1. La tensión entre los dos dirigentes del 1-O es conocida. Desde que Oriol Junqueras salió de la cárcel en libertad provisional, el president y el vicepresident del Govern del Referéndum han coincidido dos veces. La primera en Waterloo, que por lo que cuentan fue un encuentro más personal que político. Es curioso que optaran por celebrar un almuerzo de amigos cuando, como es obvio, no lo son. El president Puigdemont ya ha dejado claro qué opina de su antiguo vicepresidente en los dos gruesos libros memorialistas que, a mi modo de ver, no era el momento de publicar. Optó por hacerlo y dejó sin tachar las referencias a Junqueras para que todo el mundo se enterara de lo mala que era su relación, incluso antes de la celebración del referéndum. Está claro que estos libros no tendrían ningún sentido si Puigdemont hubiera eliminado lo relacionado con Junqueras. Soy más fan del librillo Reu-nim-nos que del M’explico presidencial. Cuando en el primero de estos ensayos el expresident advierte que ha llegado “el momento de aislar factores de desunión, de cambiar actitudes de confrontación y falta de respeto, de ser muy generosos con el país”, tiene razón. Apela a reagrupar fuerzas. A acumular más. Los egoísmos de partido —quien esté limpio de culpa, que tire la primera piedra— perjudican la causa independentista y debilitan la confianza ciudadana. A pesar de que los indultos son una victoria del independentismo, el Estado no da su brazo a torcer y sigue sin admitir la necesidad de una negociación política. La unidad, desde la discrepancia, es imprescindible para derrotar al Estado.

2. La conmemoración del 60º cumpleaños de Òmnium Cultural volvió a reunir a Junqueras y Puigdemont en Elna, una ciudad de la Catalunya Norte que tiene un alcalde comunista, Nicolas Garcia, hijo y nieto de exiliados, que es partidario del derecho a decidir: “Para mí el pueblo palestino tiene el derecho de decidir su futuro y el catalán, también” argumenta sin tapujos. Un digno heredero de Pere Verdaguer, el activista nacido en Banyoles y exiliado en el Rosselló en 1939, quien siempre defendió las libertades nacionales de Catalunya, a pesar de identificarse con el jacobino PCF. En Elna, Òmnium consiguió reunir a políticos de todas las tendencias. Incluso estaba Anna Gabriel, que hasta el presente se había impuesto un silencio sepulcral. Ningún político tomó la palabra. Solo intervino en solitario el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, que es más político de lo que quiere aparentar. Hizo un llamamiento a la unidad del independentismo, mientras en las primeras filas lo escuchaban Puigdemont y Junqueras. A su lado estaban el presidente y vicepresidente actuales, Pere Aragonès y Jordi Puigneró, y la presidenta y la expresidenta del Parlamento, Laura Borràs y Carme Forcadell. También estaban presentes Joaquim Forn, Josep Rull, Jordi Sànchez, Toni Comín, Clara Ponsatí, Lluís Puig, Albert Batet, Alba Vergés, Meritxell Serret, Elsa Artadi, Cristina Casol, Francesc de Dalmases, Jenn Díaz, Glòria Freixa, Josep Rius, Ruben Wagensberg, Dolors Sabater, Eulàlia Reguant, Carles Riera, Montserrat Vinyets y Albert Botran. Las crónicas no mencionan a ningún político vinculado a En Comú Podem o al PSC. Tomen nota.

Parece como si Junqueras y Puigdemont apostaran por destruir el independentismo porque no saben ser buenos profesionales de la política ni líderes de un movimiento de emancipación nacional. Si los dos quieren contribuir a reconquistar la ilusión de la gente, están condenados a entenderse

3. Tengo la sensación de que republicanos (Esquerra) e independentistas (Junts) cada vez son más conscientes de que las disputas partidistas no llevan a ninguna parte. No sé si los anticapitalistas (CUP) se dan cuenta de cómo ha quedado el panorama posterior a 2017. Ellos deberían ser los más prudentes. Desde la noche de las elecciones de 2015, cuando Antonio Baños declaró que se habían ganado las elecciones, pero se había perdido el plebiscito, nada ha cambiado en relación con el apoyo electoral al conjunto del independentismo. El exconseller Carles Mundó, que pasa por ser el cabecilla del sector moderado de Esquerra e ideólogo de la aproximación al PSOE, reclamaba unidad de acción en un artículo publicado recientemente. Mundó se da cuenta ahora de que Pedro Sánchez ha empezado a activar los cortafuegos para minimizar la llamada "agenda catalana". Ni el PSOE ni Pedro Sánchez habrían tomado jamás la decisión de indultar a los presos políticos independentistas —señala el antiguo conseller— si no fuera por la coyuntura política. En plata, Sánchez ha decretado los indultos por oportunismo. Es por eso por lo que a Pedro Sánchez la mesa de diálogo ahora mismo le estorba. De momento solo busca que le aprueben los presupuestos de 2022. Mundó advierte a Junts y a Esquerra, pero la advertencia vale también para la CUP, de que, dadas las circunstancias, “los partidos independentistas harán bien de prestar la máxima atención a la gestión de los tiempos políticos”. Por lo tanto, lo más inteligente que pueden hacer es coordinarse para negociar los presupuestos. También tiene razón Mundó cuando destaca que, aprobadas las cuentas del Estado, la mesa de diálogo podría entrar en hibernación, los acuerdos con Esquerra se enfriarían y se aplazaría sine die la reforma del delito de sedición. "¡Unidad!, ¡unidad!", reclama Mundó.

4. La gente está muy decepcionada. Poco después de la muerte de Franco, y ratificada la Constitución del 78 con un 33 % de abstención —lo que significa que fue aprobada por un 58 % del censo electoral—, el desencanto se apoderó del ambiente. La década de los ochenta estuvo marcada por el pesimismo político que fue consecuencia de la frustración de muchos jóvenes que creyeron que la transición comportaría un cambio democrático real. Ahora podría ocurrir lo mismo. Muchos independentistas reprochan a Esquerra y a Junts —e incomprensiblemente disculpan a una CUP que siempre da tumbos— que se conformen con gobernar las migajas. La base independentista reclama a los partidos unidad de acción, puesto que, si son capaces de pactar para repartirse el poder de la Generalitat, también deberían mostrarse generosos para facilitar la unidad estratégica y un marco donde debatirla y acordarla. El pacto de investidura de Pere Aragonès entre Junts y Esquerra preveía “recuperar de forma inmediata[el subrayado es mío] espacios compartidos de análisis. El instrumento debía ser un nuevo “órgano de decisión colegiada”, que compartirían con la CUP, Òmnium y la ANC, y que estaría “coordinado” con el Consell per la República. Nada de todo eso se ha hecho, cuando es evidente que hoy es más necesario que nunca articular la unidad. Ya que esa unidad no ha podido ser electoral, porque se ha demostrado imposible, por lo menos que sea estratégica. Pero las disputas entre los partidos persisten y acaban con la paciencia de las bases. Mientras tanto, y sin que Junts y Esquerra hayan llegado a un acuerdo, el 28 de agosto comenzará la elección de candidatos para la Asamblea de Representantes del Consejo por la República, que está previsto que se celebre entre el 1 y el 3 de octubre. Parece como si Junqueras y Puigdemont apostaran por destruir el independentismo porque no saben ser buenos profesionales de la política ni líderes de un movimiento de emancipación nacional. Si los dos quieren contribuir a reconquistar la ilusión de la gente, están condenados a entenderse. Antes que ampliar la base, es necesario recuperar la actual.