Hay que tener una determinada edad para conceder a Lluís Prenafeta i Garrusta, fallecido este martes a la edad de 86 años, toda la importancia que se merece como colaborador imprescindible de Jordi Pujol durante más de una década y como confidente muchos años más. Prenafeta llegó de la mano de Pujol a la Generalitat el día en que este tomó posesión del cargo de president, el 8 de mayo de 1980. Y abandonó la secretaría general de la Presidència el 1 de junio de 1990, varios meses después de que el 9 de marzo lo hubiera anunciado a un grupo de periodistas en el restaurante Quo Vadis del carrer del Carme, muy cerca de la Boqueria y lugar de encuentro en los años gloriosos del Liceu de la burguesía catalana al acabar las funciones del templo operístico. Allí, Martí Forcades y Mercè Bonastre gestionaron durante 57 años un lugar imprescindible que fácilmente podía servir cenas para más de un centenar de cubiertos a base de cocina catalana. No había que hacer grandes tareas de investigación periodística si uno buscaba a Prenafeta al mediodía en aquellos años: Quo Vadis, Ca l'Isidre o Via Veneto.
Una de las habilidades de Prenafeta era sin duda la manera como ejercía el poder. A fondo, a todo gas. Con esta actitud moldeó un president de la Generalitat omnipresente; una televisión, TV3, con la que llegar a todos los hogares de Catalunya; una agenda internacional impensable para un president de la Generalitat y un fondo de resistencia importante para abrir despachos aparentemente infranqueables. Ninguno comparable, empero, al lustre de entrar en la Casa Blanca, en febrero de 1990, para verse con el presidente George H. W. Bush, en un golpe de audacia que costó lo suyo y que irritó al entonces embajador de España en Washington, Julián Santamaría, que horas antes había ironizado con esta cita y asegurado que era imposible su celebración. Si esa fue la tarjeta de despedida de Palau de Prenafeta, su aterrizaje fue organizando una audiencia con el papa Juan Pablo II, a los pocos meses de que Pujol llegara a la Generalitat. En otra vida, Prenafeta hubiera podido ser perfectamente camarlengo de la Iglesia católica, el funcionario de la curia pontificia cuya función es administrar los bienes y los ingresos de la Santa Sede. Se movía por el Vaticano con destreza en un momento en que el peso de los cardenales italianos era muy superior al de ahora. No ha habido ninguna cena en la embajada de España en el Vaticano, en la plaza de España de Roma, de un presidente autonómico que haya reunido tantos comensales con capelo rojo.
"El poder no te lo da el cargo y dudo que algún conseller de la Generalitat pueda decidir más cosas que yo", contestó Prenafeta a un periodista
En aquella década, entre 1980 y 1990, se construyó lo que es la actual Generalitat. Su simbología, su poder y su desmedida ambición. Una de las frases icónicas de Prenafeta ante la prudencia que, en ocasiones, le aconsejaban los colaboradores era la siguiente: "Hechos consumados. Con Madrid, siempre la misma política: hechos consumados". Y así se hizo el Canal 33, se sacaron al mercado las loterías de la Generalitat o se rompió el cordón sanitario que le impuso el PSOE de González y Guerra a Pujol en los años de Banca Catalana. Hechos consumados. Una vez, a Lluís Prenafeta, en un viaje a Venecia acompañando al president Pujol, un periodista le preguntó en el hotel Danielli, a unos 50 metros de la plaza de San Marcos, y contemplando la que seguramente es la escalera de hotel más importante del mundo: "¿Cómo es que no ha sido conseller de la Generalitat?". Prenafeta, con una copa de Ballantine's 17 años encima de la mesa y un Cohibas Lancero, uno de sus habanos favoritos, le contestó: "El poder no te lo da el cargo y dudo que algún conseller de la Generalitat pueda decidir más cosas que yo". Al día siguiente, subía en un avión privado con destino a Israel en una visita oficial de Jordi Pujol.
Prenafeta se granjeó enemigos, muchos. Pero nunca les tuvo miedo. Su vida empresarial tomó después otros derroteros y no todo le salió bien. Pagó un peaje por su proximidad a Pujol, igual que Macià Alavedra, fallecido en septiembre de 2018. Lluís y Macià, como eran conocidos, siempre por su nombre de pila, son el símbolo de una época que, como pasa con las cosas que sucedieron hace casi medio siglo, cuesta de ser entendida en su globalidad. Claro que en su biografía hay zonas oscuras, pero ¿alguien cree que Felipe González se hubiera ido de rositas de sus múltiples negocios si no estuviera protegido por el régimen del 78? ¿Y José Bono? ¿O la familia Aznar? Porque la democracia española ya ha dejado en el camino informaciones terroríficas sobre todos ellos y su patrimonio. Por no extenderse en el rey emérito, que este martes ha llegado a Sanxenxo para participar en dos regatas, una de las cuales lleva incluso su nombre. Prenafeta, en una ocasión, comentó: "¿Cómo me gustaría que se me recordara? Como un hombre de pocos amigos y de lealtades incuestionables".