Carles Viver i Pi-Sunyer se equivocó. Y su equivocación propició que todos los independentistas descarrilaran. No le acuso de nada. De idealismo, en todo caso. De un exceso de confianza con el sistema “democrático” español. Quizás la mochila de jurisconsulto, de antiguo vicepresidente del Tribunal Constitucional español, le llevó a pensar que era posible una transición de “la ley a la ley” sin coste alguno. Esta era la hoja de ruta de quien fue el comisionado para la Transición Nacional que fue destituido con la aplicación del 155 sin que ocurriera nada. Ahora que los conservadores —los que reclaman moderación sin aportar ninguna alternativa— se dedican a descalificar al independentismo que no quiere volver a la “normalidad” de aferrarse a un “pensamiento mágico”, deberían reconocer que cantar victoria antes de ganar el partido sí que fue un juego de manos. Éramos menos el 27-S que ahora.

Viver i Pi-Sunyer impuso una estrategia, porque a pesar de que fracasara ante la fuerza de la represión era una estrategia, que solo consiguió superar el trámite parlamentario sin ningún efecto posterior. Aquella estrategia, avalada por el Consejo Asesor de la Transición Nacional, consistía en propiciar un cambio pacífico mediante unas leyes de desconexión cuya forma de aprobación recordaba el procedimiento que Adolfo Suárez aplicó a las Cortes franquistas para arrancar el voto afirmativo de los procuradores a la Ley de Reforma Política. ¿Se acuerdan de aquel altivo y chulesco Joan Coscubiela que fue aplaudido a rabiar por la derecha nacionalista española cuando afirmó que  la ley de transitoriedad era una atentado a la democracia y a Montesquieu? Estar en contra de la independencia de Catalunya le llevó a rehusar una estrategia pacífica de desconexión con los mismos argumentos que los ultras se opusieron a Suárez. Los franquistas también blandían la ley para oponerse al cambio.

“Catalunya se constituye en una República de derecho, democrática y social”. El primer artículo de la ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la República era, de facto, la declaración de independencia que el Gobierno se había comprometido a sacar adelante si en el referéndum que se estaba organizando se imponía el sí. Poco antes de la una de la madrugada —ya era 8 de septiembre— la ley quedó aprobada en el Parlamento en una votación sin la presencia de los partidos unionistas y con los únicos votos en contra de CSQP. Aquella era la principal promesa electoral de JxSí: una ley que sustituía la Constitución española y que con la que se proponían cambiarlo todo. No se llegó a aplicar. Este fue el gran problema. Dos meses antes, los partidos independentistas habían acordado separar la ley del referéndum de la de transitoriedad, precisamente para diferenciar entre un momento y el otro. Entre la estrategia y el medio para llegar a la proclamación de la República. Tampoco sirvió para nada.

La intransigencia de los gobernantes españoles solo se puede combatir con la fuerza de los principios democráticos. No necesitamos mártires

El referéndum se celebró, a pesar de los 10.000 policías que se trasladaron a Catalunya, y se ganó. No soy un fundamentalista en esta cuestión, porque sé que la solución democrática de este conflicto seguramente acabará con el ejercicio del derecho a la autodeterminación y, por lo tanto, con la repetición del referéndum, esta vez acordado. Pero lo que el independentismo no puede olvidar de ninguna manera es que el 1-O existió y fue la mayor demostración de desobediencia civil no violenta que se haya dado jamás en la Cataluña contemporánea, un país dominado a lo largo de la historia reciente por las altercados, las dictaduras, las semanas trágicas, las guerras civiles, las revueltas y los golpes de estado. La reacción violenta del Estado contra la “revolución de las sonrisas” puede provocar que alguien llegue a conclusiones no deseables. La intransigencia de los gobernantes españoles solo se puede combatir con la fuerza de los principios democráticos. No necesitamos mártires. Con políticos que no achanten nos basta y nos sobra.

Fracasada, pues, la estrategia de Carles Viver i Pi-Sunyer, a quien ya se le ha reconocido el esfuerzo con la concesión de la Medalla de Oro de la Generalitat que recibió de manos del presidente Torra, estaría bien que empezáramos a pensar en una estrategia nueva basada en la ruptura. La ruptura de verdad y no la “ruptura pactada”, que fue un invento de los comunistas para maquillar la evidente imposibilidad de la oposición democrática para derrotar al franquismo. Ese fracaso fue tan evidente, que ahora el nuevo Ayuntamiento de Madrid, dominado por el trifachito, quiere colocar una placa para homenajear el almirante Carrero Blanco, el jefe del gobierno de la dictadura que saltó por el aires por el efecto de una bomba. En Alemania los que atentaron contra Hitler reciben homenajes, en España, en cambio, el franquismo está tan arraigado en el Estado que a la primera oportunidad que se le ofrece saca pecho para reivindicarse y reivindicar a sus ídolos. ¡Qué equivocada está Carmena! La extrema derecha española no murió con Franco.

La estrategia de ruptura, que tiene que ir acompañada de una desestabilización permanente del Estado, no puede estar condicionada por las tácticas sectarias que llevaron al independentismo al umbral del acantilado antes del 1-O y posteriormente. La coalición PSOE-UP no es una oportunidad para el independentismo. Sobre todo porque los socialistas han asumido como propios los criterios del deep state sobre la resolución del conflicto soberanista. Los diputados independentistas no deben salir al rescate de un gobierno que no aporta ninguna solución para Cataluña. Podemos hacer caso al portavoz de Esquerra, que ya nos ha confesado que su independentismo es circunstancial, o a los involucionistas de JXCAT, atemorizados por la represión, pero entonces habrá que admitir que el Estado les ha derrotado. Y si fuera así, si la actual generación de políticos no se ve con fuerzas para resolver lo que ellos mismos empezaron, la dignidad debería llevarles a dimitir para dejar paso a nuevos liderazgos. La peor derrota es la rendición.