Tal día como hoy del año 1811, hace 209 años, el ejército del Primer Imperio francés comandado por el general Suchet, culminaba el asedio sobre Tarragona -iniciado el 5 de mayo anterior- y asaltaba la ciudad. Por la magnitud de la tragedia aquel episodio bélico representaría un antes y un después en la milenaria historia de la ciudad: Tarragona perdió 6.000 de sus 9.000 habitantes, la inmensa mayoría muertos durante los días 28, 29 y 30 de junio posteriores, en los asesinatos masivos e indiscriminados perpetrados por la soldadesca napoleónica contra la población civil.

Uno de los aspectos más desconocidos y a la vez más relevantes que explican aquel trágico episodio es la actitud de las autoridades militares y de las jerarquías eclesiásticas españolas durante el asedio. El capitán general Luis González-Torres, marqués de Campoverde, y el regimiento que comandaba (formado por 4.000 efectivos) abandonaron precipitadamente la ciudad, dejando a su suerte a los civiles que había armado previamente. Campoverde se marchó con la promesa de buscar refuerzos; pero nunca más volvió.

Según el historiador Josep Fontana, el marqués de Campoverde ostentaba un poder que no había sido otorgado, pero que sí que se sospechaba de dónde venía: “el marqués de Campoverde, llegó al poder en un extraño alboroto iniciado en Reus por un capellán, el padre Coris, finalizando en Tarragona, por una manifestación de doscientos cincuenta desconocidos, capitaneados por un sacerdote indiscreto, un abogado, un cerrajero y otros cabecillas exaltados, según dice un testimonio de la época”.

Romualdo Mon Velarde, arzobispo de Tarragona había escapado a Mallorca tres años antes, justo cuando Fernando VII había vendido la corona española a Napoleón (1808). Desde su exilio dorado envió varias misivas a Tarragona, gritando a la inmolación “por la patria y por la religión”. Estas misivas, como mínimo, engordaron enormemente el clima de exaltación entre una parte de la población que, las autoridades municipales -contrarias a mantener el asedio-, no pudieron contener.

Finalmente, el general Juan Senén de Contreras y Torres, subordinado de Campoverde, desatendería los ruegos de las autoridades municipales que, con las tropas napoleónicas en el interior de la ciudad ensartando con las bayonetas a los vecinos en el interior de sus propias casas, le pedían la rendición inmediata. Contreras, que se revelaría como un carnicero imbuido de una mística sanguinaria, no tan sólo enviaría centenares de civiles mal armados a una muerte segura; sino que también condenaría a miles de vecinos al saqueo y asesinato a manos de la soldadesca napoleónica.