Tal día como hoy del año 1848, hace 173 años, se inauguraba la primera línea de ferrocarril de la península Ibérica, que cubriría el trayecto de veintiocho kilómetros entre Barcelona y Mataró. El promotor de aquella empresa fue Miquel Biada i Bunyol (Mataró 1789 – 1848), un negociante de extracción socioeconómica humilde que había hecho fortuna en la, entonces, colonia española de Cuba. Pocos años antes ―como miembro destacado de la oligarquía colonial de Cuba― había asistido a la inauguración de la primera línea ferroviaria de la isla caribeña y, entusiasmado, comprometió su salud, su prestigio y su patrimonio para hacer realidad el primer proyecto ferroviario peninsular.

El proyecto de Biada era unir la capital del Principado con su localidad nativa ―que desde mediados del siglo XVIII era, con Barcelona y Reus, uno de los tres principales focos comerciales e industriales del país―. Pero el camino no fue fácil. Primero tuvo que superar las reticencias de los inversores locales. Y tuvo que ir a Inglaterra para conseguir la financiación de la mitad del proyecto. Después tuvo que resolver las dificultades orográficas ―con obras costosas que encarecieron el presupuesto inicial― como el túnel de Montgat, hoy todavía en uso. Y finalmente tuvo que luchar contra los sabotajes provocados por los detractores del ferrocarril.

Biada murió meses antes de la inauguración a causa de una neumonía provocada por las largas noches de vigilancia en las obras, intentando evitar aquellos sabotajes. Pero, después de la inauguración de aquella primera línea, su obra obtuvo el reconocimiento del conjunto de la sociedad catalana de la época y su figura alcanzó la categoría de prohombre nacional catalán. Aquel primer trayecto se cubrió con poco más de una hora, reduciendo a una cuarta parte el tiempo que utilizaban los transportes en carruaje de tracción animal o los fletes con embarcación. Pasados casi dos siglos, los trenes supuestamente modernos de la actualidad necesitan el mismo tiempo para cubrir el mismo trayecto.