Tal día como hoy del año 304, hace 1.717 años, Publio Daciano, curial (el equivalente a alcalde) romano de Valentia (la actual València), ordenaba quemar vivo a Vicente, en aquellos momentos la personalidad más relevante de la comunidad cristiana local, que, siglos después, sería canonizado y elevado a la categoría de patrón de la ciudad de València. Según la mayoría de las fuentes, Vicente fue atado a una parrilla que, acto seguido, fue depositada sobre una hoguera. Las mismas fuentes revelan que aquel asesinato fue presentado como un gran espectáculo, en el contexto de la durísima represión contra las comunidades cristianas desatada por el emperador Diocleciano y se perpetró en un espacio público que, actualmente, se corresponde a la calle del Mar, cerca de la plaza de la Reina.

Las fuentes documentales aportan pocos datos de la vida de Vicente, pero lo que sí que revelan es que había nacido en Huesca —muy probablemente en una familia que ya profesaba el cristianismo— y que, desde muy joven, había sido diácono (asistente secular) del obispo Valerio (primer obispo de la historia del territorio que más adelante sería Aragón). Según las mismas fuentes, Vicente escapó de Caesaraugusta (la actual Zaragoza) en el transcurso de una de las muchas persecuciones desatadas por las autoridades locales romanas. Algunas fuentes mencionan que fue desterrado a València, y otros afirman que escapando de la persecución encontró refugio. En cualquiera de los casos, enseguida, adquirió un papel protagonista dentro de la comunidad cristiana local de Valentia.

Después de su asesinato, Vicente fue enterrado por la comunidad cristiana local en una ceremonia secreta y en un cementerio clandestino situado a extramuros, sobre la actual calle de la Ermita, en el distrito de la Roqueta. Las fuentes documentales revelan que, en aquellos momentos, la comunidad cristiana valenciana tenía una historia muy reciente, pero, en cambio, era relativamente numerosa, abarcaba todas las capas de la sociedad (principalmente las clases privilegiadas) y estaba muy bien organizada. El asesinato de Vicente quedó instalado en la memoria colectiva de aquella comunidad, y a partir de la oficialización del cristianismo como religión del Imperio (380) fue convertido en el icono local de la resistencia cristiana a la persecución desatada por el estado romano.