¿Es incoherente que Esquerra no quiera pactar en Catalunya con los socialistas si en Madrid ya pactan con ellos? Si en vez de responder desde el partidismo lo hiciéramos desde la lógica, la respuesta tendría que ser afirmativa. Esta semana hemos podido observar hasta qué punto la alianza de los republicanos con los socialistas es firme y deja como una anécdota el pacto de los independentistas con los socialistas en la Diputación de Barcelona. En cuarenta y ocho horas, los republicanos han facilitado la aprobación de tres presupuestos. En el Ayuntamiento de Barcelona —donde Colau gobierna con Collboni, no lo olvidemos— en la Generalitat de Catalunya —rompiendo la mayoría independentista— y en el gobierno del Estado, con la promesa de que el catalán tendrá un 2 % en las plataformas audiovisuales. La fiesta no acabó bien en Madrid porque el mismo día el Tribunal Supremo ratificó la sentencia del TSJC que obliga a introducir el 25 % de clases en castellano en la escuela catalana. El Estado jamás perdona. Después de una década de luchar por la autodeterminación, el españolismo del Estado se muestra implacable y resucita con muy buenos resultados los grandes éxitos de los años noventa: el ataque a la inmersión lingüística y la crisis de las infraestructuras, cuyo razón de ser era un déficit fiscal que ya no se denuncia. Saltó de la agenda. Lo que ha cambiado, por lo tanto, es la respuesta de los partidos catalanes. Es significativo que la consejera de la Presidència, Laura Vilagrà, asista mañana a la reunión preparatoria de la Conferencia de Presidentes Autonómicos. Esta es la nueva agenda de Esquerra.

Los observadores optimistas y los medios de comunicación próximos al partido de Junqueras, que son muchos, algunos por conveniencia y los otros por convicción, exaltan la habilidad de los republicanos para convertirse en el centro de todos estos pactos. No digo que esto no sea cierto. Pero cada día que los republicanos dan un paso y aceleran la aproximación a los partidos unionistas, queda más claro que avanzan hacia una rectificación del llamado procés. La represión ha influido para que Esquerra tomase este camino, pero también el protagonismo cada vez más acusado de los federalistas en el si de Esquerra, aquellos que se incorporaron al partido, procedentes del PSC o de ICV, y que solo “estaban” en modo independentista por las circunstancias. Una vez fracasado el primer intento serio de independizarse, no solo promueven un retroceso, sino que se incorporan a la lucha para liquidar a los independentistas de Junts, a quienes constantemente identifican con la antigua Convergència, a pesar de que los verdaderos convergentes hoy compartan con los republicanos diagnóstico y estrategia. Como afirma Remei Gómez, la alcaldable de PDeCAT—Convergents en Sant Cugat para el 2023, entrevistada por Nació Digital, uno de los periódicos afines a los republicanos y síntesis de la esquerrovergencia, “La lucha por la independencia, ahora no toca. Hay otras prioridades donde dedicar los esfuerzos”. Es de agradecer la opinión nada acomplejada de esta señora.

Esquerra se ha encadenado al PSOE para liberarse de Junts. Pero cuanto más fuerte es la alianza con los socialistas, más refuerza a Junts como partido de referencia del independentismo liberal, socialdemócrata y ecologista

Los republicanos se encuentran ante un dilema que tarde o temprano los perjudicará. Por un lado, defienden que antes de intentar otra vez confrontarse con el estado hay que ensanchar la base, que es la excusa que han usado para justificar el giro de 180°. Por otro lado, los únicos pactos que realmente consolidan están reduciendo la base independentista y a la vez refuerzan la posición de los partidos unionistas. Que la base independentista mengüe en vez de crecer no es culpa solo de los republicanos. El extremismo ideológico de la CUP y las vacilaciones de Junts también ayudan a ello. La mayoría parlamentaria que invistió presidente a Pere Aragonès es cada día más débil. Y no lo digo por la orientación de los presupuestos, que han sido elaborados por Jaume Giró, el consejero de Junts con más prestigio, sino por los enfrentamientos entre republicanos, independentistas y anticapitalistas. El objetivo común, el ejercicio del derecho a la autodeterminación, es sustituido por un enfrentamiento ideológico propio de la “normalidad”. La unidad de acción es inexistente. No es que los republicanos y los independentistas estén muy separados ideológicamente. Al fin y al cabo, el proyecto de presupuestos pactado entre Junts y Esquerra contempla —incluso ahora, después del acuerdo de los republicanos con los comunes— las partidas dedicadas al Hard Rock Hotels y a los Juegos de Invierno que sido el motivado de la discordia con la CUP. La discrepancia entre Esquerra y Junts es estratégica y tiene difícil solución. Ninguno de los dos partidos puede rebajar su manera de interpretar qué hay que hacer después del 1-O y es imposible aislar el Gobierno, por mucho que lo diga la portavoz, de la tensión que esta discrepancia provoca entre los republicanos y los independentistas.

Esquerra se ha encadenado al PSOE para liberarse de Junts. Pero cuanto más fuerte es la alianza con los socialistas, más refuerza a Junts como partido de referencia del independentismo liberal, socialdemócrata y ecologista. O sea, de centroizquierda. Si Esquerra se desprende del independentismo o bien lo convierte en un simple recurso sentimental y electoral, Junts tiene una gran oportunidad para crecer. Solo debe actuar como esta semana: mostrarse inflexible en la defensa del independentismo y demostrar que, a pesar de las discrepancias, estaban dispuestos a discutir hasta el final con la CUP para no romper la mayoría parlamentaria. Luchar por la independencia y gobernar no son incompatibles. La coalición de gobierno ha sufrido tres grandes sacudidas en seis meses: el fracaso de la mesa de diálogo, la cuestión de la ampliación del aeropuerto y ahora las discrepancias sobre con quién pactar el presupuesto. Me cuesta creer que no habrá un cuarto choque… y un quinto y un sexto. La intervención más que crítica de Joan Canadell contra Esquerra en el debate sobre los presupuestos disgustó tanto al presidente que abandonó el hemiciclo. Torra demostró tener más aguante el día que le retiraron el escaño y Aragonès, vicepresidente de su Gobierno, se quedó inmóvil, sin aplaudir, mientras los consejeros y los diputados de Junts lo ovacionaban. Era la segunda vez que Aragonès actuaba así. En septiembre de 2019 no gritó “libertad, libertad” ni tampoco aplaudió cuando se conoció, en medio de las votaciones de las propuestas de resolución del pleno, que el magistrado de la Audiencia Nacional decretaba prisión sin fianza para los siete CDR detenidos aquella misma semana. La acusación era fuerte: pertenencia a organización terrorista, fabricación y tenencia de explosivos y conspiración para causar estragos. Todos los gestos cuentan, sobre todo si después queda demostrado el montaje de la acusación.

La Esquerra encadenada se pone en marcha para llegar a nuevo tripartido, que es la única alternativa a una mayoría independentista. Cuanto menos independentista se muestra Esquerra, no solo regala votos a Junts, si es que estos saben ofrecer una buena propuesta, sino que refuerza al PSC. Los socialistas, a pesar de recuperar pocos votos de Ciudadanos, obtuvieron los suficientes para quedar primeros en la última carrera electoral. Cuanto más ayude Esquerra a consolidar a Pedro Sánchez en Madrid, más ayudará a la recuperación de los socialistas en Catalunya, que han encontrado en Salvador Illa y Alícia Romero un grupo dirigente más eficaz que no lo era antes con Miquel Iceta. Podría ser que los republicanos perdieran votos de una forma letal y un posible tripartido solo podría ser presidido por los socialistas. La alianza de los republicanos con los independentistas solo se mantiene por eso, por el miedo al sorpasso socialista y porque Junts sigue sin encontrar su brújula y esta desorganización  de los de Puigdemont les beneficia.