Discurso pobre, aburrido y huidizo. En línea con los textos que suele producir la factoria del palacio de la Zarzuela para todas las navidades: cuatro pinceladas sobre los temas de actualidad, sea la erupción del volcán en la isla de la Palma, la pandemia, la Unión Europea, la crisis económica, el empleo, el papel de los sanitarios, la Constitución, los últimos 40 años o la convivencia; absolutamente esquivo del tema territorial y de la cuestión catalana y totalmente evasivo sobre el retorno a España del rey emérito, huido a los Emiratos Árabes Unidos desde agosto del 2020, acosado por diferentes temas de corrupción. Sin citarlo, la siguiente frase parece estar dedicada a su padre, Juan Carlos I: "Debemos asumir, cada uno, las obligaciones que tenemos encomendadas; respetar y cumplir las leyes y ser ejemplo de integridad pública y moral". 

Como ya hiciera en el discurso navideño de 2020, ningún reproche a su padre, ni tampoco ninguna insinuación directa. En pleno debate sobre el retorno del rey emérito a Madrid, que él quería para los primeros días del año nuevo y a la Zarzuela, como si no hubiera pasado nada, Felipe VI introduce tan solo una cuña genérica sobre la necesaria integridad pública y moral. ¿Como casa esta frase con el retorno del huido Juan Carlos I? ¿Está diciendo que no debería volver y que ya está bien en Abu Dabi aunque el coste para el erario público sea elevadísimo? ¿Cómo queda la monarquía española, sin duda, más que salpicada por los casos de corrupción que la sociedad española ha ido conociendo en medio de, primero, una enorme perplejidad y, más tarde, con gran irritación? ¿Es suficiente el apoyo de los grandes partidos del régimen del 78 para mantener una institución desconectada del pulso diario del país y de las perentorias necesidades de una ciudadanía cada vez más exigente?

Por lo que respecta a Catalunya, exactamente igual, haciendo suya aquella máxima tan marianista -de Rajoy, claro- que de los problemas que no se habla puede ser que acaben desapareciendo. De poco parecen haberle servido los permanentes desplantes de las autoridades catalanas en todas las visitas que ha realizado a Barcelona o a cualquiera de las comarcas catalanas. Tampoco las protestas que han seguido a sus desplazamientos y que solo la actual situación de pandemia han conseguido atemperar. La monarquía sigue estando en unos parámetros ridículos de aceptación entre los catalanes como lo demuestras la gran mayoría de las encuestas que se hacen -¿por que el CIS sigue resistiéndose desde hace más de seis años a preguntar sobre la valoración de la Corona?, ¿es aceptable este apagón informativo?- Una de las últimas encuestas conocidas es la realizada por el Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat (CEO) y concluyó que un 72% de los catalanes es partidario de la república y que solo el 15% prefiere la monarquia.

Es, quizás, la prueba más palpable del porqué la sociedad catalana ha desconectado de la monarquía española y la considera una institución claramente alejada de sus intereses y de sus necesidades. La fractura que se produjo en octubre de 2017 con la agria y desafortunada intervención televisiva del Rey no ha sido ni subsanada, ni corregida. Los hechos que se han producido después -represión, prisión y exilio del independentismo- han ampliado la distancia de la sociedad catalana con la monarquía, han acercado a Felipe VI a los sectores más inmovilistas y, su silencio, en muchas ocasiones, ha acabado ubicándolo más cerca de las posiciones de PP e incluso de Vox. Sin duda, malos compañeros de viaje.