“No nos hemos movido de donde estábamos” —declaró en TV3 la candidata a las primarias del PDeCAT Àngels Chacón. Cuando alguien decide marcharse de casa, es él quien tiene que explicarlo y no quien se quedó en el piso. Marta Pascal habría podido decir lo mismo cuando abandonó el PDeCAT de la señora Chacón: “Yo no me he movido de sitio”. En fin, un juego surrealista que, curiosamente, no habría tenido recorrido si el PDeCAT hubiera conseguido retener las cuotas de poder que no quiere perder en absoluto. Ahora las ha perdido todas dentro del Govern porque el sottogoverno, que durante todos estos años estuvo en sus manos, se ha pasado a Junts. La política es más simple que como la pintan las grandes explicaciones periodísticas.

La cuestión es que el PDeCAT-Auténtico se ha atrincherado en una posición que ha obligado los “revisionistas” (con los insignes presos y exiliados al frente) a darse de baja. La unidad independentista siempre ha flaqueado por la apelación a la pureza ideológica de quien se niega a compartir espacio con el argumento que no se sabe quién es de derechas o que aquél otro es demasiado izquierdista. “Puto convergente”, era el insulto con que Joan Puigcercós se dirigía a David Madí antes de convertirse en colegas en el negocio del agua. El desprecio del convergente hacia el republicano era parecido, en especial porque en la época del segundo tripartito los que se beneficiaron de esa pelea fueron los socialistas, hoy descaradamente unionistas. Las purezas ideológicas constituyen el dique que constriñe al movimiento independentista. Puesto que nadie acaba de saber cómo lograr el objetivo después del fallido 27-O, los hay que esconden en la manga el argumento ideológico para justificar que no quieren compartir trayecto ni cualquier decisión con la derecha o con la izquierda. En realidad, lo que ocurre es que esta gente solo piensa en el día siguiente y no en pasado mañana, que es lo que sería más estratégico. Y es entonces cuando se pelean por las subvenciones a las escuelas concertadas del Opus Dei en vez de pensar conjuntamente cómo llegar a tener un estado que regule soberanamente el sistema educativo. Metonimia independentista, que incluso consigue cansar al patriota más resistente.

Junts per Catalunya quiere representar a la gente que no desea repetir un déjà-vu autonomista que es más mágico que el anhelo de independencia

El proceso de constitución de Junts por Catalunya se está haciendo muy mal porque es imposible dirigir un partido desde un teléfono. Requiere más ingredientes y un liderazgo organizativo que no ostenta nadie. Pero, a pesar de ello, la disputa con el PDeCAT no es ideológica. Es una excusa que esconde una discrepancia más de fondo. La candidatura del 21-D de 2017 se formó, quizás a regañadientes por parte de los que ahora se marchan, cuidando la transversalidad ideológica. En aquella candidatura cabían un católico de derechas como es Lluís Font, defensor del concierto con las escuelas del Opus, y una feminista de izquierda catalana bereber como Salwa El Gharbi que es totalmente contraria a ellos. El concepto era sencillo pero eficaz: era necesario un frente amplio para defender la legitimidad del 1-O y el Govern depuesto por el 155, incluyendo a su president. La posible contradicción ideológica entre los diputados de Junts, después de recuperar el gobierno autonómico, se podía salvar de dos maneras: dándoles libertad de voto en cuestiones de conciencia o bien asegurando que ningún concierto pueda vulnerar los derechos humanos y la igualdad de género con excusas pedagógicas de andar por casa. Al final, la razón de ser de Junts era retomar la lucha por la independencia buscando la manera de no volver a caer en los errores anteriores y hacerlo por la vía más corta posible, que no necesariamente tenía que ser la DUI.

ERC ha rechazado reiteradamente la unidad con el argumento ideológico, defendido a capa u espada por el sector, digamos, federalista del partido y la Fundación Irla. Es el sector que babea con la idea de apuntalar al gobierno más progresista del mundo sin haber dado ninguna prueba de ello. Marta Pascal defendía algo parecido, pero con el típico argumento convergente que ahora ensalzan quienes más lo habían criticado, que la ideología no importa, como el color del gato de Deng Xiaoping, mientras pueda cazar competencias. Y es que esta y otras muchas decisiones que defienden los republicanos y los nuevos convergentes no son ideológicas, sino que reflejan la pelea entre Junts per Catalunya y los demás grupos soberanistas sobre qué momento estamos vivimos y, por lo tanto, cuál es la acción política más adecuada para avanzar. “El PDeCAT quiere la independencia pero no una confrontación con el estado español que paralice el país” —dijo en la misma entrevista la convergente Chacón. Todo el mundo sabe que cambiando la sigla, esta afirmación podría hacerla Pere Aragonès. Así pues, el problema es la confrontación. Unos creen que es necesario un buen retorno al pasado, como celebraba el director en su artículo de La Vanguardia: “Es un déjà-vu, dirán algunos, pero bienvenido déjà-vu. No tanto porque Catalunya se enquiste en el agravio permanente, sino pensando que el Gobierno va a tomarse en serio la situación para acometer las materias pendientes y la Generalitat las va a reclamar con el argumento de que la política del peix al cove no es una pantalla superada”. Junts ha superado esta fase.

Junts per Catalunya quiere representar a la gente que no desea repetir un déjà-vu autonomista que es más mágico que el anhelo de independencia. Los casi 3.000 perseguidos por la (in)justicia española durante la primera etapa del procés no pueden servir de excusa para dar marcha atrás. Al contrario, deberíamos haberlos reunido a todos en una rueda de prensa masiva para mostrar al mundo cómo las gastan los “demócratas” españoles. Pararse, acabar con la confrontación, mostrarse débil ante las acusaciones de la caverna unionista, es aplazar la independencia otros cincuenta años. Hay que tener la piel dura y saber combinar con astucia el agravio, la lucha y la gestión autonómica. No es una política incompatible: es la confrontación inteligente que defiende Carles Puigdemont, que no ve incompatible desestabilizar al Estado y acudir a la conferencia de presidentes autonómicos para contarle a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el fraude español. Es por eso que los independentistas de izquierdas no tienen otra casa posible, por lo menos momentáneamente, que Junts per Catalunya. Del mismo modo que rendirse no es una opción, el remilgo ideológico resta en vez de sumar.