La crisis del Govern abierta entre los dos socios, Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, cubrió este jueves una nueva pantalla después de que el martes el partido de Borràs y Turull le lanzara, en forma de amenaza, una petición de que presentara una moción de confianza si no concretaba un calendario de cumplimiento de los acuerdos de gobierno, el miércoles el president Pere Aragonès cesara al vicepresident Jordi Puigneró por no haberle informado de la moción de confianza y el último episodio de esta jornada haya sido abrir una negociación hasta el domingo sobre el cumplimiento de los acuerdos de investidura. La hipótesis de salir del Govern con carácter inmediato quedó aplazada pese a la presión que ejercieron durante la ejecutiva, en las horas antes del almuerzo, los hombres de la presidenta del partido, Laura Borràs, o por la tarde el conseller en el exilio y vicepresident del Consell per la República, Toni Comín, que incluso invocó en su intervención final al president Carles Puigdemont.

La propuesta de Junts tiene la habilidad de que salta por encima del conflicto de la cuestión de confianza y del cese de Jordi Puigneró, siempre difícil de digerir en una formación, y va al verdadero meollo del problema: ¿quiere o no quiere el president Aragonès cumplir los acuerdos con Junts? De los tres acordados, la unidad estratégica entre fuerzas políticas y entidades independentistas, la negociación sobre amnistía y autodeterminación y la coordinación en las Cortes en los temas que afectan al Govern y a cuestiones de soberanía, ¿en cuáles se puede concretar un calendario y el president puede avanzar en su compromiso genérico del debate de política general? No sería difícil llegar a un acuerdo, en teoría, pero, en cambio, parece imposible porque esta partida ya va tarde: los consellers de Esquerra se sienten aliviados de haberse desprendido de su socio y el partido se encuentra muy cómodo habiendo situado a Junts al borde de la salida, que, de hecho, es una aspiración nunca ocultada por muchos dirigentes desde la misma noche del 14 de febrero y que se torció por el resultado y por el acuerdo entre Aragonès y Jordi Sànchez.

La partida se juega muy al límite y cuando el juego muchos lo han dado por acabado. Turull ha ganado tiempo, pero no es seguro que le sirva de algo, ya que la pelota está fundamentalmente en manos de Aragonès. La primera reacción de Palau no demuestra ningún tipo de entusiasmo y es de una gran frialdad. Erra, sin embargo, en que no hay novedades por parte de Junts, cosa que no es cierta, otra cosa es que sean incómodas. En este pulso por ganar ante la opinión pública la batalla del relato de una ruptura del Govern, la pelota se la han ido pasando de unos a otros: el error del martes de la moción de confianza pesó sobre las espaldas de Junts, el cese de Puigneró fue exagerado pero no pasó a ERC la pelota, y, en cambio, ahora la pelota ha vuelto a Aragonès, que después de incumplir su compromiso de una moción de confianza con la CUP, necesita ganar solvencia en el cumplimiento de los acuerdos que suscribe.

Bien sea con acuerdo entre Junts y Esquerra o sin, habrá una consulta a la militancia que será los días 6 y 7, según anunciaron Turull y Borràs, sobre la continuidad en el ejecutivo. Estas fechas, incluso podrían retrasarse unos pocos días si hubiera acuerdo entre los dos partidos. Pero el calendario hoy es 6 y 7. Nadie ha concretado cuál será la pregunta, ni el papel de Turull y Borràs en esta consulta: si liderarán una posición o se mantendrán en un segundo plano. Lo lógico hubiera sido que esta decisión tan trascendental hubiera sido menos precipitada y hubiera quedado en manos del consejo nacional previsto para el 22, como parecía acordado. Al acortarse los plazos, obligará a una campaña exprés que, en principio, resta tiempo a los partidarios de quedarse. Pero eso dependerá de las negociaciones, que tienen tiempo hasta el domingo por la noche y que irán a la ejecutiva del lunes.