Había una cierta curiosidad intelectual en el Cercle d'Economia por escuchar a Pablo Iglesias, entre otras cosas, porque los asistentes a las jornadas que se celebran en Sitges como mucho han visto al líder de Podemos por televisión. Iglesias, acostumbrado a los platós televisivos, hizo dos mínimas concesiones: una estética, ya que no es habitual verle con corbata, y otra discursiva, al comparecer con un programa nítidamente comunista aunque con retórica. Los asistentes educadamente le aplaudieron y en privado fueron benévolos con su intervención. No le votarán pero tampoco salieron asustados. Y eso que a rebufo de las encuestas, cuando ya falta menos de un mes para la cita con las urnas, Iglesias planteó los comicios como una lucha con dos únicos contendientes para el primer puesto, Mariano Rajoy y él.

En este esquema el PSOE juega el papel de comparsa y también de partido bisagra que deberá, llegado el momento, decidir si la presidencia la tiene el Partido Popular o Podemos. Un gobierno de gran coalición u otro de izquierdas. La misma música que hemos escuchado desde diciembre y que ha bloqueado hasta la fecha cualquier combinación de gobierno. Con todas las encuestas dando por seguro el sorpasso de la formación morada a los socialistas el trayecto hasta el 26 de junio se le va a hacer muy largo a Pedro Sánchez si no invierte la tendencia actual. Iglesias aprovechó hábilmente esta circunstancia en Sitges. Se agarró al referéndum de autodeterminación de Catalunya, aseguró que se acabaría haciendo un día u otro y tiró de demagogia al asegurar que en los ayuntamientos donde gobiernan se atraen inversiones. Al menos la misma que utilizan sus adversarios cuando dicen que las ciudades se han paralizado por la inexperiencia de los nuevos equipos y le reprochan la portentosa capacidad que tienen para hacerse invisibles ante los problemas.

El menú de la jornada tuvo dos invitados más: el president Puigdemont y la alcaldesa Colau. También, en los dos casos, primera visita. El president, que tenía la difícil papeleta de sustituir a Artur Mas en un terreno, más allá de las diferencias, favorable para el expresident, dejó una impronta de político fresco y a tener en cuenta. La alcaldesa cerró la jornada, estuvo a la defensiva, y seguramente tenía más la mirada puesta en los sucesos de Gràcia.

Las últimas jornadas bajo la presidencia de Anton Costas en la entidad mantienen un perfil de foro más político que empresarial, algo que se encuentra a faltar pero que seguramente es inevitable si se quiere quedar bien con todas las formaciones. Y hacer un hueco a todos acaba dando este resultado: un foro más.