1. Verdades y mentiras. El Catalangate no es ninguna broma. Es otra demostración más de la degradación de la democracia en España. Los republicanos catalanes no deberían tomárselo a broma para hacer comedia. Da igual que los del PSOE y Unidas Podemos se defiendan cargando con el mochuelo al PP, porque la realidad es que durante su mandato el Estado también ha espiado al movimiento independentista. O lo que es peor, seguramente ha usado las conversaciones para chantajear a alguien. La gente larga mucho y desproporcionadamente por teléfono y nunca se sabe los “muertos” que cada uno guarda en el armario. Robar furtivamente una conversación de WhatsApp puede inducir a muchos errores. Algunas parejas se espían chapuceramente para atacarse cuando la relación ya se tambalea, normalmente por parte de quien espía. Los gobiernos se comportan igual. Llegar a conocer la verdad de las cosas es muy difícil.

El 21 de abril, el presidente Obama dio una conferencia en la Universidad de Stanford sobre la desinformación y los retos para la democracia en el ámbito digital. Advirtió a la audiencia de un fenómeno que es muy cierto: que los cambios en la forma en que las personas crean y consumen información representan una amenaza para la democracia y son un reto para nuestros líderes. Hoy en día las redes sociales son un pasadizo por donde circulan verdades y mentiras a raudales. Discernir entre la verdad y la mentira es la misión de cualquier demócrata. Las dos horas de reunión de ayer entre el ministro Bolaños y la consellera Vilagrà acabaron como siempre: con una foto y nada más.

La democracia vibra cuando lo que los ciudadanos tienen que decidir es realmente capital. Es por eso por lo que los contrarios al sistema democrático tienen miedo a las urnas y prefieren refugiarse en los juzgados, donde la ideología de una sola persona puede hacer cambiar la voluntad popular.

2. La polarización y los juzgados. Después de perder las elecciones presidenciales en noviembre de 2016, Hillary Rodham Clinton escribió un libro con un título muy significativo: What Happened (Simon & Schuster, 2017). La candidata demócrata intentaba entender por qué había perdido las elecciones ante un personaje, Donald J. Trump, que, incluso antes de llegar a la presidencia de los EE. UU., ya era un personaje controvertido. Cuando Trump perdió las elecciones en noviembre de 2020, no escribió ningún libro, sino que puso en marcha una campaña de propaganda dedicada a difundir mentiras y denunciar en los juzgados un fraude electoral que solo él había visto. Un año después, el 27 de octubre de 2021, publicó en el Wall Street Journal una larga carta al director en la que insistía en su tesis de criticar al diario, porque se había tragado que en las elecciones de Pensilvania había ocurrido un pucherazo: “Realmente, en las elecciones (de 2020) hubo fraude, cosa de la que ustedes, lamentablemente, no se dan cuenta [...] hubo mucha corrupción e irregularidades en el voto”. Las mentiras que contenía el artículo eran monumentales. El problema es que algunas personas creyeron a Trump y al final se decidieron por asaltar el Congreso aquel fatídico día de Reyes del año 2021. El país que jamás padeció una dictadura al estilo europeo estuvo a punto de sucumbir ante una revuelta bárbara sostenida por las mentiras y las batallas judiciales de quien quería destruir al adversario desde que llegó a la presidencia. La batalla judicial era una forma de querer dinamitar la democracia.

3. La democracia está en peligro. Una encuesta de la Monmouth University del mes de junio de 2021 apuntaba que el 32 % de los estadunidenses consideraban que la victoria de Joe Biden había sido como consecuencia de un fraude. Un sondeo sobre los valores americanos del mes de noviembre del mismo año, realizado por PRRI y lo Brookings Institute, elevó hasta el 68 % ese porcentaje. Eran los republicanos que opinaban que Trump había perdido porque una conspiración tramada por los demócratas, las minorías étnicas y el grupo de presión judío le había “robado” la presidencia. Es muy curioso, porque en las elecciones de 2020 en los EE. UU. pasó como en Catalunya en 2017: la participación fue muy alta, del 66,8 %. Esta fue la participación más notoria en unas elecciones presidenciales desde 1992 (67,7 %) y cinco puntos superior que en las elecciones de 2016 que perdió Hillary Clinton.

La democracia vibra cuando lo que los ciudadanos tienen que decidir es realmente capital. Es por eso por lo que los contrarios al sistema democrático tienen miedo a las urnas y prefieren refugiarse en los juzgados, donde la ideología de una sola persona puede hacer cambiar la voluntad popular. La democracia está en peligro no únicamente por el espionaje, como denunciaba The Washington Post en su editorial del 21 de abril. A diferencia de los tiempos del Watergate, ahora nadie asume ninguna responsabilidad y el periodismo se ha convertido en una trinchera de la identidad política en vez de una fuente crítica. Las mentiras y la extrema oposición entre las élites políticas (amplificada por los medios) crea un ambiente que genera desafección y empobrece la libertad. Es un fenómeno general, pero que en España ha llegado a un nivel agotador. Rendirse comportaría su triunfo.