Pocas horas después del inicio del ataque de Hamás del 7-O en el sur de Israel, escribí que Israel estaba viviendo algo similar a la guerra de Yom Kippur de 1973, el “día del perdón 2.0”. Días después, cuando la arena de la tormenta comenzó a depositarse, entendimos las verdaderas dimensiones de lo ocurrido. Se trata de la mayor masacre terrorista de la historia de Israel. El segundo mayor ataque terrorista de la historia mundial moderna.

No se trata de algo similar al 11-S, porque si bien allí hubo cerca de 3.000 muertos en un país de 290 millones de habitantes en 2001 como era Estados Unidos; en Israel, con 9,7 millones de habitantes, el asesinato de más de 1.200 personas (el número sigue en aumento) y los 3.000 heridos contabilizados, supone que no haya nadie en el país que no conozca a alguien afectado.

Tampoco es una segunda versión de la guerra de Yom Kippur, porque entonces 2.500 soldados israelíes murieron en la lucha contra los ejércitos invasores de Siria y Egipto, pero eso ocurrió en el frente de combate. El sábado 7 de octubre de 2023 es el día en el que murió la mayor cantidad de judíos en 24 horas desde el fin del Holocausto, hace 78 años. Más de mil civiles y cerca de doscientos soldados.

Los psiquiatras y los psicólogos afirman que lo ocurrido quedará grabado con fuego en la mente de los israelíes y del pueblo judío en las próximas décadas. Familias al completo, ancianos de 85 años y niños de 3 años fueron mutilados y quemados vivos mientras otros eran llevados hacia Gaza para convertirlos en escudos humanos. Según el Washington Post, al menos cuatro de ellos, tres chicas y un chico que bailaban en una fiesta multitudinaria fueron asesinados en el camino a su cautiverio en Gaza.

Pero lo que más impacto está teniendo en la sociedad israelí son las imágenes del kibutz Kfar Azza, en el que una quita parte de la población fue exterminada. Cuando empezaron los disparos con un centenar de terroristas de Hamás en las calles del kibutz, la población se encerró en el refugio de sus casas. Los terroristas intentaron derrumbar las puertas y así asesinaron a sangre fría a familias enteras. Hubo casos en los que no lograban irrumpir en los refugios, por lo que quemaron las casas con sus habitantes dentro. Además se encontraron cadáveres de decenas de bebés, algunos de ellos mutilados y otros decapitados. Después de la liberación de la aldea por parte del ejército de Israel, un oficial relató que el escenario dantesco le recordaba la historia de Babi Yar, la masacre nazi perpetrada en Ucrania.

La terrible historia de May Haiat

Una de las historias más terribles, y, a la vez, una de las pocas con final feliz es la de May Haiat, quien trabajaba en el bar de la fiesta del festival de música por la paz en Re'im, cerca de la frontera de Gaza, en el que 3.000 jóvenes estuvieron bailando toda la noche y que fue atacado por las milicias de Hamás. May Haiat relata así su terrible experiencia:

“Vimos un amanecer impresionante. Yo y un amigo nos alejamos de la fiesta para tomar un café. De repente, una amiga llamada Bar me llamó y me contó que les estaban disparando. Nos escondimos en el pequeño puesto de la policía y vimos cómo los tres agentes que estaban allí se preparaban para enfrentarse a cientos de terroristas, con una evidente expresión de miedo. Nos dijeron: 'Salid corriendo', y se lanzaron hacia afuera. Era una misión suicida y fueron abatidos".

May prosigue de esta manera su relato: "Llegó más gente a donde estábamos escondidos y les pregunté si conocían las historias del Holocausto en las que durante las matanzas algunos judíos se escondían debajo de cadáveres haciendo como si estuvieran muertos. Nos cubrimos con arena y nos acostamos en el suelo en silencio, hasta que, de repente, escuchamos pasos. Recé como nunca, pero ocho terroristas me encontraron. Cerré los ojos porque pensé que nos iban a disparar. Nos levantaron y me sacaron el móvil y todo lo que tenía en el bolsillo y dijeron a través de sus walkie-talkies que tenían a una más. Uno de los terroristas comenzó a hablar conmigo en árabe, y yo le dije que no le entendía. No grité, me mantuve quieta y apática. Algunos de ellos empezaron a apuntarme y a reírse, aparentemente, porque según ellos estaba semidesnuda. El palestino que me había hablado inicialmente me puso su chaqueta y su gorro encima y cogió mi mano. En una mano tenía un misil y en la otra mi mano".

Escenario infernal después del ataque terrorista

El escenario era infernal después del ataque terrorista: "Empezamos a caminar —explica May Haiat— y vi que buscaban cigarrillos y bebidas en el lugar de la fiesta. Busqué con ellos sin oponerme. Había cadáveres por todos lados. Había otro israelí conmigo que empezó a llorar y yo le dije que no lo hiciera, que eso los iba a poner nerviosos. El joven se arrodilló y comenzó a rogar por su vida. Lo ejecutaron ahí mismo, frente a mí. Me quedé sola con los terroristas. Uno de los terroristas que tenía una madera en la mano me golpeaba en la cabeza provocando las risas de todos. Pero el que me había cogido la mano al principio parecía como que me había adoptado. Cuando llegamos a uno de los coches pensé en suicidarme atacándoles".

Esto fue lo que sucedió a continuación, recuerda Haiat: "El palestino que había matado al chico israelí me advirtió que si intentaba hacer lo mismo, me mataría también. De repente, el palestino que me había dado la chaqueta y me había protegido me dijo: '¡corre, vete!' y vi que no me apuntaban con los fusiles. Corrí como nunca en mi vida, llegué al escenario de la fiesta y me acosté al lado de tres cadáveres. Me pinté la cara con la sangre de uno de ellos y me acosté con los ojos cerrados por tres horas. De repente escuché [voces en] hebreo y grité '¡Socorro!': eran soldados israelíes. Me llevaron a un paramédico para revisarme. Vi imágenes que no querría recordar. Estaba viva. Pero mi alma la mataron. Ojalá consiga curarla”.