1. Solo las organizaciones que valoren el talento podrán competir de forma sostenible. Este podría ser el resumen del Talent & Knowledge Congress que se celebró este fin de semana en Sant Cugat. La convocatoria era de la fundación Impulsa Talentum, creada por Bru Recolons, promotora también de los premios Talento asociados a la Càmbra de Comerç de Barcelona. Ya les hablé de ello en la columna que dediqué a defender las humanidades, tan secundarias en el ámbito de la investigación y tan reivindicadas para asegurar una nueva cultura empresarial que tenga en cuenta a las personas y respete el medioambiente. Todos los participantes en las diferentes mesas redondas que se organizaron pusieron el énfasis, por lo tanto, en la necesidad de que el talento, la investigación y la innovación vayan acompañados de valores éticos que inspiren la investigación y la acción. El talento necesita alma, por decirlo de algún modo, porque es un fenómeno social que se desarrolla en unas coordenadas de espacio-tiempo. La capacidad de inventar y de innovar depende, entre otras cosas, del desarrollo de la idea de progreso, que solo se puede comprender históricamente, y que va variando, precisamente, a partir de la evolución de los valores humanos. El nacimiento de la ciencia moderna está vinculado a la lucha política por la libertad política y religiosa. ¿Qué es lo que asegura la ética del talento? Se podría sugerir que uno mismo, pero las organizaciones, tanto si son públicas como privadas, tendrían que velar porque sea así. Estaría muy bien que las empresas tuvieran, además del típico departamento de control de calidad, un disruptivo humanista de guardia. Algunos despachos de arquitectos de los años sesenta estaban formados por arquitectos, ingenieros y, ¡tachán!, filósofos. Ahora estamos viviendo un cambio cultural como el de los años sesenta, aunque en versión tecnológica y digital, que no puede dejar atrás a las humanidades. La esperanza es que la exigencia de diversidad de género, en empresas y en todo tipo de organizaciones, solo será posible con un cambio de mentalidad sobre la libertad y la igualdad.

La capacidad de inventar y de innovar depende, entre otras cosas, del desarrollo de la idea de progreso, que solo se puede comprender históricamente, y que va variando, precisamente, a partir de la evolución de los valores humanos. El nacimiento de la ciencia moderna está vinculado a la lucha política por la libertad política y religiosa. ¿Qué es lo que asegura la ética del talento? Se podría sugerir que uno mismo, pero las organizaciones, tanto si son públicas como privadas, tendrían que velar porque sea así

2. “Innovar o morir” es la recreación en el mundo tecnológico de hoy de aquel “revolución o muerte” de la época de la liberación social y política, especialmente en aquellos lugares sometidos a las dictaduras. Más que un grito tétrico quiere ser un clamor a favor de la esperanza. Podemos no hacer nada y dejar que la opresión acabe con nosotros o bien podemos rebelarnos para lograr un mundo mejor. Atreverse a innovar viene a ser lo mismo. La sociedad digital avanza rápidamente, si bien no siempre lo hace eficientemente y eso comporta problemas políticos. El colapso de la página web del departament de Salut por la masiva petición de “pasaportes” covid, que obligó a suspender una orden política que en ella misma ya era bastante polémica, demuestra hasta qué punto la innovación depende de factores, digamos, extracientíficos. Que Cataluña no es Estonia en términos de digitalización es evidente. Este es el segundo gran colapso informático que sufre la Generalitat. En noviembre del año pasado colapsó el sistema para solicitar las ayudas que la Generalitat había puesto en marcha para los autónomos afectados por el coronavirus. No es que falle la fibra óptica. El error está en la misma organización de la red de telecomunicaciones y tecnologías de la información de la Generalitat. ¿Quién cargará con el coste político de un fallo como este? Los tecnólogos seguros que no, porque incluso es probable que saquen pecho, sino los políticos, que son los encargados de velar por la convivencia y el derecho de los ciudadanos a la salud y a las ayudas sociales. La administración, como las empresas, necesita más creadores que soldados, por decirlo a la manera del profesor Esteve Almirall. En El hombre rebelde (De Bolsillo, 2021), Albert Camus hablaba de la ética de la acción, que es tanto como declarar que estamos obligados a hacer compatibles los métodos con los objetivos. Por ejemplo, generar talento en la escuela desde muy pequeños.

3. El talento también se educa. Pero no siempre el sistema educativo está diseñado para esta tarea. La falta de financiación de la sanidad tiene unas consecuencias muy visibles: mortalidad, listas de espera, saturación de los servicios, etc. La crisis del sistema educativo es más invisible y va más allá del modelo lingüístico, que es lo único que preocupa al españolismo, y de la denuncia del déficit fiscal que, como en el ámbito sanitario, nos priva de recursos. Todo está viejo en educación y las soluciones son, por ahora, burocráticas y reglamentista. La enseñanza superior —por lo menos en mi área, la historia— los programas docentes y el grado en sí mismo son viejos e inapropiados para los tiempos que corren. Seguimos con un diseño curricular y una división disciplinar propia del siglo XIX, cuando la historia era el cimiento del romanticismo político y se basaba en doctrinas en lugar de evidencias. No nos hemos movido de lugar. Por eso el grado en historia tiene tan poco prestigio, a pesar de la importancia que tiene para determinar políticas de todo tipo, incluso científicas. “Aprender a reconocer la información veraz constituye un ingrediente fundamental de toda educación que aspire a enseñar lo que importa” escribió Rolf Tarrach, el antiguo director del CSIC y de la Asociación Europea de Universidades. El grupo Adecco, una empresa dedicada a la gestión de los recursos humanos, presentó hace poco el informe La brecha entre la universidad y la empresa: más allá de título, basado en una encuesta realizada con 4.700 jóvenes de todo el estado. El resultado es demoledor. El 60 % de los jóvenes no cree que la Universidad los prepare para encontrar trabajo. Según el informe, estos jóvenes consideran que las habilidades que les ayudarán a encontrar trabajo son, en este orden, el uso de las nuevas tecnologías (77,3 %), los idiomas (69,6 %) y demostrar que se dominan los llamados soft skills (60,1 %), o sea las habilidades comunicativas y la inteligencia emocional, entre otras características. El informe no aporta nada sobre el talento o la innovación, cosa que ya es muy significativa, pero sí que indica que solo un 16 % de los jóvenes da importancia a las calificaciones obtenidas en la Universidad como garantía de un buen futuro laboral. Un menosprecio que liga con otro dato, este extraído de una encuesta del INE, que indica que únicamente el 6 % de las empresas confían en la universidad como vía para encontrar talento y promover la innovación. La Universidad tiene ante si un gran reto que no se solucionará con un mero cambio de ley. Humanismo o muerte. Este es el dilema.