Un tribunal español ha condenado a 21 ex altos dirigentes del PSA-PSOE, entre ellos a los dos antiguos presidentes de la Junta de Andalucía, Manuel Chávez y Antonio Griñán, y a medio millar de personas, por la corrupción sistémica organizada mediante los ERE. Los presidentes de Catalunya son perseguidos por poner urnas, convocar consultas, referéndums o “desobedecer” la JEC manteniendo el lazo amarillo en un balcón, mientras que los presidentes andaluces son perseguidos por mangantes. Digamos las cosas claras para que Miquel Iceta y su corte se enteren: en Andalucía el PSOE robó durante años. No es que ahora yo quiera dar credibilidad a la justicia española. No, claro que no, sobre todo porque lo que ha quedado claro es que en España se paga más caro ser demócrata que ser un ladrón. Se ve enseguida al contar los años de condena de los atracadores institucionales andaluces y los de los presos políticos independentistas. La estafa andaluza parece copiada del tiempo de la Restauración, cuando el caciquismo era el cimiento del régimen del bisabuelo del rey actual. Caciquismo y monarquía son sinónimos. Alfonso XIII era uno conseguidor de inversiones —con la consiguiente propina para el monarca— que la historiografía españolista transmutó en un hombre de negocios. Sus descendentes han seguido la tradición. La monarquía española forma parte de los grandes males de España. La leyenda negra española es monárquica. Y es que el gansterismo político español se ha refugiado históricamente en la Corona. Incluso los Pujol estuvieron protegidos por la Corona mientras se portaron bien.

El régimen de los 78 es, por encima de todo, un sistema corrupto. A medida que baja el suflé de la transición, y por tanto mengua el nivel del agua que ha permitido flotar a un ejército de incompetentes y de chorizos, la mierda se deja ver y el mal olor llega a todas partes. Los que han convivido con corruptos sin saber que lo eran —y este es mi caso—, cuando tienen pruebas suficientes del delito ya no pueden tratar a aquellas personas del mismo modo. Confieso que Oriol Pujol no me cayó bien desde el principio, pero el día que confesó, después de negarlo no sé cuántas veces, que había alterado concursos públicos a cambio de dinero, no me alegré que lo hubieran trincado. Al contrario, sentí una pena profunda, dolorosa. Por Catalunya y por la democracia. Me causaron asco él y el entorno directivo convergente. La corrupción es el cáncer que mata a las naciones y a la esperanza, que es el alimento de la libertad. Sin esperanza no hay futuro. Pedro Sánchez es de la camada de políticos que ha defendido —al igual que los fanáticos de todos los partidos— la honradez de sus compañeros socialistas corruptos con la misma vehemencia que ahora escupe barbaridades contra los independentistas y ningunea al presidente electo de la Generalitat. El final de la “ilusión” será traumático para la generación del 78. Si el régimen todavía aguanta es porque unos supuestos revolucionarios se dedicaron a asesinar a políticos, militares y civiles y proporcionaron durante años una buena coartada a los vividores que se aprovechaban de la democracia. El terrorismo etarra dio alas a un régimen que ya era viejo cuando nació y sirvió para permitir que el PSOE organizara los GAL, que fue otra fuente de corrupción. Cuando la democracia es inmoral dejar de ser un régimen de libertades.

Atribuir la corrupción a la existencia de unas cuantas manzanas podridas en un cesto inmaculado, es negarse a admitir que bajo el régimen del 78 la corrupción fue una norma que se puso en marcha con la financiación de los partidos

Un tiempo atrás, un exconseller de la Generalitat de la época gloriosa del pujolismo se quejaba de la crítica feroz de los independentistas de su partido al régimen del 78. Con el típico tono arrogante de los cachorros de Pujol, este político se reivindicaba, no personalmente, puesto que no tiene ningún motivo para hacerlo, su gestión fue irrelevante, sino corporativamente. Mientras le estaba escuchando, pensaba en el número de consellers encarcelados por corrupción con quienes había compartido mesa aquel individuo. Por lo menos recordé a cuatro. También hubo unos cuantos, pocos, que osaron denunciar que el rey se paseaba desnudo. ¡El 6 milions d'innocents (menys uns quants espavilats) es un libro del 1999! Francesc Sanuy sabía cuál era el mal de la bestia, tanto como lo sé yo ahora, porque había convivido con ella. Con los años y las promesas de cambio por cumplir, la democracia española ha entrado en la fase del concurso de acreedores. Podemos ha salido al rescate. En Catalunya y Andalucía el sistema clientelista no era exactamente igual. La corrupción andaluza fue más bestia. Centenares de empresas, aseguradoras, abogados y trabajadores participaron —según los jueces— en una red de corrupción que aprovechó la prevaricación cometida por los políticos y los altos cargos. Entre todos defraudaron hasta 855 millones de euros a través de los ERE fraudulentos, con la creación de un sistema de ayudas públicas que no estaba bajo ningún control.

“El gran crimen, el mayor crimen, es negarse a comprender”, escribió Miguel de Unamuno. Atribuir la corrupción, como hacen algunos estudiosos, a la existencia de unas cuantas manzanas podridas en un cesto inmaculado, es negarse a admitir que bajo el régimen del 78 la corrupción fue una norma que se puso en marcha con la financiación de los partidos. Los pactos de silencio de la Transición forman parte de la colonización mental franquista. Contentarse porque la corrupción en España no llega a los niveles de México o de China, es una manera de darle la razón a Unamuno, quien tampoco era ningún santo, sea dicho de paso. A pesar de que mucha gente desconfíe, con razón, del sistema judicial español, debemos celebrar la condena de los socialistas corruptos andaluces. A partir de ahora, lecciones, las mínimas. Cuando se publique la sentencia del 3%, que no sé por qué tarda tanto, los catalanes también podremos deshacernos de los políticos nacionalistas corruptos y de sus cómplices. Estaremos a punto para salir del lodazal español.