“En esta lucha no existen ni vencedores ni vencidos”. Timochenko dixit. “Para las FARC y nuestro pueblo la mayor satisfacción será siempre haber ganado la paz”. Timochenko, nombre que desviaría la mirada hacía un país soviético, es colombiano y se llama Rodrigo Londoño Echeverri. En su DNI fácilmente podría poner “líder de las FARC”. Y asustaría. Es el hombre fuerte del grupo guerrillero más viejo del continente sudamericano, que el próximo mes de octubre firmará la paz con el gobierno de Colombia, en una decisión que será refrendada por el pueblo colombiano en un plebiscito previsto para el 2 de octubre.

Colombia está invitada a votar la paz o dar un “si” a seguir matándose con las FARC. Es el exorcismo colombiano.

Colombia es un país que tiene una orografía tan especial que podría definir perfectamente a los colombianos. En esta tierra de realismo mágico el mismo día puede un ciudadano de Barranquilla, Cartagena o Santa Marta padecer una fuerte ola de calor, mientras en Bogotá llueve y hace frío, y en Medellín se goza de un clima primaveral.

Un país sin dictadura

Colombia es un país tan rico en su naturaleza como en las contradicciones. Colombia es un país que vive en una democracia oficial, que enorgullece a sus ciudadanos porque son de los pocos países latinos que no ha vivido una dictadura.

Colombia, sin embargo, es un país que ha convivido con muchas lacras. Delincuencia común, producto de la miseria y de la enorme diferencia de estratos, añadido a problemas educativos.

Corrupción política, alimentada por los muchos años de bipartidismo (liberales y conservadores) liderados por grandes oligarcas y apellidos importantes.

Narcotráfico, que hizo vivir la época de violencia más cruel, en la que la vida no importaba un carajo y como dejó escrito el cantante Juanes “la vida era un ratico”.

La guerrilla más antigua de Sudamérica

Y la guerrilla, la más vieja de toda Sudamérica. Nacida con ideas políticas para luchar contra el politiqueo y enarbolando la bandera de los derechos humanos. Y que poco a poco creció perdiendo a sus grandes pensadores, aniquilados por fuerzas del Gobierno o por movimientos paramilitares, para convertirse en un grupo más violento. El resultado ha reflejado una guerra incruenta a lo largo de más de 50 años.

País fervientemente católico, en donde la gente te da bendiciones constantemente, en el que dan gracias a Dios por casi todo, Colombia vive sus momentos más tranquilos, donde los narcos parecen exportados a México, los secuestros parecen ya no interesar como antes y los inversores extranjeros están aterrizando como si esto fuera el nuevo Dorado.

Ese país, donde nació el creador del realismo mágico, Gabriel García Márquez, este país con gente de un calor humano que te llena de vida, como si de pronto fuera iluminado por ese Dios que tanto mencionan, se ha planteado una cuestión tan vital que incluso a veces parece la obviedad más grande del mundo: va a votar el próximo 2 de octubre un acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, la más poderosa del continente.

Votar por la paz

Votar por la paz es lo más parecido a poner a elegir a un ciudadano si quiere la libertad. ¿Quién no quiere la paz? O ¿Quién quiere seguir 50 años más en guerra, matando soldados, campesinos, guerrilleros y montones de inocentes? ¿Quién quiere que su país se vea en el exterior como un país en el que se secuestra a la gente o se asesina vilmente? ¿Cuántas empresas mundiales están dispuestas a invertir en este país con ese currículo? ¿Quién puede oponerse a la construcción de un nuevo país? ¿Quién votará “no” a escribir una historia nueva en su país?

Pero Colombia es un país tan contradictorio que pese a la fuerte campaña que ha hecho el Gobierno de Juan Manuel Santos por el #SiALaPaz existen muchísimos partidarios del “no”, entre ellos ex presidentes como Andrés Pastrana que ya intentó un proceso similar en 1999, que pasó a conocerse mundialmente como “la silla vacía” porque Manuel Marulanda, alias Tirofijo, líder del movimiento guerrillero entonces, no se presentó a la firma en San Vicente del Caguán donde se había montado un escenario mediático para la ocasión con invitados de peso.

Y también cuenta con el “no” del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, el hombre que aprovechó el “no” de Tirofijo para combatir de forma desalmada a la guerrilla. Y la matanza fue terrible. Uribe, antecesor de Santos, debe considerar que su “hijo” es un traidor. Él quiere el exterminio de la guerrilla. Santos quiere la paz.