1. La doble identidad. La semana pasada acudí a la presentación del primer libro de Ennatu Domingo, Madera de eucalipto quemada (Navona). Ennatu es una joven catalana de origen etíope que ha escrito un libro extraordinario. No recuerdo haber leído ningún otro texto que hablara de la doble identidad con tanta fuerza y sinceridad. Tiene el punto justo de indignación para reclamar respeto por cómo se siente una persona, en este caso ella, que llegó a Catalunya cuando tenía siete años desde un orfanato del Cuerno de África. En la presentación repitió un pasaje que explica en el libro y que he visto repetido en los hijos de otros amigos míos. Ennatu es originaria de la región Amhara, aunque vivió una temporada en el Tigre, que es donde ahora tiene lugar una de aquellas guerras que solo salen colateralmente en la prensa occidental, cuando no se tienen noticias más importantes para llenar las portadas. Volvió a Etiopía por primera vez cuando tenía diez años.

Aquella niña, que todavía tiene grabado en la frente un tatuaje muy visible, volvía a su tierra acompañada de unos padres farangis. Volvía sin tener una familia etíope que pudiera reencontrar (su madre biológica y su hermano pequeño habían muerto antes de la adopción) y, sobre todo, sin hacerse entender pues había borrado completamente el amhárico, su lengua materna: “me di cuenta de que no solamente había perdido a mi familia —escribe— sino que también me habían desgarrado mi identidad, mi cultura y mi lengua de origen”. Ustedes ahora no pueden imaginarse qué impacto puede producir escuchar una afirmación así de una mujer, porque con veinticinco años ya se es una mujer, que habla un catalán con un acento muy dulce pero profundamente del país. La diversidad no es una rareza. Es una virtud. No es incompatible sentirse etíope y catalana a la vez. Como tampoco ha impedido que Ennatu defienda la independencia de Catalunya y viva en Maastricht.

2. Una doble identidad menos exótica. La cuestión de las dobles identidades me toca de cerca. No solo porque me dedique a estudiar el fenómeno por motivos académicos, sino porque tengo un hijo, Gabriel, con una madre madrileña, Ángeles, quien llegó a Catalunya cuando tenía treinta años. Si no fuera por su nombre en castellano (que me costó mucho que mis amigos respetaran para no caer en la absurdidad española de convertir Bernd de Schuster en Bernardo), sería muy difícil detectar su origen. La conocí en la Escuela Isabel de Villena (y tuve mucha suerte, ustedes ya me perdonarán el comentario íntimo) porque Carme Serrallonga, que era la directora, buscaba una persona que impartiera algunas asignaturas de ciencias con un buen castellano. Con mi hijo y su madre aprendí a tener una relación normal con la doble identidad. Al fin y al cabo, los abuelos y los primos o los parientes del otro lado del Atlántico, que son fruto de muchos años de exilio en Bolivia, son castellanohablantes, como mis primas Yvonne y Olga Breysse tienen un abuelo francés a quien denominaban papagran y son afrancesadas. Se puede ser de una catalanidad granítica y tener dos o más identidades (catalana, española, boliviana o francesa).

Yo pertenezco a un linaje de esos que ya no quedan. Durante años tuve una posición de defensa de la lengua muy existencialista. Supongo que mi defensa monolítica del catalán era consecuencia del contexto del que era víctima, la dictadura, y también me condicionaba el españolismo recalcitrante de la izquierda antifranquista. En su libro de memorias, Molts i ningú (La Campana), Clara Ponsatí explica cómo me conoció, a finales de la década de los años setenta, en la coordinadora de estudiantes de bachillerato. Explica que todos los grupos de extrema izquierda eran hostiles al catalán y que en las asambleas siempre se levantaba alguien con el típico grito, pretendidamente obrerista, que exigía: “¡En castellano, compañeros!”. En este ambiente, detalla Clara, había “dos chicos rubiales que eran los únicos que siempre hablaban en catalán. Los dos rubiales eran los hermanos Colomines”. Mi hermano Lluís y un servidor. Nos manteníamos firmes en defensa de la lengua ante unos adolescentes ideologizados, la mayoría de los cuales eran hijos de la burguesía franquista castellanizada, con unos apellidos tan catalanes como los nuestros.

Las urgencias lingüísticas actuales son provocadas por la presión unionista pero, también, por la dejadez de los gobiernos de la Generalitat. Desde Catalunya se ha practicado una abulia suicida, escondiendo la cabeza debajo del ala, cuando es evidente que la inmersión ha sido un éxito a medias.

3. La herencia de los 2.300. El día 25 de enero de 1981, antes de la promulgación de la primera ley de normalización lingüística, se publicó el llamado Manifiesto de los 2.300 (en realidad se titulaba Manifiesto por la igualdad de derechos lingüísticos en Cataluña). En él defendían que “los hijos de los inmigrantes” —a quienes consideraban tan inmigrantes como sus padres, cuando en realidad no lo eran—, no debían ser escolarizados en catalán. Entre esa larga lista de nombres había muchos antiguos conocidos míos de la coordinadora de bachillerato y que entonces eran, precisamente, profesores de instituto. Reproducían aquel “¡En castellano, compañeros!” de otras épocas. No se trataba de defender el castellano, sino de minorizar la expansión del catalán, que partía de un techo muy bajo. El conflicto lingüístico era, aun así, inexistente.

La mayoría de la gente inmigrada adoptaba la actitud de la madre de mi amiga Dolors Grijalvo, la señora Lola Estrada, nacida en el barrio de El Perchel de Málaga. La señora Lola crio a sus dos hijos sola, y si bien de profesión era aparadora de calzado, también tuvo que ganarse la vida trabajando en las casas de los vástagos burgueses de Barcelona, entre otros muchos trabajos. Ella inculcó a sus hijos que aprendieran catalán y salieran del gueto al que querían reducirles los progres promotores del Manifiesto de los 2.300. Dolors es tan catalanohablante como yo y aprecia los orígenes de su madre con locura, como su hermano Cèsar, a quién conocí cuando era jefe de gabinete de Artur Mas. La señora Lola sostuvo la misma actitud que los padres de Jordi Cañas, a quien pusieron el nombre del santo patrón de Catalunya por algo que él, después, políticamente ha combatido con una saña impropia de alguien tan inteligente como él. El gran mal se inició en Almansa, pero el actual arranca de los 2.300.

4. El remedio no es imposible. ¿Se puede poner remedio a la marginación del catalán? Sí, evidentemente. No cabe duda de que con un Estado independiente tendríamos más fuerza para poder actuar libremente. Entretanto no disponemos de él, hay que aplicar políticas públicas de verdad, que evalúen la realidad, y hacerlo con valentía, para dar cabida a todo lo que acabo de contar para dejar sin argumentos al victimismo españolista. Las urgencias lingüísticas actuales son provocadas por la presión unionista pero, también, por la dejadez de los gobiernos de la Generalitat. Desde Catalunya se ha practicado una abulia suicida, escondiendo la cabeza bajo el ala, cuando es evidente que la inmersión ha sido un éxito a medias. El modelo no ha sabido qué hacer ante la avalancha inmigratoria extra española, o bien porque se aplicaron medidas erróneas, por ejemplo, sobre la financiación y la exigencia del máster en formación del profesorado de secundaria y bachillerato, formación profesional y enseñanzas de idiomas (MUFPS). La falta de competencia lingüística de los maestros se ha convertido en un cáncer para la catalanidad.

Ahora la consejera Gemma Geis ha propuesto una reforma de este máster que amplía las plazas disponibles y, esperemos, asegurará que sea más riguroso. En la universidad, la discriminación del catalán no es culpa tan solo de un profesorado que todavía hoy se pondría a vociferar “¡En castellano, compañeros!”, sino de una política de estímulo de la investigación científica que poco a poco ha ido discriminando la lengua catalana. Solamente ahora, por iniciativa otra vez de la consejera Geis, se presenta una convocatoria de reconocimiento de los grupos de investigación —cuya convocatoria se publicó apenas el pasado sábado— en que se introduce una reserva para proteger la investigación escrita en catalán. Ahora únicamente falta que las revistas científicas publicadas en catalán dejen de estar infravaloradas por razones de lengua y quizás habremos empezado a revertir la decadencia. No toda la culpa es de Madrid.

5. Los pactos por la lengua. Mi maestro, Josep Termes, me advertía siempre de que el problema de Catalunya no era si el catalanismo era más o menos fuerte, sino que el peligro de verdad para preservar la nación era la debilitación progresiva de la catalanidad. Basta con un ejemplo para explicarlo. En el Parlament de Catalunya la mayoría (el 52 %) es independentista, pero eso no ha conseguido revertir el declive constante del catalán en la calle o en las aulas, también en las universitarias. Las grandes mayorías pujolistas de otros tiempos tampoco supieron abordar los efectos sobre la lengua de los cambios sociales. Cuando se tiene un Estado en contra y no se dispone de un Estado propio que regule sin interferencias, todo es muy difícil.

En España se cuentan mentiras —tantas como los rusófilos cascan sobre Ucrania— para abonar la tesis de la discriminación en Catalunya de quien tiene dos o tres identidades o es castellanohablante. La primera ley de normalización lingüística es de 1983 y ratificó la inmersión lingüística con el impulso, sobre todo, de los socialistas. La segunda ley de política lingüística es de 1998 y fue aprobada con los votos en contra del PP y ERC. Supongo que todo el mundo lo recuerda. Esquerra ahora se muestra satisfecha con una modificación de urgencia de la ley que no aprobaron y que, probablemente, no servirá para apaciguar los golpes judiciales. Pero la historia nos demuestra que la posición errática y a veces oportunista de los partidos ha perjudicado la defensa del catalán. Si el Govern sigue practicando la política del avestruz —y los partidos no se aclaran— el declive no podrá pararse. Además, si la ciudadanía se deshincha y pierde su compromiso cívico, tan característico del catalanismo y del independentismo, entonces sí que el retroceso del catalán nos transportará a la época anterior a la Renaixença. El mundo cambia por la fuerza de quien tiene unos principios que defender y sabe defenderlos sin demagogia.