Decía Josep Tarradellas que en política se puede hacer todo menos el ridículo. Cierto que eran tiempos en que la mercadotecnia política funcionaba mucho menos y los que a ella se dedicaban lo hacían desprovistos de gabinetes de comunicación, de imagen, de valoración al instante facilitada por alguna de las empresas de encuestas. Pero también es verdad que, si no fuera por la rapidez con que se propagan las noticias y las imágenes, Pedro Sánchez nos estaría explicando los muchos temas que había abordado con el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en su corto paseo con él, que no alcanzó los 30 segundos.

Luego volveremos a lo que dio de si el paseo. Pero en algún rincón de la Moncloa debería estar vigente la máxima que el ridículo hay que evitarlo siempre. Ver al presidente Sánchez como un figurante en un pasillo tratando de situarse al lado del presidente Biden, durante un trayecto de unos 20 metros después de que no se celebrara la esperada y anunciada reunión entre ambos, ya roza el ridículo. Decir que, en este tiempo, inferior a los 30 segundos, habían abordado los lazos militares entre los dos países, la situación en América Latina y la preocupación por la crisis migratoria en aquella región... Y que, además, habían tenido tiempo para que Sánchez felicitara a Biden por su agenda progresista y por el retorno a los grandes consensos multilaterales como el cambio climático es tomar a la ciudadanía por idiota, ya que no hay tiempo material ni tan siquiera para el enunciado de los temas.

El peso de España en la esfera internacional aparece perfectamente reflejado en este paseo opportunity sustitutivo de aquella photo opportunity en la Casa Blanca que consiguen los que no son primeros ministros sino presidentes considerados en el argot internacional regionales o empresarios internacionales importantes. Hasta Jordi Pujol logró una de ellas, en 1990, con el entonces presidente George Bush, que le recibió en la Casa Blanca durante seis minutos. Una eternidad si miramos, cronómetro en mano, el paseo Biden-Sánchez en la sede de la OTAN este lunes en Bruselas.

No es extraño que España tenga una necesidad imperiosa de sacar a pasear permanentemente por el mundo la Marca España, que revierta la imagen de un país en el que hay presos políticos, se violan permanentemente derechos fundamentales, se persigue a ciudadanos de una determinada ideología y la policía actua con violencia frente a ciudadanos que lo único que querían era votar. La semana que viene, el Consejo de Europa dará un rapapolvo a España; por primera vez, los tribunales europeos han devuelto la inmunidad parlamentaria a los eurodiputados independentistas que la perdieron por presiones del Gobierno español, las euroórdenes de extradición son hoy por hoy papel mojado y la justicia española se desacredita a paso rápido en Europa. En este contexto, claro está, incluso un breve paseo parece mucho.