Tras la matanza del 7 de octubre en el sur de Israel, Hamás dejó en territorio enemigo más de mil cadáveres de sus milicianos que atacaron al Estado judío. La gran sorpresa del Shin-bet, los servicios de seguridad internos, cuando investigaron los cuerpos de los terroristas, fue que parte de los manuales de instrucciones de los planes de ataque, los mapas y el armamento estaban escritos en persa. El hecho es que, según fuentes israelíes, ya hay instructores militares iraníes dentro de Gaza. El general (retirado) Amos Yadlin, exjefe de la inteligencia militar, me dijo de forma tajante: “Esta es la primera guerra cara a cara entre Irán e Israel, una guerra de carácter regional que afecta al mundo entero”.

Desde que en 2007 Hamás doblegó a las fuerzas más numerosas de la Autoridad Palestina y les expulsó de Gaza, con milicianos más entrenados, armados y motivados que sus rivales palestinos, formó un gobierno en la Franja. Desde entonces, su brazo armado, Ezzedin al Qassam, lanzó sobre territorio del estado judío miles de cohetes y se enfrentó con el ejército israelí en seis operaciones militares: Plomo Fundido (2008-09), Pilar Defensivo (2012), Acantilado Poderoso (2014), Guardián de las murallas (2021), Amanecer (2022) y Escudo y Flecha (2023). Todo esto sin contar otros enfrentamientos esporádicos constantes.

Cuando entrevisté en 14 ocasiones durante los años 90 y principios de los 2000 al líder espiritual y fundador del Hamás, el tetrapléjico Ahmed Yassin, le pregunté qué pensaba acerca la revolución khomeinista de Irán. Yo sabía que Hamás es una organización sunita, que mira con sospecha a los chiítas encabezados por Teherán, un 13% del mundo musulmán. Yassin me contestó que, por un lado, admira lo que hizo el ayatolá Khomeini en 1979 durante la revolución islámica, aunque rápidamente añadió tajante y marcando las diferencias: “Pero le aclaro que ellos están allá y nosotros aquí”.

Desde siempre, la Yihad Islámica Palestina, encabezada por el jeque Abdallah Shami, fue una organización totalmente “iraní”, financiada, entrenada y apoyada por Teherán. Hamás, en cambio, mantuvo su independencia y recibió inicialmente dinero tanto de países árabes sunitas como de organizaciones islámicas sunitas de todo el mundo. Todo esto cambió en una segunda etapa. Hamás se quedó sin recursos y se acercó a Irán, que estuvo dispuesto a transformarse en su nuevo mecenas y patrón.

Ante la amenaza iraní, EEUU tomó medidas sin precedentes. Aunque Israel no es parte de la OTAN, y la alianza militar formal aún no está formada, EEUU envió el portaaviones Gerald Ford al mediterráneo oriental, bien cerca del barrio de Dahieh en el sur de Beirut, bastión del grupo Hizbulá. Los americanos no descartan ataques de misiles tomahawk contra Hizbulá e incluso contra el propio Irán en caso de que se sumen a la guerra. Frente a la coalición de Irán-Hamás-Yihad Islámica-Hizbulá y Qatar, se perfila la coalición Israel-EEUU, junto a algunos países europeos, entre ellos el Reino Unido y Alemania, que no descartan ayudar al Estado judío, si es necesario.

Proporcionalidad en los conflictos

Se escuchan más voces en Occidente que critican las explicaciones rusas, chinas y de algunos europeos, que hablan cínicamente de “simetría”, “violencia recíproca” y “brutalidad israelí” contra Gaza. Más que nunca hay expertos tales como Douglas Murray, comentarista político, que afirmó en declaraciones que: “La proporcionalidad en los conflictos rara vez existe. Únicamente se espera que los israelíes tengan una 'respuesta proporcionada' en un conflicto. Insistir en una respuesta proporcionada significaría que en represalia por lo que Hamás hizo en Israel el sábado 7 de octubre, Israel debería intentar ubicar por ejemplo un festival de música en Gaza –y buena suerte con eso– y violar exactamente el mismo número de mujeres que Hamás violó ese día. Matar el mismo número de jóvenes que Hamás mató en el festival. Deberían también encontrar una ciudad exactamente del mismo tamaño que Sderot, y asegurarse de ir puerta por puerta y matar exactamente el mismo número de bebés que Hamás mató en Sderot el sábado, y disparar en la cabeza exactamente al mismo número de ancianos y mujeres que fueron fusilados en Sderot, solo por elegir una ciudad”.

La guerra de estos días en Israel y la Franja de Gaza tiene un efecto geopolítico similar al de la guerra de Ucrania. Divide al mundo en dos bloques, uno que representa el mundo libre, y otro el bloque proiraní, apoyado también por Rusia, que defiende una concepción de la sociedad distinta. Uno de los dilemas de Hamás en Gaza es que probablemente no pensaron que iban a tener tanto éxito en su ataque. Israel define tanto a sus líderes de Gaza como a quienes viven en el hotel 5 estrellas Four Seasons en Doha, encabezados por Ismail Haniye, como objetivos inmediatos.

Los protagonistas del nuevo Múnich

Horas después de conocerse los detalles de la masacre provocada por los 2.000 hombres de Hamás que penetraron en territorio israelí y masacraron a más de 1.400 personas, Ismail Haniye, que había sido jefe de la oficina del fundador de Hamás, Ahmed Yassin, se filmó en su hotel de Qatar rodeado de un grupo de dirigentes de Hamás que veían y aplaudían las imágenes de las atrocidades en el sur de Israel el 7 de octubre. Todos se abrazaban y se felicitaban, concluyendo las imágenes arrodillados para rezar y agradecer a Alá lo ocurrido. En Israel dibujaron un “target” alrededor de la imagen de cada uno de ellos. El general israelí retirado Eliezer Marom, exjefe de la marina, me dijo: “Estos son los protagonistas del nuevo Múnich”. A principios de los años 70, la primera ministra, Golda Meir ordenó liquidar a todos los cabecillas y responsables del atentado de los juegos olímpicos de 1972, en los que el grupo palestino Al Fatah asesinó a sangre fría a 11 deportistas israelíes a los que había secuestrado. Muchos de los terroristas terminaron siendo abatidos por agentes del Mossad. “Ahora lo mismo pasará con los cabecillas de la masacre del 7-O”, afirmó Marom, que participó personalmente de esos ataques.

La guerra provocada por la masacre de Hamás se ha convertido en un evento central en la historia del conflicto entre israelíes y palestinos. Se trata de una oportunidad única para delinear una nueva arquitectura de Oriente Medio. Lo que separa a un lado y a otro no son los motivos habituales de “discriminación” y “ocupación” sino un abismo de hostilidad cultural y de odio que es casi imposible superar.