Tal día como hoy del año 1870, hace 155 años, y en el contexto de las guerras de unificación italianas (1859-1871), el ejército italiano comandado por el general Raffaele Cadorna entraba en Roma y recluía a la curia pontificia en la colina del Vaticano. De este modo, se ponía fin a la existencia de los Estados Pontificios, un edificio político teocrático fundado en el año 752 por el pontífice Zacarías I con el apoyo del rey franco Pipino el Breve (padre y antecesor de Carlomagno). No obstante, los Estados Pontificios —que, inicialmente, fueron denominados Patrimonio de San Pedro o Patrimonium— se declaraban continuadores del Exarcado de Ravena, un enclave del Imperio Romano de Oriente en el centro de la península Itálica, creado y sostenido (584-751) como cuña entre los varios reinos germánicos de la región (ostrogodos, lombardos y francos).
La conquista de Roma fue la penúltima empresa unificadora italiana. Cuando las tropas del general Cadorna tomaron posesión de Roma, el reino de Italia —entidad política creada por los soberanos piamonteses durante las guerras de unificación (1861)— ya dominaba todos los territorios que acabarían conformando el estado italiano, excepto la antigua República de Venecia (ocupada por franceses y austríacos desde 1797), incorporada en 1866, y Tirol del Sur, absorbido tras la Primera Guerra Mundial (1918). Algunos historiadores ven este proceso unificador como la culminación de una obra iniciada durante el Renacimiento italiano (siglos XV y XVI), que había quedado interrumpida por las ocupaciones francesa e hispánica (la aportación catalana de Sicilia, Nápoles y Cerdeña a la unión dinástica de los Reyes Católicos).
La conquista italiana de Roma supuso un problema de estado que sería denominado la "cuestión romana". El papa reinante, Pío IX (Giovanni Maria Mastai-Ferretti), sería el último monarca del viejo Patrimonium. Se declaró prisionero del gobierno italiano, se negó a reconocer el estado italiano, prohibió a los católicos italianos participar en la política italiana y excomulgó al rey Víctor Manuel II. La "cuestión romana" no se resolvería hasta que el dictador Mussolini y el pontífice Pío XI (Ambroggio Daminao Achille-Ratti) firmaron los Pactos de Letrán (1929), por los que el papa reconocía el estado italiano y los italianos reconocían al papa su soberanía sobre el Vaticano, que tomaba el relevo de los desaparecidos Estados Pontificios y quedaba establecido como estado independiente.