Una de las mejores decisiones que tomaron los organizadores de las elecciones internas del PDC, celebradas entre el pasado viernes y sábado, fue hacerlas coincidir con la inauguración de la sede central del partido, situada en la calle Provenza. Es casi una metáfora, porque la vieja sede de CDC estaba en la calle Còrsega, la isla de resonancias napoleónicas pero también de turbulencias, y la sede del nuevo partido, surgido de las cenizas convergentes pero con más gente, se ha instalado en la calle que lleva el nombre de la región que designa un antiguo reino occitano que se extiende desde la ribera izquierda del Ródano hasta la orilla derecha del Var, donde hace frontera con el antiguo condado de Niza, que había pertenecido a la Provenza. Es un lugar fantástico, bañado del lila de los campos de lavanda, cuna de los primeros poetas catalanes, los que escribieron en lengua románica, que lo hicieron en provenzal, en la lengua de oc, en occitano, como también lo hicieron los poetas del norte de Italia. La Provenza fue tierra de trovadores y de canciones de amor y de traiciones, por tanto, como las de Guillem de Berguedà, uno de "los tres guillems", que el cupaire Francesc Ribera, Titot, canta en versión catalana.

Que el PDC arranque su singladura en una calle que lleva el nombre del país de la lavanda es un símbolo después de tantas turbulencias. El actual proceso soberanista ha provocado muchas crisis y ha destruido muchas certidumbres. El giro independentista de CDC ha descabalgado a mucha gente y ha provocado un intenso debate sobre cómo debía definirse ideológicamente un partido que se reivindica centrista. Está claro que el centrismo no es una definición ideológica, sino un talante, una práctica política que en manos de según quién es directamente una manera de esconder a la derecha. Días atrás recuperé el pequeño trabajo de Joan B. Culla, publicado por el ICPS en 1989, titulado L'evolució de l'espai centrista a Catalunya (1976-1982). En él analizaba el doble fracaso de aquellas opciones políticas que en aquellos años se situaban entre la derecha explícitamente nostálgica y exaltadora del franquismo y las que propugnaban con más o menos verosimilitud algunas transformaciones socioeconómicas. Dicho de otro modo, el espacio comprendido entre la Alianza Popular de entonces y los confines delimitados por CDC, aquella Convergència que defendía el modelo sueco y puso en marcha un Estado del bienestar catalán casi de corte socialista.

El centrismo que estudiaba Culla era, sencillamente, una sopa de letras (Club Catalònia, Lliga de Catalunya, Concòrdia Catalana, Partit de Centre Català, Solidaritat Catalana, hasta llegar a Centristes de Catalunya-UCD y al CDS de Fernández Teixidó), que perseguía estructurar una espacio político de derechas, conservador o liberal, según quien lo comandara, para hacer frente a la hegemonía de la izquierda y —¡cuidado!— al catalanismo. Esta doble misión es importante, porque durante años delimitó la frontera entre este centroderecha, digamos unionista, y la corriente de centro nacionalista integrada en UDC y CDC. La crisis de UDC en 1978, que vio como el presidente de su comité de gobierno, Anton Cañellas, dimitía para encabezar la UCD de Suárez tuvo mucho que ver con esta división política y, también, ideológica. El centrismo en Catalunya ha fracasado siempre que ha querido identificarse con la derecha catalana y con el unionismo, por enunciarlo en términos actuales.

El declive de CDC también empezó cuando se convirtió en un partido lobby y derechista

El declive de CDC también empezó cuando se convirtió en un partido lobby y derechista. El otro día lo explicaba Miquel Puig en un artículo, aunque me parece un poco atrevido tachar a los gobiernos de Artur Mas de neoliberales. Si lo dice por los denominados recortes, me parece un calificativo simplista; si lo dice por la promoción que hizo de un gobierno business friendly, entonces debería llamarlo liberal a secas. Todo el mundo sabe que neoliberal se ha convertido en un insulto y Puig, que es un buen economista que trabajó en gobiernos de CDC, lo sabe perfectamente. De la mano de Artur Mas, CDC evolucionó en dos sentidos. Por un lado, fue asumiendo el liberalismo como una opción natural, compatible con la socialdemocracia tipo Anthony Giddens, y por otro lado progresivamente fue decantándose por el soberanismo. La crisis económica ayudó mucho, porque el propio Mas pudo constatar que recortar el gasto público sin tener el control del conjunto de las políticas públicas desequilibraba el barco y lo escoraba, ahora sí, hacia un estéril neoliberalismo destructivo de puestos de trabajo y de prestaciones sociales. Como ocurrió con otras personas, la crisis económica y la falta de instrumentos políticos para abordarla, ayudó a Mas a dar el paso hacia un soberanismo que no le era natural, aunque sí lo fuese entre gente de su entorno más cercano. Todo ayuda a tomar decisiones.

Y el paso que dio Mas, que en la España patriótica y de Manolo el del Bombo se paga más caro que declararse de extrema izquierda, propició una persecución judicial de CDC en toda regla. Lo lamentable es que, como se pudo constatar en el caso de la familia Pujol y en otros muchos, había donde agarrarse. Los unionistas recalcitrantes –y la izquierda unionista y independentista– aprovechó estas evidencias –que CiU no supo atajar de raíz– para decir que el problema no eran los Pujol, sino CDC en su conjunto y por extensión, teniendo en cuenta que había gobernado durante 23 años, Catalunya, convertida en un país mafia. Era necesario destruir a CDC, casi como si se tratara de una cuestión de vida o muerte, porque así se impediría el triunfo del independentismo. Esa actitud destructiva es lo que cerró el paso a Mas para revalidar la presidencia de la Generalidad y no la CUP. Los anticapitalistas fueron, simplemente, el instrumento que fue aprovechado porque su cultura política es primaria, dogmática y de poca monta. Nadie ha podido sostener las acusaciones de corrupción contra Mas –o Xavier Trias– más de quince días, y sin embargo, el runrún para no investirlo presidente fue ese. Desde que se descubrió la conjura de Fernández Díaz y De Alfonso, lo dicho se volvió evidente.

El paso que dio Mas, que en la España patriótica y de Manolo el del Bombo se paga más caro que declararse de extrema izquierda, propició una persecución judicial de CDC en toda regla

El PDC nace, sin embargo, del agotamiento de un proyecto que fue languideciendo porque le faltaron reflejos, estaba mal dirigido y, además, cayó en la trampa que le prepararon los adversarios consistente en debatir lo que está ocurriendo en Cataluña en términos ideológicos en vez de plantearlo en  los términos que corresponde: el necesario empoderamiento del Govern en un contexto de globalización de la toma de decisiones y de mundialización de la economía. Francesc-Marc Álvaro ha escrito que en “la medida en que el PDC no tiene ninguna posibilidad de convertirse en lo que hoy es el SNP en Escocia, su objetivo más urgente es clarificarse ideológicamente para articular un espacio que pueda crecer, plantar cara a los adversarios, defender los valores y los intereses de sectores que se sienten postergados y -sobre todo- para fidelizar votantes que podría perder si intenta competir con ERC para ver quien es “más social”. Leído el documento del PDC titulado "Bases fundacionals" confirmo el peligro de confundir la síntesis de tradiciones doctrinales con la vaguedad de planteamientos y la indeterminación de las fronteras ideológicas. Es inteligente y positivo asumir el mejor legado de la socialdemocracia y del liberalismo, pero es ingenuo y suicida vender un discurso que sea tan genérico y tan políticamente correcto y amorfo que no sirva para construir ninguna alternativa”. Discrepo abiertamente de esa conclusión.

Y discrepo de ella porque, de entrada, si el PDC no aspira a ser el SNP lo acabará siendo ERC, cuando este partido se centre un poco y plantee, como ya lo está haciendo, que el camino para desconectar Catalunya del Estado es una combate de poder. Quizás cuando eso ocurra habrá quien querrá mezclar ERC con Nigel Farage, como hizo el siempre torpe Josep Borrell, que en una acto organizado por Sociedad Civil Catalana osó decir que Junqueras y el dimitido Farage “se parecen como dos gotas de agua” porque ambos “engañan a sus conciudadanos”.  En un mundo en que, ciertamente, nadie tiene en cuenta los hechos, Borrell se suelta no precisamente por la pendiente de la ideología, que es lo que habría hecho en los años 70, sino de la negación a ultranza que exista un déficit fiscal, que es lo que le escuece, en palabras de Andreu Mas-Colell: “Si Junqueras fuera algún día presidente de la República Catalana –afirmó Borrell para contradecir a todo el mundo, incluso a los unionistas que reconocen la existencia del déficit– debería decir: "lo siento, los 16.000 millones no están en ninguna parte, que él se ha equivocado y que ha engañado”. Que Borrell sea socialista tiene poca importancia, porque está al lado del supuesto liberal Albert Rivera y del conservador Xavier García Albiol en su negacionismo.

Si el PDC no aspira a ser el SNP lo acabará siendo ERC, cuando este partido se centre un poco y plantee, como ya lo está haciendo, que el camino para desconectar Catalunya del Estado es una combate de poder

No sé si ustedes han visto el divertido vídeo de Guardiola paseando con un niño del Manchester City por las calles de la ciudad inglesa. Es el mejor spot publicitario que he visto en los últimos años, si exceptuamos el del PP de la chica que va a buscar comida para gatos. Este spot del niño vestido con la camiseta del City es, sin embargo, mucho más amable. Guardiola y el niño hablan del tiempo lluvioso de Manchester, de Leo Messi y de ganar trofeos. De todo y de nada en un ambiente de alegría, de satisfacción y, sobre todo, sobre todo, de confianza. Quien hoy en día no sea capaz de generar confianza está perdido. Guardiola lo tiene más fácil que Marta Pascal, la nueva coordinadora general del PDC, vicepresidenta, por cierto, de la Internacional Liberal, para ser creíble. Él es un entrenador de fútbol y ella se dedica a la política. No sé si un niño como Braydon Bent sabría quién es ella si ambos coincidiesen en un taxi. Seguramente, no. A Jordi Pujol lo conocía todo el mundo y generaba la misma confianza que Guardiola. Es por eso que gobernó tantos años. Y también es por eso que nadie le perdona el engaño y, mucho menos aún, que haya destruido la ilusión de quienes habían depositado la confianza en él.

Los dirigentes del PDC deben tomar buena nota de lo que ocurrió con la antigua CDC. Caer de nuevo en el tacticismo, permitir las corruptelas, por pequeñas que pudieran ser,, y menospreciar las ideas –las políticas y las que las fundamentan–, sólo los llevará al desastre. La primera sede de CDC estaba ubicaba en la calle de Provenza, tocando en Pau Claris, no muy lejos de la actual sede del PDC. Era también un tiempo fundacional. Querer convertir el centrismo en un sucedáneo de la derecha, que es lo que acabó haciendo Pujol, llevaría al PDC de nuevo a Còrsega y la alejaría del fresco olor de la lavanda de la Provenza actual.