Las relaciones entre los partidos independentistas catalanes son de un tiempo a esta parte tan sanguinarias que amenazan de generar un alto riesgo de deserciones entre sus votantes. La mejor definición de la política catalana empieza a ser aquella en la que nada es seguro, ni cuando parece que va a serlo. Y así ha pasado este sábado: cuando parecía probable que la CUP diera luz verde con sus cuatro diputados a investir a Jordi Sànchez como president de la Generalitat —si la justicia española lo permite, cosa casi imposible—, sus órganos dirigentes han procedido literalmente a embestirlo. Dicen en voz baja alguno de ellos que por falta de pedigrí. Otros le acusan de templar el radicalismo de la ANC. ¡Caramba! Pensaba que 138 días de prisión en Soto del Real bien merecían una consideración. La mía la tiene, como Oriol Junqueras, Quim Forn y Jordi Cuixart.

Todo apunta a que el episodio de interrumpir provisionalmente la investidura de Carles Puigdemont el pasado mes de enero y que parecía a punto de superarse va a quedar encallado unos días, sino embarrancado definitivamente. Con sinceridad, no lo sé. Me declaro objetor de análisis, una figura probablemente nueva ante tanta tontería y política en minúsculas. Los próximos días van a ser espesos y repletos de declaraciones y contradeclaraciones. De acusaciones en privado, aunque empiezo a pensar que quizás se está haciendo tan fino que amenaza en desgarrarse por algún sitio.

Veremos qué hace Junts per Catalunya ante este tropiezo. Y también veremos qué hace Esquerra Republicana. Y veremos qué hace Carles Puigdemont. Porque hay dos caminos: cuando el president Roger Torrent inicie la ronda de consultas para un nuevo candidato, ahora Junts per Catalunya igual no presenta a Jordi Sànchez, que no tiene aparentemente los votos para salir elegido. Si no hay candidatura Sànchez, cabe entender que sigue viva la de Carles Puigdemont, que está técnicamente en suspenso. La CUP sí que ha dicho que apoya esta candidatura, y hoy por hoy es la única que tiene 70 votos a favor. La mayoría absoluta de un Parlament de 135 escaños. 

Y si no es así, elecciones. El peor camino desde el 21 de diciembre quizás acabe siendo el único posible.