Mientras leía el contenido atroz de los tuits que me dedicaron el otro día Jordi Graupera y Anna Punsoda, intentaba pensar qué habría podido hacer diferente para ahorrarme esta carnicería. Recordaba dónde estábamos hace 15 años y por qué nos entendíamos. Pensaba qué habría pasado si el ambiente de histeria antifascista que los diarios y los partidos han fomentado en los últimos años hubieran tenido la misma fuerza sugestiva durante los meses anteriores al 1 de octubre.

Me hizo sonreír la imagen de los policías españoles con las cabezas y los brazos vendados haciendo ays y uys en el hospital Gregorio Marañón. Me parece que todo el mundo estará de acuerdo que si el país hubiera salido a ejercer el derecho a la autodeterminación al ritmo de los tambores que hoy se hacen sonar contra los fantasmas del fascismo, el choque con Madrid habría sido de dimensiones imprevisibles. Quizás Putin habría entrado en Ucrania exigiendo un referéndum, y ahora el pacto entre Rusia y la OTAN sería más factible.

Antes del 1 de octubre, sin embargo, el clima político estaba marcado por el feminismo y por la corrupción. La única propuesta que he recibido para escribir un libro en castellano me llegó entonces a raíz de un artículo que publiqué para responder a una polémica que me pintaba como un gran machista. Entonces, el país vivía conmovido por el caso Pujol y por el juicio a los violadores de la Manada. Seis años más tarde, la política parece un oficio todavía más menospreciable y corrompido, y las violaciones en grupo se van volviendo normales en las noticias. Pujol recibe homenajes de los mismos que lo escarnecían o se distanciaban de él. Nadie diría que sus hijos se llegaron a plantear que yo lo defendiera en un libro.

Con esto quiero decir dos cosas. Primero, que los climas políticos y las circunstancias materiales que se derivan cambian más deprisa y más brutalmente que las personas, sobre todo en las épocas inciertas. Y segundo, que la Punsoda y Graupera siempre han tenido una capacidad de adaptación a la música del momento mucho más acentuada que la mía. No es un reproche, es una evidencia que se puede constatar con hechos objetivos. Si los catalanes como yo hubiéramos tenido su ductilidad, para usar un término neutro que puede ser negativo o positivo, los partidos no se habrían visto nunca empujados a organizar un referéndum.

El sistema político y social que nos ligaba se ha roto y cada cual tendrá que hacer la suya hasta que emerja un nuevo orden que nos reúna o liquide a los catalanes como yo.

Cuando CiU intentaba controlar el proceso comprando jóvenes promesas, La Vanguardia fichó a Graupera justo unas semanas antes de sacar la edición en catalán para demostrar qué idioma mandaba en el país. Punsoda también debe de recordar cuando Jordi Amat le dijo, comentando un post sobre Antonio Gaudí que había escrito en su wordpress: "Si no tienes cuidado acabarás como Enric". Entonces acabar como yo quería decir tener que publicar los libros con la editorial minoritaria de Quim Torra, el vendedor de seguros que, una década más tarde, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras investirían president para aceptar el 155.

Evidentemente, yo podría hacer como mi estimado Nèstor Luján, que en 1947 escribió, para rendirse ante la presión de los amigos y de la dictadura: “Viendo que no se puede ir a cazar halcones con palomas, a partir de ahora voy a dedicarme a la amena literatura.” A veces me gustaría hacerlo, porque todos tenemos nuestro corazoncito y el mío ya está tan trinchado que se podría hacer con él una hamburguesa. Pero si dejara de escribir las cosas que pienso y que algunos encuentran tan retorcidas, ¿qué pasaría, exactamente? ¿Me volvería a entender con mis antiguos amigos, las señoras me querrían más, el país iría mejor? ¿Mi prosa ganaría algo?

En las situaciones difíciles es cuando la naturaleza de cada cual se manifiesta de una manera más clara. Yo tengo tendencia a subirme a la montaña más rápidamente que la mayoría y a pasar largas temporadas de frío, porque la gente se cansa de seguirme incluso cuando tengo razón. A veces las piernas me tiemblan y me pregunto si tendría que dejar de escribir. Pero si cediera, si me adaptara a la naturaleza de mis antiguos amigos, lo único que pasaría es que todos los esfuerzos que he hecho para explicar las cosas que pienso de una manera concreta y, por lo tanto, realista de acuerdo con mi experiencia, no habrían servido de nada.

Jordi se preguntaba en un tuit si me he roto o si siempre he sido una persona rota. Me hizo gracia que no viera que lo que se ha roto, y lo hemos roto entre todos, es el sistema de intereses que aguantaba el régimen del 78. No necesito hacer mucha memoria para recordar que las tensiones entre nosotros, cuando las hubo, siempre tuvieron un trasfondo político. Hasta hace unos años había un sistema de jerarquías establecido en el cual podíamos encontrarnos aunque yo tuviera que vivir haciéndome el tonto o pidiendo perdón por existir. Ya no queda nada de todo aquello. El sistema político y social que nos ligaba se ha roto y cada cual tendrá que hacer la suya hasta que emerja un nuevo orden que nos reúna o liquide a los catalanes como yo.

Yo no sé cómo será el mundo que viene, pero si hablo de vosotros es porque el pasado no se puede abandonar sin peligro, y es una referencia imprescindible para no perder la perspectiva. Yo escribo sobre todo para proteger mis buenos recuerdos, que son los que me ayudan a vivir y los que me dan energía para pensar. Y aunque no os lo creáis, ni convierta siempre el agua en vino, muchas de las cosas que hago me recuerdan a la mejor parte de vosotros. A veces me da la impresión que me estrellaré, pero la idea de volver atrás me empuja hacia delante y no me deja ceder, ni pararme.