Tal día como hoy, hace 168 años, se inauguraba la primera línea de ferrocarril de la península Ibérica, que cubría el trayecto entre Barcelona y Mataró. El impulsor -verdadera alma mater de la empresa- fue el ciudadano de Mataró Miquel Biada; un hombre de extracción socioeconómica humilde que había hecho fortuna en Cuba. Pocos años antes -como miembro destacado de la oligarquía colonial de Cuba- había asistido a la inauguración de la primera línea férrea de la isla caribeña, y entusiasmado comprometió su salud, su prestigio y su patrimonio para hacer realidad el primer proyecto ferroviario peninsular.

El proyecto de Biada era unir la capital del Principado con su localidad nativa -que en aquellos días ya era la quinta ciudad de Catalunya. Pero el camino no fue fácil. Primero tuvo que superar las reticencias de los inversores locales. Y tuvo que ir a Inglaterra para conseguir la financiación de la mitad del proyecto. Después tuvo que sortear las dificultades orográficas -con obras costosas que encarecieron el presupuesto inicial- como el túnel de Montgat, hoy todavía en uso. Y finalmente tuvo que luchar contra los sabotajes causados por los detractores del ferrocarril.

Biada no vio concluida su obra. Murió -meses antes- por una neumonía que le causaron las largas noches de vigilancia de las obras. Su figura alcanzó la categoría de prohombre local y nacional. Pero en su pasado hay aspectos ocultos que ponen en cuestión su personalidad. Biada inició su periplo americano en Venezuela. En Maracaibo fue un destacado colaborador del aparato represor colonial. Huyó cuando Venezuela proclamó su independencia. Y más adelante en Cuba, fue un destacado partidario del esclavismo y detractor de las ideas abolicionistas.