿Quién era entonces el presidente de los EE.UU.? Aquel era el último año de la presidencia de otro presidente republicano, embustero y analfabeto, que metió a los EE.UU. en otra guerra nefasta. El 26 de octubre de 2006, George W. Bush firmó la llamada “Ley del Muro”, promovida por el congresista republicano Peter King —a quien se conoce como “el rey de la islamofobia”—, mediante la que se ordenaba la construcción de una doble barrera en varios tramos de la frontera con México para frenar la inmigración ilegal que una parte de los estadounidenses considera que es uno de los problemas más serios que tienen que afrontar los EE.UU. La apelación a la seguridad de las fronteras sirvió para que el gobierno federal pasara de destinar 4.600 millones de dólares para prevenir la inmigración a los 10.400 millones entre el 2001, primer año del mandato Bush, y el 2006. Además, la administración Bush preveía que a finales de su mandato, en 2008, la Guardia Fronteriza estaría en disposición de duplicar las 12.000 detenciones y deportaciones de inmigrantes de entonces con una correcta aplicación de la nueva ley. El eslogan de Trump, “America First”, todavía no circulaba, pero la filosofía ya estaba muy extendida. Las cosas no ocurren porque sí. Todo movimiento tiene un precedente. El populismo no nace como una seta aislada. El conservadurismo —de derechas o de izquierdas— es la semilla.

Las actitudes cavernícolas no son solo patrimonio de los republicanos. Este año se celebran elecciones para la Cámara de Representantes y un joven demócrata, afro-latino y gay, actualmente representante del distrito del Bronx en el consistorio de Nueva York, se postula para convertirse en congresista. A pesar de que lo previsible era que Ritchie Torres hubiera recibido las críticas homófobas y racistas del presidente Trump, en la línea del tuit que dedicó a las cuatro congresistas demócratas de origen latino, la realidad es que el ataque más furibundo fue obra de otro demócrata, el reverendo pentecostal Rubén Díaz, Sr., senador del estado de Nueva York, y que en 2011 se opuso claramente a la legalización del matrimonio gay. Torres fue el primer político que accedía al Ayuntamiento sin esconder su orientación sexual. Pero es que en su caso, se acumula todo. Es negro, latino y gay. ¿Qué más podían pedir quienes le critican? Y eso a pesar de que Díaz también es descendente de puertorriqueños y de piel oscura. Las ideologías a menudo son más “asesinas” que no los prejuicios raciales y sexuales.

Rael y San Fratello son dos personas voluntariosas que con poca cosa extienden la solidaridad extramuros. Ya lo decía Martin Luther King: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el arte de vivir juntos, como hermanos”.  No me consideren naif, por favor. Vivir juntos entre personas diferentes es una oportunidad. Cuanto más unidos estamos, sin imposiciones, más evidente es la peculiaridad de cada cual, más claro resulta que todos somos diferentes. La pluralidad no puede convertirse jamás en un conflicto. Es la solución. Créanme.