No solo pasa en Barcelona: pasa en Londres y en Buenos Aires, en Chicago y en Estambul, en Tokio y en Nueva Delhi. Las capitales del turismo internacional, vendidas al pasavolante, han convertido sus centros históricos en sitios inhabitables, intercambiables y deprimentes. En todas partes, también, hay quien se planta y no cede ni un palmo —su palmo, nuestro palmo— del suelo. Tània y Marc se han plantado en un callejón del centro de Barcelona: su resistencia es un restaurante que se llama La Sosenga y hace un año que lo defienden con uñas y dientes.

Hay quien tiene selvas despampanantes, petróleo o soberanía llena: nosotros tenemos un gótico inventado, los Juegos Florales y una tradición gastronómica de ocho siglos

¿Sabéis cuando vais a un restaurante y tanto si es carta como menú os cuesta muchísimo escoger porque os lo zamparíais todo de la buena pinta que tiene? Eso es lo que pasa en La Sosenga. Y ¿qué quiere decir 'sosenga'?, os preguntaréis: es una especie de sofrito que sale al recetario medieval Libro de Sent Soví, escrito en catalán el año 1324. Hay quien tiene selvas despampanantes, petróleo o soberanía llena: nosotros tenemos un gótico inventado, los Juegos Florales y una tradición gastronómica de ocho siglos.

La Sosenga foto Carlos Baglietto
El exterior de La Sosenga / Foto: Carlos Baglietto

La Sosenga es pequeño y acogedor —cocina de cerca, sin trampas— con mucha imaginación y siempre ganas de probar cosas nuevas, por eso cada semana hacen un menú nuevo (19,5 €) de los de salir exultante. Te puedes encontrar platos tan suculentos como el tartar de pescado blanco, romero, berenjena blanca y mascarpone —festival de sabores y texturas— o el calabacín asado con tomates cherry guisados, alcaparras, huevo frito y patata —cada ingrediente en su punto y bien suavizados. Si el menú es así de potente, ¡imaginaos cómo debe ser la carta! En La Sosenga no descubren la sopa de ajo: les gusta jugar con lo que tienen —manduca de temporada y un arsenal de recursos gastronómicos— para acabar ofreciendo una serie de platos realmente conseguidos, que hacen las delicias de todo tipo de comensales, desde el más comodón en el más remilgado.

Cuando salís de La Sosenga seguro que vuestra cabeza ya empieza a maquinar alguna excusa para volver. Para volver pronto

Y para acabar de rematar la comida —delicia tras delicia hasta llegar a la delicia final—, llegamos a su espectacular pastel de queso: de los de ganar premios. Cuando salís de La Sosenga seguro que vuestra cabeza ya empieza a maquinar alguna excusa para volver. Para volver pronto. Tan pronto como se pueda, porque si su resistencia es una fiesta, si es una llama encendida en el corazón de la ciudad podrida, nuestra es la responsabilidad de atizarla.