La elección como nuevo papa del cardenal norteamericano Robert Francis Prevost Martínez, de 69 años de edad, nacido en Chicago, marca una línea inequívoca de continuidad con Francisco. Sobre todo, en lo que han sido algunos de los ejes del papa argentino: progresista en algunos temas sociales y clara posición de defensa de los inmigrantes y de los pobres; y es norteamericano, sí… pero muy distante de las políticas de Donald Trump. El cónclave ha decidido el sustituto de Jorge Mario Bergoglio con relativa rapidez: en su segundo día y a la cuarta votación, como ya había sucedido con Benedicto XVI o Juan Pablo I. Francisco necesitó ir a una quinta votación para ser escogido y hay que remontarse a Pío XII para encontrar un papa que fuera elegido con menos votaciones, tres en este caso. La elección de Prevost es una sorpresa relativa: no estaba entre los candidatos más probables —el italiano Pietro Parolin, el filipino Luis Antonio Tagle o el también italiano Matteo Zuppi—, pero sus opciones siempre han estado ahí, desde que Francisco lo llevó a Roma para dirigir el importante Dicasterio para los Obispos. Se confirma, una vez más, una máxima bastante inexorable en el seno de la Iglesia católica en todos los cónclaves: quien entra papa, sale cardenal.
Para los que esperaban un cambio de rumbo en el Vaticano, la elección de Prevost es seguramente una decepción. No hay cambio de rumbo, al menos aparente ni inmediato, y los grandes ejes del papado de Francisco se asientan con la elección del papa norteamericano, aunque tiene también la nacionalidad peruana, país en el que estuvo 40 años, donde trabajó con grupos de personas marginadas, y es el primer agustino que llega a esta responsabilidad. En este aspecto, Leon XIV es uno de los perfiles más continuistas que había en el cónclave para mantener la política social y la defensa de una Iglesia pobre, que camina con los pobres y que sirve a los pobres. No es asiático, ni africano, como muchos sectores habían apuntado como un reconocimiento hacia las zonas del planeta donde más está creciendo el catolicismo. Pero su experiencia de décadas en varias misiones, como los diez años que dirigió el seminario agustino de Trujillo, en Perú, como administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo y, posteriormente, obispo de esta diócesis del país andino en 2015, le dan un perfil y una perspectiva muy cercana al catolicismo emergente en esos continentes.
No hay cambio de rumbo, al menos aparente ni inmediato, y los grandes ejes del papado de Francisco se asientan con la elección del papa norteamericano
Al nuevo papa le habrán ayudado, seguramente, dos cosas en su elección: en primer lugar, su fama de constructor de puentes, lo que le hace extraordinariamente útil en medio de las tensiones internas entre conservadores y progresistas, pero también en la situación de conflicto que atraviesa el mundo. Su sonrisa amable y su postura siempre dialogante es un activo en sí mismo. En segundo lugar, está su posición en el Dicasterio para los Obispos que, para los no entendidos, es una especie de departamento de la curia romana y es el encargado de realizar la selección de los nuevos prelados antes de la aprobación papal. También organiza la visita ad limina apostolorum, que realizan cada cinco años los obispos a Roma. Ello le proporciona una agenda innegable de contactos y de relaciones a todos los niveles que, sin duda, le habrán servido en este cónclave y que le habrán ayudado a superar la aparente posición no destacada en los días previos. Hay un hecho, menor si se quiere, pero significativo con el nombre escogido por el cardenal Prevost: el papa León XIII declaró oficialmente a la Virgen de Montserrat como patrona de la diócesis de Catalunya el 12 de septiembre de 1881.
En estas pocas horas del nuevo papado hay un hecho que no ha pasado desapercibido, como es la manera de presentarse al mundo desde el balcón de la basílica de San Pedro. La primera imagen ha supuesto una ruptura con los ropajes con los que salió al mismo balcón Francisco tras su elección. El argentino lo hizo de riguroso blanco, con una vestimenta que le distinguía como pontífice pero sin atributos complementarios, tan solo una cruz. León XIV ha recuperado la tradición curial y salió de la Sala de las Lágrimas con una faja a la cintura de seda muaré blanca con flecos dorados sobre dicha sotana. Sobre sus hombros, una muceta roja, una pequeña capa que simboliza su autoridad, así como una estola roja con bordados dorados. No se puede decir que León haya optado por una mayor ostentación, pero sí que le ha dado a su primera acción cara a los feligreses toda la pompa litúrgica del histórico momento como canonista que es. Es un mero cambio en las formas, pero en la Iglesia nada es casual y todo está siempre milimétricamente medido.
El nuevo papa tiene por delante una labor ingente, entre ellas acabar todas las carpetas que ha dejado abiertas o inacabadas Francisco. El nombre escogido dice muchas cosas y, como a León XIII, le ha tocado un cambio de época en que la paz vuelve a ser algo a conquistar. Ahí, Prevost medirá, sin duda, una parte nada menor de su papado.