Puigdemont se marcha. El pasado martes, el president de la Generalitat exiliado anunció que renunciaba a presentarse de nuevo al cargo de presidente del partido independentista. Lo comunicó mediante una carta a la militancia en la que, además de convocar formalmente el congreso de Junts para el 4 de junio, explicaba los motivos de su renuncia: “He llegado a la conclusión —escribe— que el partido necesita una presidencia más implicada de lo que yo he sido; este fue, de hecho, un compromiso mío y tengo que agradecer el respeto que todo el mundo ha tenido conmigo y que me ha permitido mantener la estrategia que dirigimos desde el exilio y que no es, ni tiene que ser, la de ningún partido en particular”. Es evidente que Puigdemont se ha dedicado en cuerpo y alma a organizar y expandir el Consell per la República. En este sentido, su decisión de abandonar el cargo de presidente de un partido en concreto, aunque mantenga la militancia, le refuerza como líder nacional. Como un referente de la lucha de liberación nacional, especialmente desde el Parlamento Europeo, que es un altavoz que debería conservar en un futuro.

La decisión de Puigdemont se ha hecho pública al poco de que Jordi Sànchez, el actual secretario general de Junts, anunciara que renunciaba a la reelección. Las razones para renunciar de uno y de otro son muy distintas. Sànchez se va porque todos los sectores de Junts estaban en su contra. Su estilo peronista de gestionar un partido joven y tan plural como este ha provocado que, al fin, quedara aislado y sin el apoyo incluso del sector que le era más afín. En plata, Sànchez se va porque ni los suyos le apoyaban. Aunque no sea una crítica dirigida hacia él, porque Puigdemont ha sido el aval con el que ha contado siempre Sànchez, en la carta hace de la necesidad virtud. Escribe que está “muy satisfecho de que el nuestro no haya sido un partido en el sentido clásico, vertical, rígido y con pensamiento único”, pero si Sànchez abandona es por su incapacidad directiva. Por contra de lo que afirma Puigdemont, la mayoría de la militancia de Junts considera que la dirección actual no ha sabido alejarse “de la tentación sectaria en que suelen caer determinadas organizaciones muy rígidas y de gobernanza muy vertical”. El paradigma de este modo de funcionar se manifestó en cómo acabó la negociación entre Junts y Esquerra para investir a Pere Aragonès. El personalismo de Sànchez llevó a la confrontación, incluso personal, con otros dirigentes, especialmente Elsa Artadi.

Afirma el presidente que los adversarios de Junts ven en las disputas internas una señal de debilidad. Junts nació en un contexto de excepcionalidad y consiguió agrupar alrededor de la figura de Puigdemont, el president legítimo destituido por el 155, a personas de procedencias ideológicas y políticas muy variadas. No repetiré lo que ya he escrito un montón de veces sobre esto, pero la acumulación de errores ha provocado la inestabilidad de una organización que, por definición, es independentista y heredera del 1-O. Abandonar esa premisa en aras de un supuesto pragmatismo sería anularse. El primer error fue no romper con Esquerra el 30 de enero, cuando los republicanos se negaron a investir a Puigdemont. Y no se optó por ello por la presión del grupo que hoy todo el mundo identifica con Jordi Turull, como representante del antiguo PDeCAT. El segundo error fue no constituir el partido inmediatamente después de ganar las elecciones del 21-D. El tercero, apostar por una organización de masas como la Crida y después cargársela, por las presiones de los neorregionalistas de Marta Pascal y compañía, por miedo a perder el control. Aquí Sànchez ya demostró cómo actuaba, cuál era su estilo de gobernanza de las organizaciones políticas. El cuarto error fue entrar a formar parte de un Govern que no se sabe hacia dónde va y debilita la posición de Junts como referente inequívoco del independentismo. Estos son tan solo unos cuantos entre otros muchos ejemplos de los errores, digamos no forzados, que ha cometido Junts desde que nació como candidatura electoral.

Si quiere llegar a ser el primer partido independentista, es evidente que Junts tiene que evitar la división interna, pero también le conviene aclararse

El partido cumple ahora dos años. Del mismo modo que en la columna de pasado lunes les hablé sobre que las organizaciones de la sociedad civil estaban en un periodo de reconstrucción, a Junts también le conviene reorganizarse. La década soberanista ya pasó y ahora hay que encarar el futuro de un modo muy diferente desde todos los ámbitos, sin abandonar el ideal del 1-O. A pesar del lío que montó con la gestión del caso Juvillà, Laura Borràs sigue siendo el activo electoral más apreciado por la militancia de Junts surgida de la lucha por la independencia. Tiene más enemigos externos que internos y esto la ha convertido en la líder natural de Junts. Es querida por los suyos y es combatida por los adversarios. Por lo tanto, es una personalidad relevante sin necesidad de entrar en prisión. Dichosamente, no cabe duda. A diferencia de Turull, Borràs tiene un perfil electoralmente carismático. Es una virtud que tiene. Si estuviéramos hablando del mundo empresarial, a nadie se le ocurriría convertirla en un jarrón chino antes de tiempo. Pero es que, además, normalmente son los partidos los que se ponen al servicio de los candidatos y no al revés. Si esto ha sido así con el president Puigdemont cuando era cabeza de cartel, ¿cuál es el motivo para que un sector de Junts, que todo el mundo identifica con Jordi Turull, quiera reducir a Borràs a ser una presidenta decorativa del partido?

El manifiesto dado a conocer también el pasado martes, que ha sido promovido por este sector, no es una buena forma de empezar el proceso congresual. No hace honor "al fomento de las corrientes internas y a la confrontación de ideas" que el mismo Carles Puigdemont resalta como un activo de Junts en su carta de despedida. El proceso de recolección de firmas se ha hecho al más puro estilo de los caciques de otros tiempos. Sé de personas que aparecen entre los abajo firmantes —a las cuales no se les dio la oportunidad de leer el texto— que han tenido la sensación de que las estaban acosando. Junts necesita encontrar el camino de la unidad sin intimidaciones, ni actuar con las típicas maniobras sectarias que acabaron con la Crida. Si quiere llegar a ser el primer partido independentista, es evidente que Junts tiene que evitar la división interna, pero también le conviene aclararse. Este manifiesto solo acentúa la polarización, porque trabuca el orden de los factores y fomenta el frentismo con la apariencia de reclamar la unidad. Los redactores del manifiesto únicamente hablan de cargos en vez de centrarse en las políticas que debe defender Junts. Lo que quiere saber la gente, en cambio, es cómo actuarán los que estén al frente de Junts ahora que Puigdemont se va.

Los promotores del manifiesto caen en el mismo defecto que los que han preparado el congreso, quienes, sea dicho de paso, son los mismos. ¿Dónde se ha visto que una reunión para debatir y aprobar el programa político de un partido arranque con la elección de los cargos directivos y deje para después la discusión de las ponencias programáticas y organizativas? Como exigía Julio Anguita, por encima de todo: “programa, programa, programa”. Solo así los militantes tendrán claro quién tiene que ocupar cada cargo y Junts taponará para siempre jamás la posibilidad de que aparezca un nuevo espacio político que represente a los decepcionados con Esquerra y con un Junts que se convierta su mala copia pero decantada hacia la derecha. Haber militado en CDC o en el PDeCAT no debería penalizar a nadie, pero volver al pasado, a las oscuras estructuras que acabaron con estos dos partidos, no es una opción. Es el peligro. Junts per Catalunya es mucho más que eso. No puede ser un partido de notables que viven permanentemente del erario público. Necesita líderes honrados para dirigir el partido de masas, progresista y abierto que necesita el independentismo.