Cada vez es menos la excepción: después de cada manifestación españolista que se produce en Barcelona, grupos de ultras que han participado en ella y que se los ha podido identificar perfectamente por la simbología que portan atizan, sin que venga a cuento, a ciudadanos que se encuentran a su paso. Este domingo, media docena de personas han resultado heridas en dos agresiones que, en esta ocasión, han perpetrado en el Poble Sec y el Clot algunos asistentes a la manifestación. Según la Guardia Urbana, únicamente había entre 2.000 y 3.000 manifestantes, una cifra que multiplicó por 200 la secretaria general del PP de Barcelona, Elisabeth Jiménez, que representaba a su partido en la concentración.

Ya no es suficiente con alejarse de la manifestación para evitar correr algún peligro, ahora la violencia la acaban utilizando también tras abandonar el lugar de reunión y, seguramente, cuando se sienten menos vigilados por los Mossos. No deja de ser una paradoja que manifestaciones de cientos de miles de personas, en más de una incluso por encima del millón, se hayan saldado sin el más mínimo incidente, mientras que cada vez que tiene lugar una concentración españolista existe un riesgo serio de violencia. Dicen los partidos parlamentarios que participan que no son simpatizantes suyos. Entonces, ¿por qué no los expulsan o se niegan a participar en este tipo de concentraciones?

Quizás la respuesta es muy fácil, aunque moleste a muchos que, de buena fe, también participan en estas concentraciones. Nadie ha hablado tanto de violencia en Catalunya en los últimos años como los partidos que hoy están presentes en muchas de estas manifestaciones. Rivera, Arrimadas y Albiol han hecho de estas fake news su gran estrategia política; de hecho, su única estrategia política para derrotar al independentismo. No es algo nuevo: en el verano del 2014, cuando aún no había tenido lugar la tercera gran manifestación independentista, circularon informaciones de que se podían estar infiltrando grupos ultras para reventar la manifestación de la Diada. Se reforzó discretamente la vigilancia y lo cierto es que no llegó a pasar nada.

La policía catalana tiene por delante mucho trabajo hasta sacar de la vía pública a los ultras que han ido ganando espacio con la entrada en vigor del artículo 155 en octubre del pasado año. La impunidad que aquella situación permitió no ha sido eliminada. Es más, existe la impresión en amplios sectores de la ciudadanía catalana de que no se está actuando con la necesaria contundencia contra este colectivo, pese a que las estadísticas oficiales demuestran lo contrario. Hay suficientes ejemplos en los últimos tiempos de que lo que se está buscando es que el independentismo caiga en la provocación. A algunos les molesta que la represión, los exiliados y los presos no hayan sido suficiente para revertir el gran movimiento de la sociedad catalana. Y haberse equivocado otra vez.