En 2013, la Vía Catalana consiguió formar una cadena humana de 400 kilómetros. Aquella gran y transversal movilización fue realmente el pistoletazo de salida de lo que no acabó muy bien en octubre 2017. Han transcurrido siete años desde entonces y el pasado sábado, en Perpiñán el gentío que se reunió en la explanada del Parque de las Exposiciones tuvo que recorrer un montón de kilómetros para llegar hasta allí. En Perpiñán viven unas 150.000 personas. Este sábado la población perpiñanesa se dobló con los catalanes llegados de todas partes, haciendo buena la canción de Lluís Llach —que cantó a cappella con Gerard Jacquet y Roger Mas— con un título premonitorio: Venim del nord, venim del sud. El recorrido hasta Perpiñán —incluyendo los controles policiales— fue la segunda Vía Catalana.

La coalición contraria a Puigdemont, que es amplia pero bastante inoperante, por lo que se pudo ver el sábado, incluso desde antes del acto puso todos los medios para presentar la convocatoria como una acción partidista, como el pistoletazo de salida de una cruenta campaña electoral entre independentistas. No voy a negar que alguna de las mentes pensantes de JxCat, las que siempre se equivocan, no estuviera a punto de caer en la tentación. Pero al final se impusieron las tesis de los que, en Perpiñán, solo querían convocar un acto del Consell per la República. Se aplicó la razón política de los artífices de la movilización, para quienes la concentración debía ser, por definición, transversal, unitaria y reivindicativa. Esta es una hora tan grave que el sectarismo está fuera de lugar. Es verdad que en Perpiñán la voz del sector que piensa que la estrategia hacia la independencia pasa por no asumir el relato de que el 1-O se perdió fue mayoritaria. El derrotismo del entorno de ERC es hoy tan infecundo como la prisa que tenía Rufián y compañía el 27-O.

Si el objetivo es conseguir finalmente la independencia, lo que hay que explicar es cómo se quiere llegar a ella y no cuándo, que eso no lo sabe nadie. El debate sobre el cuándo, que es lo que envenenó el octubre de 2017, es estéril. Lo importante es saber cómo se logrará la independencia. Puigdemont gusta porque transmite fortaleza y determinación. La consellera Clara Ponsatí es ovacionada porque dice lo que todo el mundo sabe, incluso los más entusiastas defensores de la mesa de negociación: que no se llegará a la independencia por medio de la negociación con quien ni siquiera no está dispuesto a incluir en la agenda de debate el derecho a la autodeterminación. Acusar a Puigdemont y al Consell de la República de boicotear la negociación que empezó el miércoles de la semana pasada es, simplemente, hipócrita y tramposo. Hay que estar atento a ver qué ocurre con la negociación, pero las expectativas son tan bajas, que incluso el Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña (TSJC) se ha permitido el lujo de procesar a Josep Maria Jové, uno de los miembros de la delegación catalana en la mesa de negociación y destacado líder de ERC, y a Lluís Salvadó por su participación en la organización del referéndum del 1 de octubre. Está probado, cuando menos por ahora, que la negociación, que es el cómo que defienden los derrotistas, no nos aproximará a la independencia. Tampoco comportará el final de la represión.

El camino hacia la independencia no será corto, pero no está cerrado como propagan los derrotistas. Solo hay un cómo, por lo menos de momento. Si la gente está dispuesta a aguantar, a mantener la tensión y a seguir movilizada mediante los consejos locales del Consell por la República, como quedó demostrado el sábado, se podrán recuperar los espacios de libertad perdidos con la represión. Hará falta que el independentismo acumule fuerzas, evidentemente, y que dedique esfuerzos a fortalecer una sociedad civil —sindicatos, patronal, colegios profesionales, cámaras de comercio y entidades culturales— para que se decante sin complejos por las tesis independentistas. Pero si el independentismo se rinde ahora, si no sabe, como dice un amigo mío, masticar chicle y andar a la vez, entonces sí que estará perdido. La pregunta sobre cuándo se proclamará la independencia puede convertirse en una especulación metafísica si el cómo se reduce a organizar reuniones terapéuticas. El encuentro del otro día en Madrid solo sirvió para tranquilizar a quienes el éxito de la movilización de Perpiñán —o de cualquier otra— les provoca angustia y, sobre todo, un gran disgusto porque refuerza a Puigdemont y su estrategia rupturista.