Aleix Vidal Quadras fundó Vox justo cuando la Convergència de Artur Mas viraba hacia el independentismo. Santiago Abascal se apropió del invento el año en que Catalunya celebraba el Tricentenario de los hechos de 1714 y, en la actualidad, el partido ultra se ha consolidado en toda España aprovechando el canguelo que la autodeterminación del país todavía provoca en Pedralbes y entre los burgueses madrileños. Si la centroderecha catalana estuviera liderada por Xavier Trias y los conciudadanos hubieran olvidado el 1-O, Abascal ya volvería a cobrar de un chiringuito del PP y Feijóo se impondría cómodamente el 23-J. Catalunya no es el único factor que explica el auge de Vox; ahora parece una cosa muy lejana, pero en las generales del 2019, fue Pedro Sánchez quien engordó a los de Abascal para debilitar al PP, disparando la escisión derechista y resucitando el aznarismo para acabar de enviar a Pablo Casado a la papelera de la historia.

Con una capacidad de transformación y cinismo difíciles de igualar, Sánchez ha cambiado de táctica, utilizando a Vox como espantajo para despejarse toda la demagogia que haga falta sobre el advenimiento del fascismo en España (es un gesto que, desdichadamente, también comparte el independentismo, con un éxito bien comprobable en las últimas municipales). En este contexto, y dado que su partido ya no es un movimiento contestatario de la alt-right, sino una formación que gobierna en muchas comunidades del reino, Abascal se ha adaptado a un discurso que ya no tiene ánimo de presentarse como salvador de España, presumiendo solo de ser la herramienta más útil para derogar las leyes del sanchismo. Lejos de destruir el sistema autonómico (del cual viven muchos de los diputados regionales de Vox), Abascal ahora suspira por una "España sin fronteras ni multiniveles" donde los hombres y las mujeres puedan disfrutar de los mismos derechos.

Desde hace muchos meses, Abascal ha abandonado su postura de macho cabalgador de animalillos para abrazar la corbata del vicepresidenciable de Feijóo

Consciente del hecho de que la destrucción del sistema autonómico necesitaría un cambio constitucional, el Abascal del 2023 ha vuelto a la vieja idea de Ciudadanos, según la cual habría que impulsar la suspensión inmediata de las autonomías que utilicen recursos del autogobierno para atentar contra la unidad de España (¡pobre Santi, tendrá que empezar su reconquista por el kilómetro cero!). Repasar el programa de Vox regala sorpresas, pues la tendencia anárquica de los partidos de la derecha europea choca de frente con un ideario de enorme sobrepresencia del estado, en ámbitos como el sistema único de evaluación educativa o la eliminación de los acuerdos de libre comercio agrícola entre las naciones de Europa. Ya conocemos las teorías económicas de Abascal: para imponer su socialismo falangista, será suficiente con cerrar las embajadas de la Generalitat y dejar de sufragar operaciones de cambio de sexo.

Desde hace muchos meses, Abascal ha abandonado su postura de macho cabalgador de animalillos para abrazar la corbata del vicepresidenciable de Feijóo. El líder de Vox puede exhibir algunas victorias relativas en el ámbito de atacar el excepcionalismo cultural catalán: la derogación de aquello que denomina la "marginalización del español" en lugares como el País Valencià y las Illes Balears y el reciente pacto con el PP en Extremadura. Por el contrario, deserciones sonadas como la de la esperpéntica Macarena Olona y aventuras como la delirante moción de censura a Sánchez (protagonizada por la momia de Ramón Tamames) devuelven a los de Abascal la sensación de que Vox es solo una agrupación de friquis radicales del PP. Desde esta perspectiva, Feijóo se acerca a Vox como Sánchez cuando dirime el destino de Sumar, con el indisimulado objetivo de absorber el invento a base de dormirlo dentro de la administración.

En el fondo, Abascal ha pasado muy rápidamente de ser un reformista ultraconservador a un político que, como los fundadores catalanes de Vox, simplemente aspira a refundar el PP, acercándolo de nuevo a las tesis del aznarismo más radical. Hay muchos conciudadanos de la tribu que temen la llegada del líder ultraderechista al Gobierno como si su aparición fuera igual a tener a Franco reencarnado. Les recomiendo tranquilidad y buenos alimentos: Abascal no nos prohibirá bailar sardanas, ni fornicar en catalán, porque al conservadurismo español siempre le ha complacido que seamos una cosa más bien teatral, pintoresca y folclórica. Y nos podremos cambiar de sexo cuando nos lo pida el cuerpo, solo faltaría, pues eso de la sanidad nos lo pagamos nosotros y a los españoles siempre les ha complacido que gastemos, en lo que sea. De hecho, Abascal ya no nos da miedo, porque ahora la tribu vive mucho más escandalizada por Orriols.

Si gana, Abascal será un funcionario más del reino. En caso de perder, acabará pidiendo trabajo en algún bufete de abogados o en una facultad random del PP, como un tal Albert Rivera. Lo máximo que consiguen los enemigos de la nación nuestra, ya lo veis, es una paguita bien escasa. No les regaléis vuestro miedo. No merece la pena.