Va para largo, es la impresión en la zona del río Evros, que separa Grecia de Turquía, donde se han congregado en los últimos cinco días muchos miles de refugiados y migrantes con la esperanza de poder pasar a territorio de la UE. Grecia ha reforzado sus fronteras, y todos los testimonios de refugiados que han intentado cruzar el río coinciden en que los soldados helenos atrapan a quienes llegan, los someten a malos tratos, les quitan sus pertenencias y los llevan a puntos desde donde han de regresar a Turquía.

Sin embargo, quienes acampan a lo largo del río o incluso en el propio paso fronterizo de Pazarkule en la ciudad de Edirne, ahora cerrado al tránsito, se muestran dispuestos a seguir aguantando, con la esperanza de un cambio en la política de la UE.

Regresar no es una opción

Además, regresar no es una opción para muchos refugiados sirios, que llevan años establecidos en Turquía pero que ahora han vendido sus pertenencias y traspasado sus viviendas para apostar todo a un billete a la frontera. Así lo explica Mohamed Alí, un padre de familia de Alepo que acampa desde hace cuatro días en Doyran, un pueblo a orillas del Evros, a unos 20 kilómetros al sur de Edirne.

"Toda esta gente ha dejado sus casas. Ahora ya no tienen casa. Vienen de todas las provincias de Turquía. ¿Cómo podrían volver a sus hogares?", se pregunta Alí. El hombre asegura que "cruzar es muy difícil" y lamenta que "deben abrir las puertas. Pero no las abren por este lado, no las abren por el otro. Hace muchísimo frío por la tarde, y hay tantos niños...".

El ministro del Interior turco, Süleyman Soylu, ha cifrado este martes en 130.000 las personas que han abandonado Turquía para pasar a Grecia. Fuentes gubernamentales griegas indicaron a Efe que desde el pasado sábado hasta el martes se evitó que 25.000 personas entraran irregularmente en su territorio y que 183 han sido detenidas. También continúa la acampada delante de Pazarkule, donde en los últimos días ha habido cargas de la policía griega con gas lacrimógeno, pero es difícil estimar el número de refugiados congregados allí, dado que la policía turca veta el acceso a la prensa.

Ayuda ciudadana

La ONG turca ASAM, la única autorizada a acceder a la zona, reparte paquetes de comida y mantas, pero los refugiados se quejan que no son suficientes. Además, ciudadanos particulares acuden con sus coches, con los maleteros llenos de pan y fruta que reparten gratis a quienes se encuentran, si bien otros han visto oportunidad de negocio y han montado tenderetes de venta. Alí afirma que "los campesinos de aquí (Doyran) son gente de buen corazón. Nos traen bocadillos, fruta, galletas, nos dan té. Son mejores que el Gobierno".

Quienes se han hartado de la espera tampoco tienen claro si pueden volver, ya que corren rumores de que la policía turca multa a cualquier refugiado que intenta regresar de Edirne a Estambul u otras provincias. "El Gobierno se ha hartado de los refugiados y los quiere en la frontera, no se los puede llevar de vuelta", asegura un conductor de una empresa de transportes turca, que renuncia a dar detalles sobre las normas que lo impiden.

De nuevo a las islas

Ante la imposibilidad de cruzar por el río Evros, otros refugiados vuelven a probar con la ruta marítima a Lesbos, Quíos y otras islas griegas. Más de 1.000 personas han llegado en los últimos días a estas islas, según datos d'ACNUR.

El alto representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, viajó a Ankara este martes para tratar con altos cargos turcos la situación. Borrell asegura que "la presión y la acción unilateral no son una respuesta. Tenemos que trabajar codo con codo para abordar los retos comunes, en beneficio tanto de Turquía como de la UE."


Turquía anunció el viernes pasado que dejaba el paso franco a los migrantes después de que 33 soldados murieran en un bombardeo de las fuerzas sirias en Idlib, el último bastión donde milicias islamistas, apoyadas por Ankara, resisten al régimen de Bachar al Asad, respaldado por Rusia.

Ankara ha presentado este cambio en su política migratoria como resultado del hartazgo de no recibir suficiente ayuda europea ni para atender a los refugiados ni para su campaña militar en Siria.