Tal día como hoy del año 1731, hace 291 años, en Viena, los representantes diplomáticos de Carlos VI, archiduque independiente de Austria y candidato de los catalanes a la corona española durante el conflicto sucesorio hispánico (1701-1715), y de Felipe V, el primer Borbón de España, firmaban un acuerdo que reconocía los derechos de Isabel Farnese (la segunda esposa del Borbón español) sobre el ducado independiente de Parma. Este pequeño territorio, al norte de la península italiana y que limitaba con la posesión Habsburgo de Milán, había sido invadido por los austríacos a la muerte sin descendencia de Antonio Farnese, tío y antecesor de la Farnese española. No obstante, los hechos posteriores evidencian que el propósito austríaco era convertir Parma en moneda de cambio.

Con la firma de aquel tratado, el archiducado de Austria retiró a sus tropas de Parma y, acto seguido, Carlos de Borbón —el hijo primogénito de Felipe V y la Farnese y, que más tarde, reinaría en España como Carlos III—se embarcó para tomar posesión de su dominio. Pero, en contrapartida, Felipe V tuvo que confirmar las concesiones españolas a las potencias aliadas en el Tratado de Utrecht (1713), que tenía que poner fin al conflicto sucesorio. Por ejemplo, Felipe V confirmó, a perpetuidad, la soberanía británica sobre Gibraltar, que había sido conquistado en 1704 por la infantería de marina catalanovalenciana del general Basset, que había llegado hasta las playas del Peñón (Catalan Bay) a bordo de la armada angloneerlandesa.

También, en la negociación de aquel tratado, la legación española reconoció la soberanía británica de la isla de Menorca. En contrapartida, Gran Bretaña estrechó las relaciones con Austria y, prácticamente inmediatamente, precipitarían —conjuntamente— el fin del liderazgo continental de Francia, que ostentaba desde que en 1659 (Pau dels Pirineus) había relevado la monarquía hispánica. A partir de este "Segundo Tratado de Viena", el archiducado independiente de Austria confirmaría su papel de potencia emergente en la Europa central y oriental; y la Gran Bretaña en la Europa Atlántica. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, británicos y austríacos serían las dos potencias que ostentarían el liderazgo continental.