Acabemos con la ficción de la unidad política, electoral, estratégica o como quieran llamarle entre ERC y Junts per Catalunya. El independentismo no requiere otra unidad que la unidad popular. Además, la vía del acuerdo entre los dos grandes partidos independentistas ha sido expuesta y defendida al derecho y al revés y no ha fructificado. Junts pel Sí fue una fórmula tan efímera como la proclamación de la República catalana el 27-O. En las elecciones del 21-D, ERC se enfrentó a una nueva formación, Junts per Catalunya, que le disputaba el espacio ideológico y el independentismo. Junqueras perdió las elecciones y Puigdemont las ganó justito, justito, aunque la desunión supuso cederle el primer lugar a Ciudadanos. Entonces se vieron obligados a convivir en un gobierno inestable, sin liderazgo y más dividido que cualquier otro gobierno anterior. El Govern Torra es como esos matrimonios que no se divorcian porque no pueden pagar dos pisos y tienen hijos en común. La Crida nació para superar el paradigma que la unidad se basaba en los partidos, en las siglas. Unamos personas, se decía desde la Crida, y respondieron al reclamo cincuenta mil personas. Todo iba bien hasta que los restos del PDeCAT obligaron a Jordi Sànchez a retomar la lógica de los partidos. Él y su entorno cedieron al PDeCAT y gente como yo abandonó el proyecto

El PDeCAT demostró que las reticencias de ERC respecto a la Crida tenían fundamento. Ellos, cualquiera de los sectores que luchan por dominar los restos de CDC, en verdad tampoco querían la unidad. Aspiraban a dominar la Crida, del mismo modo que ahora sueñan por hacerse con el control de Junts per Catalunya sirviéndose de las dudas de Puigdemont. Así pues, menos culpar a ERC por la falta de unidad, porque por lo menos un sector del puigdemontismo la boicotea activamente. Unos y otros se aprovechan de lo que parece un hecho probado: que al margen de los partidos es difícil vertebrar una candidatura de amplia base. El fracaso de Primàries, que por otro lado fue debido a la mala organización, al mesianismo y a la manipulación urdida desde el sector oficial de la Assemblea, acabó en un sonado fracaso y con Jordi Graupera abandonado incluso por los que le juraron fidelidad. La idea era buena, la metodología fue una chapuza.

Debe superarse este paradigma y volver a la lógica que inspiró la Crida, sin cuotas, sin trampas, sin la influencia nefasta de los antiguos convergentes

A medida que pasa el tiempo y todo el mundo se descara, también se va aclarando el panorama. El sector federalista de ERC —especialmente Joan Tardà y Gabriel Rufián—, con el apoyo de quienes trabajan en el entorno de la Fundación Irla —especialmente Joan Manuel Tresserras y Jordi Muñoz, el politólogo de referencia de ERC, y el articulista Eduard Voltas—, ya defienden sin tapujos que con la actual correlación de fuerzas la independencia es imposible. A pesar del éxito del 1-O, no en términos de lograr la independencia, sino de avance del independentismo y de internacionalización del conflicto, ERC llegó a la conclusión de que el referéndum fue un fracaso y que no tenía otro valor que el meramente simbólico. Para vestir a la mona, los ideólogos de cabecera de ERC retoman el viejo esquema de la división ideológica entre independentistas y de este modo poder justificar su “rectificación” desde el 1-O. Las declaraciones de Rufián y Tardà en este sentido son la versión esperpéntica de la “nueva normalidad” posprocés que los cargos de ERC siguen como si fueran legionarios. Los buenos estudios sociológicos no avalan que el corte entre independentistas sea ideológico como sostienen los gurús de ERC. Catalunya es un país donde gente de derechas y conservadora vota a ERC para parar a Puigdemont y gente de extrema izquierda vota a Junts per Catalunya exactamente por lo contrario, porque Puigdemont es el símbolo de la resistencia. Lo que divide ERC y Junts per Catalunya no es la ideología. ERC está aliada con los democristianos de Toni Castellà —que son católicos de derechas— y recibe el apoyo de la derecha mediática que les agasaja con todo tipo de elogios. Junts per Catalunya es una coalición posmoderna, que agrupa a un sector de derechas muy identificado con el PDeCAT y un sector izquierdista potente, que va de Jordi Sànchez y Toni Morral, antiguos miembros de ICV, a Aurora Madaula y Salwa El Gharbi, la versión más radical y feminista de la candidatura, Pep Puig, el ecologismo en estado puro, y Ferran Mascarell, Teresa Pallarès y Toni Comín que proceden del PSC más catalanista.

¿Qué separa ERC de Junts per Catalunya? La estrategia. Desde el 1-O se han ido definiendo dos grandes estrategias independentistas, cada vez más diferenciadas y que están dirigidas por Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Desde mi punto de vista, son dos estrategias irreconciliables que no solo dividen a los dos grandes partidos, sino que afecta también internamente a ERC y a Junts per Catalunya. Que se note menos en ERC que en Junts per Catalunya no significa que el malestar no afecte al partido de Pere Aragonès. ¿Esta división de estrategias convierte en imposible la independencia?, se preguntaba Salvador Cardús en un artículo reciente. Mi respuesta es clara: sí. Cuando menos mientras se mantenga la igualdad electoral entre los dos bloques independentistas y la retórica de Esquerra y PDeCAT —y su esqueje, el PNC— sea ideológica. Carles Puigdemont publicó un libro, que ya comenté en una de mis columnas, que reclamaba la unidad con todo tipo de argumentos, pero que todavía era una apelación a la (re)unión con la lógica de los viejos partidos del autonomismo. Plantearlo así ya no tiene sentido, visto que la división estratégica imposibilita la aproximación entre los partidos. Debe superarse este paradigma y volver a la lógica que inspiró la Crida, sin cuotas, sin trampas, sin la influencia nefasta de los antiguos convergentes. No se debe excluir a nadie, pero tampoco se puede quedar subordinado a los que solo defienden cuotas de poder. Hay que rehacer el bloque de la ruptura para conseguir una mayoría electoral suficiente que avale la estrategia diseñada desde Bruselas y que pasa por combinar el activismo con la política, el Consell per la República y presidir la Generalitat —lo que significa organizar un Govern fuerte y eficiente—, combatir a los gobiernos de la metrópoli y pactar con ellos cuando seamos fuertes de verdad sin caer en el maniqueísmo ideológico rufianesco que minimiza los desmanes centralistas y represores del PSOE y enfatiza los del PP. En definitiva, actuar como actúan todos los movimientos de liberación nacional y no como lo haría Jordi Pujol.