El 24 de diciembre de 1837 nació en Munich Isabel de Baviera, más conocida como Sisi, que fue emperatriz de Austria-Hungría y reina de Hungría por su matrimonio con Francisco José I de Austria.

La pareja tuvo cuatro hijos, que, como era costumbre en la Corte, se dejaban a cargo de las institutrices, lo que supuso muchos problemas para Sisi. Fue una emperatriz rebelde, culta y demasiado avanzada para su tiempo. Hablaba varios idiomas: alemán, inglés, francés y húngaro, propiciado por su interés e identificación con la causa húngara, además del griego clásico. Este último lo aprendió para poder disfrutar de las obras clásicas en la lengua original.

Después del nacimiento de su hijo Rudolf, empezó a cuidar la figura de una manera maniática, y llegó a hacerse instalar unas anillas en las habitaciones para poder practicar deporte sin ser vista. La alimentación que tenía también fue muy comentada, porque se alimentaba básicamente a base de pescado hervido, alguna fruta y jugo de carne exprimida y posteriormente cocinada. A partir de los 35 años no volvió a dejar que nadie la retratara o le tomara una fotografía. Adoptó la costumbre de llevar siempre un velo azul, un parasol y un gran abanico de cuero negro con el que cubría la cara cuando alguien se acercaba demasiado a ella.

También, entre otras excentricidades, al final de su vida se hizo tatuar un ancla en el hombro por el gran amor que sentía por el mar y las travesías, por sentirse sin patria propia, como los eternos marineros que vagan por el mundo, y se hacía atar al palo de su barco durante las tormentas. Paseaba diariamente durante ocho largas horas, y llegaba a extenuar a las damas de su séquito.

Disfrutó de la literatura, especialmente de las obras de William Shakespeare, de Friedrich Hegel y de su poeta predilecto, Heinrich Heine, con cuyos retratos decoró su habitación y dio pie a una gran polémica.

Sisi detestaba el ridículo protocolo de la corte imperial de Viena, de la que procuró permanecer alejada durante el mayor tiempo posible y hacia el que desarrolló una auténtica fobia que le provocó muchos trastornos, desde náuseas a depresión nerviosa.

El 10 de septiembre de 1898, mientras se paseaba por el lago Léman de Ginebra con una de sus damas de compañía y se disponía a embarcar en el barco que la llevaría al siguiente destino, fue atacada por un anarquista italiano, Luigi Lucheni. Le clavó un estilete fino y la emperatriz murió. Tenía 60 años.