Tal día como hoy del año 585, hace 1.437 años, en Tarragona (entonces capital de la provincia Tarraconense de la monarquía visigótica hispánica), Sisberto, un agente al servicio del rey Leovigildo, asesinaba a Hermenegildo, hijo y heredero del monarca. Hermenegildo estaba en Tarragona cumpliendo una condena de destierro impuesta por su padre, después de la rebelión que había liderado en la provincia Bética (el valle del río Guadalquivir) entre el 580 y el 584. Según la investigación historiográfica, Sisberto actuó por orden del rey Leovigildo, aunque las fuentes documentales coetáneas silencian este hecho y atribuyen la muerte del heredero a causas naturales. Incluso, cuando la figura de Hermenegildo fue rehabilitada (587), se mantuvieron ocultas las verdaderas causas de su muerte.

Históricamente, aquel enfrentamiento entre padre e hijo se ha visto como un conflicto religioso entre arrianos y católicos, pero lo cierto es que aquel enfrentamiento ocultaba un conflicto étnico y territorial que prefiguraba el futuro mapa de la Península formado por los diversos estados medievales. El arrianismo era una rama del cristianismo que profesaban las élites visigóticas, mientras que el catolicismo era la confesión de las élites y las clases urbanas hispanorromanas. A todo ello, se sumaba el hecho de que las élites hispanorromanas conservaban el poder económico en las provincias Bética, Tarraconense y Narbonense en contraposición al resto de territorios, controlados por grupos de poder (autóctonos o forasteros) muy vinculados a la monarquía de Toledo.

La investigación historiográfica no ha averiguado por qué Hermenegildo fue desterrado a Tarragona, capital de un territorio gobernado por una élite disidente con la monarquía toledana, y estrechamente vinculada con el reino de los francos. Pero en cambio sí que ha puesto de relieve las dificultades de la monarquía visigótica toledana para controlar, sobre todo, la Tarraconense y la Narbonense, donde los visigodos, aunque se habían reservado una parcela importante del poder (el militar y policial), siempre fueron demográficamente muy minoritarios, y económica y culturalmente irrelevantes. La rebelión de Flavius Paulus (672), que intentó la independencia de la Tarraconense y la Narbonense, sería uno de los puntos culminantes de este conflicto territorial.