El fascismo tiene más de método que de ideología. Este es el resumen del nuevo libro de la exsecretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright, Fascism. A warning (William Collins, 2018), cuya traducción al castellano, Fascismo. Una advertencia, está previsto que vea la luz a finales de este mes. Albright escribe sobre el peligro del nuevo totalitarismo, asumiendo lo que ya observó Primo Levi al considerar que cada época tiene su propio fascismo. Levi, superviviente del Holocausto, de quien Albright toma la idea del fascismo cotidiano, agregó que se puede alcanzar el momento crítico no solo por el terror de la intimidación policial, sino por la distorsión sobre la información, socavando el funcionamiento de la justicia, paralizando el sistema educativo, difundiendo sutilmente el aroma de la nostalgia por un momento en que reinaba el orden, deseando volver a una “normalidad” que acalle a los diferentes.

Madeleine Albright ha escapado del totalitarismo dos veces: la primera al huir del nazismo, y la segunda al huir del comunismo en su Checoslovaquia natal, en cuya capital, Praga, había nacido en 1937. Su familia, de origen judío —aunque eso lo descubrió años después—, se mudó a Estados Unidos, donde Albright fue escalando posiciones hasta convertirse en embajadora ante las Naciones Unidas, en secretaria de Estado con Bill Clinton y luego en profesora en la Universidad de Georgetown, en Washington. Un camino personal y político —reconocido incluso en una serie de televisión que les recomiendo, Madam Secretary (Netflix), en la que ocasionalmente protagoniza algún cameo— que explica por qué a los 80 años Albright nos advierte del fascismo que vuelve.

La democracia se está muriendo por el ascenso de la extrema derecha en todo el mundo, lo constatamos a diario; en España también y ayer mismo en Barcelona

“Fascista es alguien”, nos aclara Albright en su libro, “que se identifica enérgicamente con una nación y alega que habla en nombre de ella o de un grupo, no le importan los derechos de los otros y está dispuesto a usar cualquier medio —incluida la violencia— para lograr sus objetivos. Desde esa concepción, un fascista será probablemente un tirano, pero un tirano no es necesariamente fascista”. Des de un punto de vista académico, probablemente el calificativo de fascista no sería el más adecuado, en especial cuando lo aplica a Corea del Norte, pero se entiende perfectamente qué es lo que le preocupa a quien tuvo que lidiar, precisamente, con comunistas cubanos, norcoreanos y chinos o con los talibanes iranís o afganos. Pero la verdadera preocupación de este libro es Trump y la muerte de la democracia en Occidente, por resumirlo echando mano del libro How democracies die (Penguin, 2018), de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Si el siglo XX estuvo dominado por los “redentores” de izquierda y derecha, Albright considera que los dejes autoritarios y populistas de algunos líderes actuales se están cargando la democracia liberal.

La democracia se está muriendo por el ascenso de la extrema derecha en todo el mundo. Lo constatamos a diario. En España también. Y ayer mismo en Barcelona. Lo que en Escandinavia representa Demócratas de Suecia (DS) o en Centroeuropa Alternativa para Alemania (AfD), en España se agrupa entorno a Ciudadanos. Un partido nacionalista, totalitario, que usa la mentira de forma recurrente y que, como comprobamos la semana pasada, quiere imponer a la prensa libre su “canon”. Claro está que muchos de sus fundadores, empezando por su gurú intelectual, Francesc de Carreras, eran antiguos comunistas reciclados que, además, eran hijos de franquistas. El cóctel es explosivo. Madeleine Albright no se ocupa de España, pues a los norteamericanos solo les preocupa España desde un punto de vista geoestratégico, como ya quedó claro entre 1939 y 1975, y no sabemos lo que diría de algunos majaderos que difunden el odio desde las poltronas mediáticas. Lo cierto es que la democracia española está tan deteriorada que el peligro es que también muera a manos —¡oh, horror!— de los socialistas.

La abdicación en todo el mundo del carácter transformador y “revolucionario” de la socialdemocracia tiene esa consecuencia. Por eso Manuel Valls, antiguo militante del socialismo francés, puede aspirar a presentarse como candidato a alcalde de Barcelona por un partido que en su país es la pura representación de ese fascismo cotidiano que tanto enoja a una demócrata liberal como Madeleine Albright. El dilema sigue siendo el que se planteó hace años el liberalismo clásico: la disyuntiva entre redención o democracia. Cuando los gobiernos se cargan el pluralismo con la apariencia de la legalidad —eso lo sabía hacer muy bien el régimen de Franco—, el fascismo cotidiano se apodera de los platós de televisión y los partidos xenófobos —y Ciudadanos lo es— encabezan la cruzada contra las urnas.