Tal día como hoy del año 1570, hace 451 años, en Simancas (Corona castellanoleonesa), era asesinado —por orden del rey Felipe II— Floris van Montmorency, barón de Montingy y representante de las instituciones de Flandes ante la monarquía hispánica. Según la versión oficial que se divulgó acto seguido, Montmorency había muerto a causa de una trombosis. Pero enseguida, y con mucha fuerza, circuló el rumor, que resultaría ser cierto, que Montmorency había sido estrangulado por un sicario del rey hispánico. Incluso, en pleno escándalo, la cancillería hispánica se justificaría diciendo que Montmorency podría haber sido ejecutado por traidor.

El representante flamenco estaba en la Península por orden de Margarita de Flandes, hermana de Felipe II y gobernadora de los Países Bajos hispánicos, con la misión de rebajar la tensión entre Flandes y la monarquía hispánica. Pero, cuando se disponía a volver, quedó retenido a la fuerza en Simancas por orden de la cancillería hispánica. Aquel asesinato era el tercero contra los representantes políticos de Flandes: dos años antes (1568), el Tribunal de Tumultos hispánico, instaurado en Bruselas por el duque de Alba, había ejecutado a Felipe de Montmorency (hermano mayor de Floris) y a Lamoral de Ergmont (primo de Floris por un lado, y del rey Felipe II por otro), acusados de traición.

Aquellos asesinatos se produjeron en un contexto de extrema tensión entre las instituciones políticas de Flandes y el poder central hispánico. Durante los años inmediatamente anteriores, el poder hispánico, representado por el cardenal Granvela y el duque de Alba, había practicado una brutal represión en el territorio. En tan solo tres años (1567-1570), el Tribunal de Tumultos hispánico, impuesto en Flandes e inspirado en el Tribunal del Santo Oficio peninsular, había procesado a 10.000 personas y había ordenado más de 1.100 ejecuciones; no solo contra los luteranos, sino también contra los independentistas.

Los independentistas flamencos leyeron a la perfección los motivos que habían impulsado a Felipe II a asesinar a un político de perfil moderado y conciliador: la cancillería hispánica se declaraba impotente para encontrar una solución negociada para Flandes y había escalado, desesperadamente, varios peldaños en la escala de la represión. Durante los meses inmediatamente posteriores, más de 60.000 personas abandonaron Flandes por el temor a caer en las garras de la represión hispánica. Pero en 1598, a Felipe II, poco antes de morir y en medio de una crisis financiera de proporciones descomunales, no le quedaría otro remedio que aceptar la independencia de las Diecisiete Provincias luteranas.