Tal día como hoy del año 1416, hace 607 años, Fernando I, el primer Trastámara en el trono de Barcelona, retiraba su obediencia al pontífice cismático Benedicto XIII, más conocido como el papa Luna. De esta forma, se rompía una relación política y religiosa que remontaba al Cisma de 1378. En aquel cónclave cismático; las coronas catalano-aragonesa, castellano-leonesa, francesa y escocesa; habían dado apoyo al nombramiento de Clemente VII, primer pontífice de Aviñón y predecesor de Benedicto XIII. Por otra parte, el Sacro Imperio Romano Germánico, la corona inglesa y los principados independientes de los Países Bajos y del norte de Italia habían dado apoyo a Urbano VI, que gobernaría una parte de la Iglesia desde Roma.

Benedicto XIII había tenido un papel muy relevante en la política catalana de los últimos monarcas Bellónidas (Juan I y Martín I). Después de la muerte sin descendencia legítima de Martín el Joven (1409) —heredero al trono; colaboró con Martín I en la tarea de legitimación de un hijo natural del difunto, llamado Federico de Aragón-Rizzari. Pero en la víspera de la ceremonia de legitimación, Martín moría misteriosamente; y el papa Luna se desentendía del pequeño Federico. Al día siguiente del funeral del rey, proclamaría su apoyo a la candidatura de Fernando de Trastámara. Y durante los dos años que separaban la muerte de Martín I y la resolución del Compromiso de Caspe (1410-1412), trabajaría intensamente para conducir a Fernando al trono de Barcelona.

No obstante, durante el interregno catalán (1410-1412), el papa Luna ya había perdido los apoyos internacionales. Francia, inmersa en una guerra civil, lo había expulsado de Aviñón (1403); porque lo consideraba un factor amenazador y desestabilizador. Y la Corona castellano-leonesa le había girado de espalda, porque la cancillería toledana había cambiado de bando y esperaba obtener un beneficio de los progresos ingleses en territorio francés. En 1416; Fernando I —el único que todavía le daba apoyo— se sumaria al corriente general que reclamaba la reunificación de la Iglesia; y, a pesar de los servicios que le había prestado para obtener el trono, lo abandonaría a su suerte. El papa Luna se refugió en el castillo de Peníscola, donde moriría siete años después (1423).

Por otra parte, Fernando I moriría inesperada y misteriosamente tan solo tres meses más tarde (Igualada, 2 de abril de 1416). Algunos historiadores contemporáneos sostienen que Fernando murió envenenado, probablemente por orden de los dirigentes del partido urgellista —la aristocracia feudal partidaria del derrotado Jaume d'Urgell—; o, incluso, por orden del papa Luna.