Tal día como hoy del año 1492, hace 530 años, en Granada, Fernando II, rey de la corona catalanoaragonesa, e Isabel I, reina de la corona castellanoleonesa, firmaban el Decreto de la Alhambra, que ordenaba la conversión o expulsión de la minoría judía de sus respectivos dominios. Aquel decreto ordenaba que aquella parte de la población judía que no accediera a convertirse al cristianismo, tenía un plazo improrrogable de cuatro meses (31 de julio de 1492) para salir de sus casas y de sus ciudades, y abandonar los dominios de la monarquía católica hispánica.

En Catalunya aquella medida tuvo un impacto limitado. Si bien es cierto que a mediados del siglo XIV, Catalunya era el país europeo que tenía el porcentaje más elevado de población judía (un 15%, que representarían entre 60.000 y 75.000 personas), también lo es que después de los pogromos de 1391 se había producido un goteo constante de conversiones que había reducido considerablemente la comunidad mosaica catalana. Según la investigación historiográfica, entre el 31 de marzo y el 31 de julio salieron de Catalunya unas 8.000 personas de confesión judaica.

Los judíos conversos se cambiaron el apellido y se mestizaron con la población cristiana, adoptando, en muchas ocasiones, el patrónimo de su padrino de bautizo, que podía ser un amigo cristiano, un vecino cristiano o un pariente que era converso de segunda o tercera generación. Durante los años de plomo de la Inquisición (siglo XVI) las familias conversas se esforzaron en ocultar su origen, principalmente, por una razón de seguridad. Solo en algunos casos este secreto se transmitía a las sucesivas generaciones desde el lecho de muerte. Según algunos investigadores, esta costumbre se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.

En cambio, los judíos expulsados se exiliaron en condiciones muy precarias. Los cuatro meses de plazo no les permitieron negociar la venta de su patrimonio en buenas condiciones. En muchos casos, los compradores cometieron auténticos abusos. Y con las escasas pertenencias que pudieron sacar del país iniciaron una nueva vida en varias juderías de la península italiana, del Mediterráneo oriental y del Atlántico norte. Esta diáspora fue denominada katalanim (incluso los originarios del País Valencià, de las Mallorques y de Aragón) y conservó el uso de la lengua catalana hasta a principios del XVII.