El independentismo no tiene líderes. Cuando todavía no se ha superado la mentalidad autonomista, hablar de líderes independentistas es un oxímoron. Digamos las cosas por su nombre. Es una desgracia, pero es así. Proclamarse independentista es más fácil que diseñar una estrategia independentista que desborde la actual parálisis, presidida por una competencia estúpida entre ERC y Junts per Catalunya para ver cuál queda primero en las próximas elecciones autonómicas. Unas elecciones que, como las del 21-D del 2017, volverá a convocar el Estado por la vía de la inhabilitación del president Torra. La autonomía anda de capa caída y el autogobierno es prácticamente inexistente. Y entretanto, los políticos independentistas, cada vez más pobres de espíritu y de ideas, se dedican a darse puntapiés en el Parlament y en todas partes. De los tertulianos y articulistas del nuevo mainstream republicano no cabe ni hablar, porque argumentan una cosa y la contraria según sople el viento del poder. La cuestión es que no les aparten del escaparate. Los silencios y los entusiasmos a menudo obtienen recompensa y todavía más en tiempos de crisis.

Dos semanas atrás escribí que era necesario acabar con la comedia de la unidad. Reafirmo lo que escribí y celebro que otros articulistas se hayan sumado a la idea de que la unidad solo se puede alcanzar con quien quiere llegar realmente a acuerdos estratégicos. Soy de los que defiende la necesidad de articular políticamente un bloque por la ruptura que englobe desde Poble Lliure a Demòcrates, pasando por lo mejor de la Crida, Junts per Catalunya, Acció per la República, Primàries y la buena gente que no está encuadrada necesariamente en estos grupos pero que, a pesar de admitir que octubre del 17 no acabó como se habría deseado, no desfallece ni se rinde. No haber podido desbordar al Estado porque la represión autoritaria consiguió acabar con el intento de secesión, no significa tener que volver a los años del pujolismo y de las apariencias de poder, como también he escrito en otra de mis columnas. El 1-O debe hacernos madurar para no repetir lo que dificultó la victoria y nos obliga a aislar a los sectarios, que son los que por un lado reclaman la unidad entre todos los independentistas al mismo tiempo que trabajan para deshacer la unidad de Junts per Catalunya. ¡Qué contradicción!

No haber podido desbordar al Estado porque la represión autoritaria consiguió acabar con el intento de secesión, no significa tener que volver a los años del pujolismo y de las apariencias de poder

A pesar de que se esté cayendo a trozos, por el momento la Generalitat autonómica existe y es necesario que el independentismo rupturista se  asegure el control de su gestión y buen gobierno. Todos sabemos que ERC ha cambiado de chip y que su estrategia ahora pasa por llegar a acuerdos con la presunta izquierda catalana y española —la izquierda de los GAL, sea dicho de paso— para llegar a la presidencia de la Generalitat. Los republicanos se quejan del pacto de Junts per Catalunya con los socialistas en la Diputación de Barcelona pero anhelan pactar con ellos para echar a la “derecha” independentista de la Generalitat. Si la tesis es, como he leído no sé dónde, que ERC se conforma con lograr finalmente la presidencia con un pacto con los unionistas, la gran pregunta es: ¿para hacer qué? ¿Para volver a ser útiles en Madrid? ¿No proclamaban que querían el pan entero? El catalanismo, entendido como lo entendían los “padres fundadores” de 1885 y que el pujolismo practicó durante años, estaba en la UCI y ahora el establishment empresarial y mediático quiere resucitarlo aprovechando la ambición de la muchachada (a pesar de que ya no son tan jóvenes) de ERC con ganas de sacar cacho. A menudo son peores los sargentos chusqueros que los generales que han perdido la brújula. Los chusqueros —en Catalunya el sottogoverno de la Generalitat— siempre está atenta al bolsillo y actúa con miedo, cuando no a traición. Los que vivimos el 155 desde dentro del Govern sabemos muy bien qué pasó.

Es por eso que hay que acabar con los espectáculos como el del pasado martes en el Parlament. El president Quim Torra volvió a equivocarse cuando instó a ERC a mantener la unidad y a organizar conjuntamente un referéndum: “Hice una propuesta para volver a votar la independencia. Yo estoy por ello, ¿lo está toda la Cámara?” —dijo Torra. Pues es evidente que no, que la mayoría de la cámara ya no defiende esta posición. Por lo tanto, quizás sí que el president convoque elecciones para el primer trimestre del 2021 y así aclararemos de una vez quién tiene la mayoría, aunque sea relativa, en la nueva Cámara. El objetivo del bloque por la ruptura tiene que ser minorizar a los grupos unionistas y, también, a ERC, que legítimamente ha decidido retirarse para asumir el relato de la derrota. El 1-O el independentismo no triunfó; pero no fue derrotado y desde el exilio se han infligido al Estado castigos muy severos. El bloque por la ruptura solo tiene a un líder capaz de unir a actores ideológicamente muy variados. Si el president Puigdemont se desentiende de liderar este bloque por la independencia, lo que no quiere decir que necesariamente tenga que ser candidato, entonces que después no se queje nadie, ni ose echarle las culpas del desastre a los que desean acabar con los rupturistas. Es imprescindible ganar mediante las urnas a los que apuestan por chapotear otra vez a Madrid como antes lo hacían personajes como el actual jefe de la patronal catalana. “History is again on the move” es una máxima de Arnold Toynbee que el gran historiador formulaba para recordar que el porvenir nunca es lineal ni repite el pasado. Pues eso: pongámonos nuevamente en marcha.