Volvo atraviesa un momento delicado con sus modelos eléctricos EX90 y ES90, dos apuestas clave dentro de su estrategia de electrificación que no han logrado el impacto comercial esperado. Pese a tratarse de vehículos desarrollados bajo los más altos estándares de calidad y seguridad, las cifras de ventas han quedado por debajo de las previsiones, provocando una revisión interna de las decisiones estratégicas recientes.
La caída en la demanda no obedece a una única causa, sino a la confluencia de varios factores, entre los que destacan dos decisiones clave. En primer lugar, una política de precios poco ajustada a la realidad del mercado eléctrico actual. En segundo, un planteamiento tecnológico que no termina de marcar una diferencia sustancial frente a la competencia. La combinación de ambas ha hecho que modelos como el EX90, concebido como buque insignia de la marca, pierdan tracción en mercados donde Volvo aspiraba a consolidarse.
El EX90, un SUV de grandes dimensiones y gran dotación de serie, ha visto ralentizadas sus entregas poco después de su lanzamiento. Su precio de entrada lo sitúa en una franja donde compite directamente con marcas de mayor reconocimiento tecnológico o propuestas más accesibles con prestaciones similares. Por su parte, el ES90, berlina de corte ejecutivo, no logra convencer a un público cada vez más exigente en diseño digital, conectividad y experiencia a bordo.
Llama especialmente la atención el contraste entre la ambición declarada de la marca y el comportamiento real del mercado, que parece no haber respondido como se esperaba.
Precios elevados y tecnología poco diferencial
La primera causa que penaliza a estos modelos es el coste final. Tanto el EX90 como el ES90 se comercializan en niveles de precio que superan con creces los de sus rivales generalistas y se acercan, e incluso igualan, a los de fabricantes con mayor recorrido en el ámbito eléctrico premium. Esto condiciona la percepción de valor añadido, especialmente en un contexto donde la eficiencia, la autonomía y la carga rápida se dan por supuestas.
El segundo elemento crítico es el enfoque tecnológico. Aunque Volvo ha reforzado la seguridad y la asistencia al conductor, el entorno digital no termina de sobresalir. Las interfaces, las funciones conectadas y el sistema de infoentretenimiento se perciben menos ágiles y completos que los de otros fabricantes. Este desfase afecta a la imagen de marca innovadora que Volvo pretende transmitir.
Por otro lado, las estructuras de producción tampoco juegan a favor. La alta dependencia de fábricas ubicadas en Asia, los costes logísticos y los ajustes necesarios para integrar nuevas arquitecturas eléctricas suponen una presión añadida a los márgenes comerciales. Esto limita la capacidad de Volvo para adaptar precios sin comprometer la rentabilidad del producto.
Lo destacable en este caso es que, pese a mantener su identidad de marca en aspectos como la seguridad, el diseño escandinavo y el respeto medioambiental, la ejecución de estos dos modelos no ha logrado posicionarlos como referentes reales. La falta de impulso en el inicio de su ciclo comercial plantea un desafío serio para una marca que había apostado con firmeza por una transición eléctrica total.
La situación actual obliga a replantear prioridades: revisar precios, redefinir el enfoque tecnológico y reforzar la competitividad de sus eléctricos sin perder la esencia que ha definido a Volvo durante décadas.