El pasado viernes asistí al estreno en Barcelona del documental de Vicent Peris,  La estrategia del silencio, producido por Barret Films y Mediapro. Una asociación empresarial provechosa, como también pasó con un entretenido producto televisivo realizado por estos jóvenes valencianos, Cosins germans, una road movie emitida por TV3 en varios capítulos, con Dani Fabra, de Barret, como director de la primera temporada y Empar Moliner y Ferran Torrent de anfitriones.

A diferencia del estreno valenciano de La estrategia del silencio, que tuvo lugar el mes de febrero de este año en el marco del Festival Internacional de Cinema i Drets Humans, la sala barcelonesa de los Cinemes Girona no estaba muy llena, lo que es bastante habitual cuando la oferta es valenciana. Es un lastre que no logro entender. Los que no acudieron a la cita se perdieron 88 minutos muy intensos cinematográfica y humanamente, y un breve coloquio con el nutrido grupo de representantes de la Asociación de Víctimas del Accidente del Metro de València (AVM3J), encabezado por las briosas hermanas Beatriz y Rosa Garrote.

La estrategia del silencio es la crónica de los nueve años de lucha de esta asociación de víctimas del accidente de metro que tuvo lugar el 3 de julio del 2006, cinco días antes de que se iniciara la visita oficial del Papa Benedicto XVI al País Valencià, y que provocó 43 muertos y 47 heridos. De hecho, el documental arranca así, con el Papa sentado en la cabina del avión de Alitalia que lo trasladaba a la capital del Turia, antes de que el cauce del antiguo río se convirtiera en la hoguera de las vanidades del españolismo valenciano que Santiago Calatrava, el arquitecto del régimen, convirtió en una retahíla de monas de Pascua millonarias y defectuosas. Llàtzer Moix supo retratarlo muy bien a Queríamos un Calatrava. Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio (Anagrama, 2016).

Eran tiempos en los que la corrupción y la impunidad del entorno del PP dominaban el panorama valenciano

La asociación de víctimas y la productora se encontraron en 2012, cuando ya habían transcurrido seis años desde que algunas víctimas y sus familiares se concentraban el día 3 de cada mes en la plaza de la Mare de Déu de València, a las puertas de la basílica. Se plantaban allí prácticamente solos ante la indiferencia de la mayoría de los ciudadanos, e incluso algunos les reprochaban, además, que les molestaran con esa insistencia suya por recordar y por exigir responsabilidades a las autoridades valencianas, pues según ellos ya habían cobrado una indemnización por las consecuencias de todo aquello, lo que no era para nada cierto.

Esta es la historia de un grupo de personas que, haciendo de tripas corazón y superando las ganas de mandar a paseo a todo el mundo, perseveraron para no quedar sepultadas ante la estrategia del PP de silenciarlas y eludir las responsabilidades que había tenido en el descarrilamiento del convoy en una curva de la vía que llegaba hasta la parada de Jesús de la Línea I del metro de València. La estrategia de Francisco Camps y Rita Barberà, entonces poderosos gendarmes del españolismo chabacano valenciano, fue, ciertamente, aplicar el silencio. Borrar de la vida pública aquel hecho luctuoso gastando un buen puñado de dinero, como los 621.000 euros que Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana (FGV) pagó a la consultora H&M Sanchis entre 2004 y 2011 para que elaborara informes para contrarrestar a las víctimas. Eran tiempos en los que la corrupción y la impunidad del entorno al PP dominaban el panorama valenciano. Carlos Fabra, el sustituto de Camps, siguió por el mismo sendero.

La visita del Papa a València fue el punto culminante del desmadre gubernamental del PP

El documental lo refleja muy bien. Es el retrato de una València decadente, dominada por la trama Gürtel, e indiferente ante la adversidad. El documental es, también, una gran lección de periodismo, porque nos muestra, para bien y para mal, hasta qué punto la gente puede llegar a ser manipulada, en un sentido u otro. Se constata la complicidad de los periodistas de Canal 9 con la estrategia del silencio gubernamental, y no revirtió hasta que en 2013 fueron despedidos los 1.131 trabajadores de la Radiotelevisión Valenciana (RTVV). Fue entonces que esos periodistas despertaron, cuando “Martin Scorsese quemó RTVV”, por resumirlo a la manera de Salvador Enguix, o sea, cuando Fabra hizo lo mismo que dos de los mafiosos protagonistas de la película Goodfellas (Ray Liotta y Joe Pesci) y prendió fuego a la RTVV (ellos quemaron un restaurante que habían adquirido con un tercer mafioso, Robert de Niro, mediante la coacción al anterior propietario). Entonces entrevistaron por primera vez a Rosa Garrote, de la AVMJ3.

La lucha perseverante de las víctimas del metro de València, junto a otras luchas, compartidas o no por la mayoría de los valencianos dormidos por el efecto de la anestesia que durante años le aplicaron los socialistas de Joan Lerma y los españolistas del PP, agrietaron finalmente un régimen sostenido por el clientelismo. Que la llegada del nuevo gobierno valenciano, fruto del Acuerdo del Botànic de 11 de junio del 2015, comportara el reconocimiento de esa lucha y, por lo tanto, la disolución de las manifestaciones mensuales de los afectados, no debería confundirnos y pensar que una cosa es consecuencia de la otra. Es a la inversa, porque la alteración del orden de los factores sí que en este caso alteraría el producto. Son las luchas como la de la AVM3J, o la de Escola Valenciana, o la de Salvem l'Horta, o la de los vecinos de El Cabanyal, las que propiciaron el cambio político en el País Valencià después de muchos años de resistencia popular. Fue una lucha por la dignidad, que es lo que han podido recuperar los afectados por la manipulación política de unos gobernantes sin escrúpulos que, además, se enriquecieron fraudulentamente.

La visita del Papa a València fue el punto culminante del desmadre gubernamental del PP. Se empleó dinero público para hacer que lucieran los oropeles de esa visita que se desviaban de las partidas que habrían tenido que servir, por ejemplo, para comprar las valijas de seguridad del metro y que habrían evitado el accidente, como después ha quedado comprobado. Pero es que ya se sabe, a pesar de que Benedicto XVI fue a depositar una corona de flores a la boca de la parada del metro de Jesús, acompañado de Camps y de quien entonces era príncipe de Asturias, el rey Felipe VI, los Papas no viajan en metro. Y es que para muchos gobernantes, la gente no importa. Sólo es un decorado para las grandes ocasiones.