Tal día como hoy del año 1754, hace 267 años, en Roma (entonces Estados Pontificios), moría Joan Torres i Oliva, sacerdote, profesor de lenguas e institutor de los hijos de las oligarquías romanas de la época. Joan Torres, nacido en Sallent (Bages) en 1674, había llegado a Roma en 1717, acompañando al obispo de Guarda (Portugal) que, en aquel momento, se incorporaba a la cancillería vaticana. Torres venía de París, donde había hecho una misteriosa estancia acompañando a un personaje nombrado Bastero y estrechamente relacionado con la familia de Ramon Vilana-Perles (el secretario de estado de Carlos de Habsburgo). En París -coincidiendo con la Guerra de Sucesión hispánica- Torres habría actuado como un espía al servicio de la causa austriacista infiltrado en las entrañas del enemigo.

Su estancia en Roma (1717-1754) es más conocida: se introdujo en los cenáculos de poder (fue, entre otras cosas, institutor de los hijos del poderoso condottiero Colonna), e informó en la cancillería vienesa de Carlos de Habsburg de todos los movimientos que se tramaban en el Castello de Sant'Angelo. En aquella época, la Guerra de Sucesión hispánica ya había concluido (1715), pero durante las décadas de 1720 y 1730, la península italiana fue el teatro de operaciones de los movimientos de posguerra que efectuaban los viejos contendientes. En 1718 (el año siguiente a la llegada de Torres a Roma), el archiducado independiente de Austria y el ducado independiente del Piamonte intercambiaron Sicilia y Cerdeña. Y en 1735, el régimen borbónico español ocupó Nápoles y Sicilia.

Posteriormente a su muerte, parte de la documentación que había generado fue clasificada y ordenada por Fèlix Amat de Palou i Pont, primer director de la Biblioteca Episcopal de Barcelona. Fèlix, hijo de una rama familiar de los Amat de Vacarisses (Vallès Occidental) empobrecida y enfrentada -económica e ideológicamente- a los herederos seculares representados por el borbónico virrey del Perú mantuvo una enigmática correspondencia epistolar con Torres, cosa que hace pensar que sería uno de sus contactos en el territorio. Curiosamente, Fèlix Amat estuvo siempre protegido por Josep Climent i Avinent, obispo de Barcelona, defensor de la enseñanza en catalán, y duramente enfrentado con el aparato del régimen borbónico en Barcelona, especialmente con el capitán general Ricla.